El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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domingo, 21 de abril de 2013

Las falsificaciones del sexo


En todos los ámbitos de la sociedad y de la vida acecha siempre el peligro de la falsificación, de la ambigüedad y la falacia. Unos necesitan vender y se uncen al carro de la mentira a la hora de proclamar la bondad de su producto. Los otros nada desean tanto como trepar y tratan de lograr el propósito diciendo medias verdades, las que les favorecen, y callando las que afean su conducta. Los de más allá le colocan la etiqueta de la humildad a la actitud pusilánime y sumisa que cuadraría mejor con la adulación o el infantilismo.  
Pero si hay una parcela donde el engaño y la falsificación están a flor de piel -y nunca más acertada la expresión- es la de la sexualidad. Porque los hay que se pavonean de haber entrado de lleno en el terreno de la liberación sexual cuando en realidad apenas han superado la problemática de la adolescencia. Por ninguna parte se percibe su libertad interior desde el momento que están tan atados al ritual del sexo como el drogadicto a su sustancia favorita.
Bajo el manto del sexo hay quien vende la mercancía de una profunda comunicación personal. Sin embargo, cuando tiene lugar en relaciones breves, superficiales, furtivas y con trepidantes cambios de compañero/a, resulta bastante cínico referirse a una comunicación profunda.
Revalorizar el cuerpo
Nuestra época ha sido testigo de una solemne proclama, la de la revalorización del cuerpo, con un notable énfasis en su dimensión erótica. En principio hay que aplaudir una tal circunstancia. Al fin y al cabo nada tiene de sano andar poniéndole tapujos a la realidad. Pero es de lamentar que con demasiada frecuencia el valor del cuerpo y la relevancia del erotismo acaben reducidos a una fugaz genitalización. El sexo no sobrepasa, en tales casos, la animalidad del instinto.
Dudo mucho que los encuentros genitales, vividos en un lapso de tiempo precario y temerosos de la luz, estimulen realmente la ternura y la comunicación más honda. Más bien habrá que decir que son instrumento de satisfacción personal (anhelada, más que gozada) al margen de cuanto se aproxime al amor o al afecto.
La expresión "amor libre", que hoy día apenas se usa, pero que asiduamente se pone en práctica, puede que suene bien. Después de todo nadie está en principio contra el amor ni contra la libertad. Pero también pudiera resultar una etiqueta con el fin de esconder mercancías que no han pasado por el debido control de calidad. Cabe preguntarse: ¿tiene que ver con el amor el juego sexual en que la preocupación por el otro, así como la solicitud y la fidelidad, brillan por su ausencia?
La cuestión radica en constatar si estamos asistiendo a una revalorización del sexo -que jamás puede subsistir sin el eros (la ternura) y sin el ágape (el amor desinteresado)- o si somos testigos de un paso más hacia el abismo de la trivialización.
Lejos de una persona sana y madura experimentar temor o recelo ante el cuerpo, el eros, el sexo. Lo cual no impide afirmar que cuando tales realidades no están empapadas de espíritu, acaban siendo tremendamente aburridas. Cuando detrás o debajo de la carne no late nada que no esté a la vista, mal asunto. Porque observar todos los ángulos de la anatomía corporal y olvidarse de mirarle a los ojos al interlocutor es un grave olvido. Se paga al precio de mustiar las ilusiones, unas tras otra. Y de constatar cómo se apodera del individuo un amargo sabor de boca.
Sexo, eros y ágape
Ni las recetas para incrementar el amor, ni las técnicas para lograr mayor placer -tan en boga en revistas, paneles y sexólogos/as- servirán de gran cosa a la larga. Importa, más que todo ello, que en el corazón de la persona deje de anidar el egoísmo, esta fuerza disgregadora que se obsesiona con apaciguar el instinto sin que le interese la relación profunda.
Por definición el amor consiste en la apertura, el dinamismo hacia la conformación de un nosotros. Mal se puede transitar por este camino mirando el propio ombligo y buscando en la relación con el otro los aspectos gratificantes en exclusiva. Una tal actuación afronta demasiadas contradicciones como para lograr el éxito. Acaba siendo una actuación antinatural. Y es sabido que la naturaleza se cobra con intereses los atropellos que se le infieren.
De donde se puede deducir lo siguiente, sin mucho esfuerzo y no obstante la aparente paradoja. Resulta más rentable vivir el amor tal como exige su más auténtico y profundo dinamismo que limitarse a cosechar sus aspectos sensibles y gratificantes. Constituye un fraude desechar las exigencias de amor, ternura y responsabilidad que conlleva la relación total. Desde siempre las rosas se asientan en los espinos.   
Las más hermosas vivencias humanas cuando se desquician -en nuestro caso sucede al disociar el sexo del eros y del amor desinteresado- acarrean las más dolorosas tragedias. Se sabe de numerosos idilios que acabaron en ríos de sangre. De sórdidas tragedias cuyos inicios fueron vividos en términos de romance y poesía. Y es que cuando el sexo se desgaja del amor y la ternura, la química resultante del encuentro se produce por un puro juego de intereses y gratificaciones. El afecto no logra sobrevivir en este humus.

jueves, 11 de abril de 2013

Las dolencias de los políticos


Un poco de caricatura tampoco tiene por qué sentar mal. Y la ironía en ocasiones resulta más elocuente que la elocuencia misma. Así que les ofrezco unas líneas para leer sin obturar la sonrisa si acaso viene a cuento. Y quede claro de antemano que no todos los políticos son iguales. Siempre se puede elegir entre los malos y los peores. Al menos en la época de hierro que atravesamos.

Pasemos revista a los riesgos que lleva consigo la profesión de político. Enumeremos algunos de los estragos que causa en estos esforzados profesionales. A ver si así se nos enternecen las entrañas y dejamos de acudir al escrache.

1. Sordera. Durante la campaña el candidato escucha los llantos de las personas desahuciadas, los gemidos de las madres que no logran alimentar a sus pequeños en los últimos días del mes, los gimoteos de quienes duermen bajo el puente.

Pues bien, al día siguiente de las elecciones triunfantes los tímpanos del ahora diputado, senador o ministro, dejan de ser sensibles a todo llanto, súplica y lamento. El afectado se aísla y sólo se halla disponible para los amigos cercanos, familiares y algún que otro adulador. Por cierto, familiares y amigos se convertirán en asesores y se les brindarán trabajos -es un decir- muy cotizados.

2. Ceguera. Mientras el político de vocación, pero todavía sin cargo ni beneficio, lucha por lograr su objetivo, goza de una vista envidiable. No le escapan los charcos de las calles, ni los contenes de la basura mal situados. Es capaz incluso de avistar los ingresos de la cuenta corriente de su adversario. Todo lo cual lo reporta al detalle a los periodistas y emisoras de televisión.

Una vez alojado en el ámbito confortable de la política el hombre/mujer pierde súbitamente su agudeza visual. En ocasiones da muestras de miopía extrema. De modo que desaparece de su horizonte la periferia de la ciudad. Los niños pobres y los barracones maltrechos van tornándose borrosos hasta desvanecerse. Aunque, todo hay que decirlo, su agudeza y perspicacia visual se potencia a la hora de remodelar la oficina destinada a su persona. Muebles de artesano, lámparas artísticas, moquetas confortables y sillones arrellanados exige el individuo para mejor concentrarse en el trabajo.

3. Cambios de humor. Llegado a la meta, el político recién estrenado sufre raras mutaciones en su carácter. Su manifiesta amabilidad se opaca a marchas forzadas. Al escuchar la verdad de labios de la gente común o leer los periódicos a la hora del desayuno padece fuertes arrebatos de cólera. En cambio, cuando recibe la visita del jefe o de alguna personalidad destacada saca a relucir una sonrisa obsequiosa y le sirve el café con gesto servil.

No asimila nuestro hombre que se hable mal de él ni en público ni en privado. Hasta el punto de que se le ocurre desarrollar una ley para obstaculizar cualquier género de crítica. La policía deambulará por las calles de la ciudad con unos discretos micrófonos solapados en la vestimenta y tomará buena nota de los ciudadanos que no tributan al triunfador las merecidas loas.

4. Ensanchamiento del perímetro. A medida que transcurren los años del mandato los compromisos e invitaciones para reuniones en que no falta el caviar ni el champagne se multiplican. Los almuerzos de trabajo abundaban cada vez más y, dicha sea la verdad, más tienen de almuerzo que de trabajo. En las inauguraciones y recepciones no faltan bocados exquisitos. Después de todo ningún mal hay en agasajar a los benefactores del pueblo.

En consecuencia la curva delantera de nuestros políticos crece sin prisas, pero sin pausas. A lo cual coadyuva el hecho de que ya no cruza calles ni avenidas a pie, sino montado en su limosina de cristales ahumados, pues que su agenda anda muy apretada. Y además conviene evitar cualquier riesgo, por ejemplo, toparse con algún ciudadano descontento que tenga la desfachatez de abuchearle.

El político experimenta, pues, unos cambios físicos, consecuencia de sus nuevos hábitos gastronómicos. Sin embargo una extraña afección le lleva a creer que él cada día se levanta más fuerte, más joven y atractivo. No sólo eso, sino que los demás se le antojan progresivamente más enclenques, canijos y achacosos.

5. Afecciones cardíacas. La víscera cardíaca del político padece episodios de atrofia alarmante. El corazón se le endurece día a día. El sentimiento de compasión sufre una constante evaporación. Determinadas emociones, como la rabia, la cólera y el menosprecio hacia el prójimo se refuerzan. Pero otras más positivas como la admiración, el perdón, la gratitud... van disecándose a medida que transcurre el tiempo.

Es sabido que el corazón tiene vasos comunicantes con el cerebro. Nuestro protagonista acaba recordando sólo episodios en los que resulta bien parado. Su memoria se vuelve tremendamente selectiva.

6. Condición contagiosa. Cuando el político está bien curtido y nada satisfecho en su salsa segrega unas enzimas contagiosas y hasta hereditarias. Sus hijos y nietos tratarán de recorrer el mismo trecho. Muchos miembros de la familia se ofrecerán para ser asesores o directores de empresas públicas o privatizadas. Incluso los amigos encontrarán alojamiento en tareas improductivas, pero que propician jugosos ingresos.

No todo está perdido. Muchos de los políticos, cuando acaba el período de su mandato y no logran engancharse a alguna bicoca preparada con esmero, recuperan sus condiciones anteriores. Regresan a la normalidad. Cierto que no sin secuelas. Es muy probable que la cuenta corriente haya crecido vertiginosamente.
O que la autoestima se haya multiplicado como las células de un cáncer. Pero no todo está perdido. De verdad, algunos logran recuperarse.

lunes, 1 de abril de 2013

¿...Y después de los gestos?


No me cae bien la gente que tuerce el gesto cuando le anuncias una noticia refrescante, para añadir acto seguido: sí, pero ya verás como… No creas que va a durar mucho… Lo dice con segundas intenciones… No seas ingenuo… Son palabras de cara a la galería…. No me cae bien la gente que simplemente replica por replicar, por espíritu de contradicción, por llevar la contraria.

Sin embargo, también yo estoy tentado de caer de bruces en la tentación. Me refiero a los primeros gestos del Papa Francisco. Claro que aplaudo la elección del nombre, el vestuario más sencillo, la cercanía con la gente, el cambio del sillón de oro por otro de madera, el hecho de pagar sus cuentas... No quisiera yo rebajar las expectativas, nada desearía tanto como que después de los gestos llegaran los hechos contantes y sonantes, después de los indicios las evidencias, tras las formas las cuestiones de fondo. 

Llevo suspirando por tales metas desde que se celebró el Vaticano II. Por un breve período de tiempo pareció que las cosas iban a cambiar, para luego permanecer igual. He experimentado muy de cerca que la inercia, la rutina, la negligencia, la displicencia gozan de músculo poderoso, no obstante lo que pudiera dar a entender el vocabulario. 

Se da el caso de que los gestos simbólicos a los que damos tanto realce -miradas las cosas con calma y frialdad- no debieran extrañarnos en absoluto. Lo realmente chocante y casi inconcebible era que los Pontífices anteriores vistieran unos zapatos artesanales de buey “non-nato” y raro color, que empleara un trono de oro, que recibiera sentado a los dirigentes de los diversos países. 

Nos habíamos habituado a un tal comportamiento. Y ahora lo más normal se nos antoja revolucionario y hasta transgresor. Nos entusiasma lo que desde siempre debiera haber sido y nos extraña que la desmesura vuelva a sus cauces. 

Una reforma recurrente

Hasta donde mi memoria eclesial alcanza, siempre he escuchado que la Curia debe ser reformada. Todo el mundo está de acuerdo, los Papas recién elegidos levantan expectativas en este sentido. Pero al cabo del tiempo el asunto se va difuminando. Todo se mantiene igual o con muy leves retoques. La Curia, he aquí una de las piedras de toque para medir el buen éxito en el proceder del Papa Francisco. 

No cargaría las tintas sobre la maldad de los curiales. Más bien sucede que existe un engranaje curial que frena las iniciativas, azuza pequeñas batallas entre diversas tendencias y estimula el carrerismo. Nada nuevo digo. Hasta el mismo Papa emérito Benedicto XVI se expresó en este sentido. Y otros muchos, entre los cuales el Cardenal Martini, de feliz memoria. 

El burócrata/curial apuesta por una estructura rígida, de compartimentos estancos, donde cada quien se siente soberano. Se mueve bien en un humus impersonal. Considera que los jefes tienen la función, por encima de todo, de controlar al personal. La norma, la ley es lo que determina los procedimientos. Nada de dar rienda suelta a las emociones, ni siquiera a un vocabulario demasiado amistoso. Cuando más, alguna expresión estereotipada, vagamente ingeniosa, mil veces repetida, digna de un funcionario vestido de gris. 

Acerca de este mundo cerrado, sometido al control, tendente a la adulación (y cuando falla a hacer la guerra), el Obispo Casaldáliga, ejemplar de obispo poco común, escribió unas letras a Monseñor Romero cuando éste lloró tras salir de una entrevista con el Papa Juan Pablo II. Le dijo: las curias no podían entenderte, ninguna sinagoga bien montada, puede entender a Cristo. Y también dejó unos versos para la posteridad relativos a la Curia: deja la curia, Pedro desmantela el sinedrio y la muralla. Ordena que se cambien todas las filacterias impecables en palabras de vida temblorosas. 

Contar con la oposición

Volvamos al surco. Bien por las formas y los gestos llenos de simbolismo del actual sucesor de Pedro. Sin embargo, téngase en cuenta que ya se ha levantado alguna voz mostrándose en desacuerdo con lo de no temer a la ternura ni a la bondad. El buenismo es mal consejero, venía a decir el articulista. Luego todo acaba yendo manga por hombro. 

Se escuchan ya algunos ronroneos. Pues bien, cuando empiecen las reformas en serio -si se dan, como lo esperan tantos fieles- las que rectifiquen, por ejemplo, los cauces seguidos por los dineros vaticanos, entonces los bisbiseos posiblemente se transmuten en crujir de dientes. Los poderosos de las finanzas no se dejan arrinconar tan fácilmente.

Imaginen si al Papa le da por suavizar el lenguaje que suele emplearse desde las esferas oficiales a propósito de los temas de bioética y sexualidad. El preservativo, el celibato de los presbíteros, los cuidados paliativos al final de la vida, la comunión de los divorciados, la ordenación de las mujeres... 

Se dice que el Papa Francisco es más bien tradicional en su teología y su concepto de la moral. Posiblemente algunos de los temas mencionados se mantendrán a buen recaudo en los archivos vaticanos. De todos modos habrá voces que clamarán por una revisión urgente de los mismos. A la par que no faltarán quienes se echen las manos a la cabeza si simplemente son objeto de estudio. 

¿No habrá que revisar el cómo del sacramento del perdón, que en los países de Europa emite sus últimos estertores? ¿No habrá que reequilibrar el papel de los movimientos cristianos que últimamente han campado a sus anchas y han apartado a codazos -es un decir, claro- Órdenes y Congregaciones con muchos servicios sobre sus espaldas? Por cierto, de pronto han desaparecido las pancartas que blandían y sus portavoces han hecho mutis por el foro. 

Aproximarse a estas cuestiones requiere esgrimir el bisturí y habérselas con nervios extraordinariamente sensibles. ¿Cuál será el resultado final? Lo único garantizado es que aflorará el malestar en uno u otro bando. Personalmente preferiría que se recuperaran las esencias del Concilio Vaticano II que se refieren al diálogo, a la misericordia y la comprensión antes que a la condena y la censura. 

Numerosos colectivos y grupos cristianos anhelan cambios que vayan más allá de los gestos. Han esperado a lo largo de muchos años. Bastantes de ellos emigraron hacia la indiferencia o hacia una fe intimista. Bueno sería que se les echara un cable. Aun cuando fuera más endeble del que se les ha brindado a los lefebvrianos y compañía.