El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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miércoles, 30 de octubre de 2013

Ínfulas principescas



Para hacerse famoso también sirve la ostentación y el despilfarro. Tristemente famosos se hacen algunos. El nombre del obispo titular de Limburg, en Alemania, ha dado repetidas veces la vuelta al mundo. Su nombre se asocia a los 35 millones gastados en el palacio y aledaños que ordenó construir.

Cuando un magnate gasta tales cantidades para su personal bienestar o por pura ostentación, la indignación ronda cerca. Piensa uno en los múltiples beneficios que podrían llevarse a cabo con semejante suma. Cuando el tal es un obispo cuya tarea principal consiste en predicar el evangelio y dar ejemplo del mismo, entonces la irritación sube de grado. 

No se trata de si el dinero se adquirió legítimamente, sino del escándalo que produce el hecho. Son contadísimos los ciudadanos en el mundo que pueden gastar tan millonarias cantidades. Si encima el responsable se fotografía junto a un lujoso coche sin pudor alguno, y se enteran los feligreses de que su bañera costó 15.000 €… me limito a los puntos suspensivos.

Ganar en credibilidad

¿Qué credibilidad puede otorgársele a una persona con tales hechos? Nos hallamos frente al típico obispo con ínfulas principescas que se siente superior al común de los mortales y al cual no se le ha adherido ni una mota de evangelio. Lo más triste es que el descrédito salpica a todos los fieles, pues un obispo en teoría pasa por muchos filtros ya que en él se refleja -debiera reflejarse- el rostro de la Iglesia. 

Los creyentes tienen el derecho y el deber de defenderse y segregar de la comunidad a personajes de este cariz. Una cosa es pecar por debilidad y otra empecinarse a lo largo del tiempo. Si este señor se manejaba así en lo tocante a la virtud de la pobreza, una regla de tres sugiere cómo se las gastaría respecto de otras virtudes. 

El Papa Francisco le ha relevado de sus funciones, pues con buen criterio trata de adecentar el rostro de la Iglesia. Ha impartido una oportuna lección para otros obispos de estilo y modos renacentistas. Que ofrecen fiestas con camareros vestidos de etiqueta y no les duelen prendas a la hora de amontonar maderas preciosas en sus habitaciones. A los tales les agrada fotografiarse rodeados de personajes linajudos y adinerados mientras se desenvuelven con ademanes señoriales. 

Paralelamente -porque tiene vasos comunicantes- parece que está en proceso de extinción el modelo majestuoso de jerarca que recurre al ejercicio autoritario del poder. Un modelo que se parapeta en su palacio y escucha complacido las adulaciones de sus subordinados. Que favorece el servilismo y reprime a quien osa formular alguna crítica. 

Los fieles están llamados a impedir que individuos de este talante narcisista suban el escalafón jerárquico. Los presbíteros y los fieles necesitan pastores afables, atentos, dialogantes, humildes y pobres de verdad. Sólo así el evangelio resultará creíble. 

La coherencia del Papa Francisco

Todavía existen ámbitos eclesiásticos que admiran el lujo de tiempos periclitados. Pero el actual Papa va denunciando, día a día, un tal modo de pensar y actuar. Determinadas vestimentas, propias de una corte imperial y cortesana, transmiten el mensaje tácito de que quien así se adereza se siente superior a sus congéneres. ¿No lleva ello a pensar en el altivo fariseo más que en el humilde publicano? 

Este mundo suntuoso y de rancio tufo resulta grotesco a la sensibilidad actual. Quienes usan tan peculiares vestidos y modos se equivocan de medio a medio. Mientras suponen que sus modales impresionan a la gente del entorno, se da el caso de que esta gente no entiende cómo en los tiempos que corren alguien puede disfrazarse con tan mal gusto.

El Papa Francisco trata de que la coherencia evangélica no camine en paralelo con los usos y costumbres cortesanos. Ha pronunciado frases muy duras al respecto. En una entrevista publicada en el diario italiano “La Repubblica” ha asegurado que trabajará por una Iglesia sin cortesanos, alejada del narcisismo que ha caracterizado a muchos jefes de la Iglesia. 

Sigue diciendo que los más afectados por el narcisismo son las personas que tienen mucho poder. Y añade todavía: "¿Sabe qué pienso sobre esto? Los cabezas de la Iglesia han sido a menudo narcisistas, adulados por sus cortesanos. La Corte es la lepra del Papado".

Jesús juzgó con severidad a los fariseos que se mostraban rigoristas, exigentes y daban por supuesta su superioridad. Con ese talante cabe apostar sin riesgos que sus actitudes eran poco humanas, escasamente compasivas, altamente presumidas y despreciativas.

A Jesús le eliminaron porque su manera de ser y de hablar llegó a hacerse insoportable para los grupos solidificados en sus ideas y empedernidos en su orgullo. Del Papa Francisco ya algunos grupúsculos empiezan a decir cosas muy feas. Una de ellas es la blasfemia vestida de oración: “ilumínalo o elimínalo”. Señal de que ha dado en el clavo. Ya lo advirtió el erudito Cervantes: “¿Ladran? Luego cabalgamos”.

domingo, 20 de octubre de 2013

A vueltas con la guerra civil


El próximo jueves tengo que dar una charla en la catedral de Mallorca. Forma parte de un ciclo de conferencias con motivo del año de la fe. Se enfoca desde el sentir de la isla. Mi tema es el de los mártires del Coll (Barcelona) que dieron testimonio de su fe en los primeros días de la guerra civil del 1936. La mayoría de los ajusticiados procedían de Mallorca.

Precisamente con las beatificaciones masivas celebradas en Tarragona el fuego se ha atizado nuevamente y numerosos escritos destilan fuerte irritación. Unos han lamentado que se perdiera otra oportunidad de pedir perdón, de reconocer errores y de beneficiarse, por tanto, de los efectos sanadores del perdón.

Los más polarizados a la izquierda han clamado que se trataba de un acto politizado, a favor de una Iglesia franquista, insensible al clamor de los pobres, hoy como hace 77 años. Una Iglesia que sólo honra a los muertos de un bando y cubre con un manto de silencio, si no de desprecio, a los del otro. 

Una espiral sin fin

No creo que sea conveniente espolear la escalada. El terreno se presta a echar en cara aquello de “y tú más”, con lo cual la espiral se agiganta. Una y otra vez se apela al agravio comparativo. Sólo voy a tratar de puntualizar algunos extremos.

1. Los muertos de la guerra civil tienen que ser vistos en el contexto de una historia visceralmente tensa, injusta y compleja. Acercarse al acontecimiento desde un punto de vista anecdótico y contabilizando los muertos de uno u otro bando difícilmente hará justicia a lo acontecido en la incivil explosión de violencia del año 36.

2. El contexto es que existió maltrato y agresiones a la Iglesia por parte de amplios sectores. Pero no puede silenciarse que estos sectores consideraban que la Iglesia/jerarquía (no les importó gran cosa la distinción) se hizo cómplice de un sistema político y social que explotaba y reprimía a las clases populares. Alguna responsabilidad tuvieron en la crispación que desembocó en el conflicto bélico. 

3. Posteriormente la jerarquía de más peso en la Iglesia española se decantó por el levantamiento franquista. La carta pastoral sugerida por el mismo Franco al Cardenal Gomá no dejaba lugar a dudas de la postura asumida por la mayoría de obispos, aunque con algunas honrosas excepciones. El escrito estaba destinado a contrarrestar la condena de amplios sectores del catolicismo europeo y americano. 

4. Dicho esto no debiera cuestionarse la inocencia de la inmensa mayoría de los sacerdotes, religiosos y laicos asesinados por los milicianos. Ellos estaban al margen de intrigas y complots. Vivían embebidos en sus estudios, en su catequesis y en la administración de sacramentos. Su día a día transcurría con sencillez y fe viva. Si algo se les puede echar en cara es que su fe era un tanto ingenua.

Presbíteros y católicos asesinados por tropas franquistas

5. Es cierto que los presbíteros asesinados por las tropas franquistas no han gozado de gran resonancia. Hubo curas vascos ajusticiados por estar implicados en la cultura del país sin que ni de lejos renegaran d su fe. Otros personajes, como Carlos Cardó, fue un intelectual catalanista y promotor de un cristianismo social. Fue perseguido por ambos bandos. 

6. En Mallorca está el caso del cura Jeroni Alomar Poquet que fue fusilado por ayudar a escapar a algunos republicanos a Menorca donde todavía no dominaba el franquismo. Se trata de un caso en el que sí se puede hablar de martirio porque fue su fe cristiana la que le inspiraba la caridad con que trataba de salvar la vida de sus prójimos. 

6. También es cierto que, excepto el cura Poquet, la mayoría de estos sacerdotes y laicos no murieron directamente por su fidelidad a la fe, sino por otras causas, aunque muy nobles. Sin embargo, la Iglesia beatifica a quienes murieron a causa de su fe. 

7. Posiblemente fuera conveniente una petición de perdón relativa a la actitud de la Iglesia en la guerra civil y que la hiciera la Conferencia Episcopal. Nunca está de más el perdón. Pero también hay que decir que se pidió en la Asamblea conjunta ya en los años 60, aunque no llegó al tercio requerido para su aprobación oficial. Desde entonces numerosos personajes representativos han apelado al perdón y la reconciliación. En la reciente beatificación de Tarragona también ha habido referencias al perdón. Juan Pablo II pidió perdón por los pecados de la Iglesia. 

8. Tenemos todo el derecho de honrar y venerar a unos mártires que murieron por su fe, a veces perdonando explícitamente a sus verdugos. No nos avergonzamos de homenajear a quienes dieron la vida en la prueba del mayor amor. Ellos murieron por odio a una forma de ser Iglesia que ellos no representaban. Pagaron por unas responsabilidades que no eran suyas.

jueves, 10 de octubre de 2013

Beatificaciones en Tarragona


Un muy numeroso grupo de mártires del pasado siglo, exactamente 522, serán beatificados en Tarragona el próximo día 13. Se prevé que asistan alrededor de 25.000 personas. De ellas unos 4.000 serán familiares. Participarán un centenar de obispos, un tercio de los cuales procedente del exterior. Se prevé la asistencia de 1.400 sacerdotes.

Acudirá también a la cita el Presidente de la Generalitat, Artur Mas, así como algunos miembros de su gabinete. Lo cual será motivo de interpretaciones varias, de acuerdo a las diversas filias y fobias. 

El acontecimiento ha vuelto a atizar la polémica. Que si muertos de primera o de segunda, que si es oportuna o no la canonización. Personalmente escribí un libro sobre los mártires del Coll (Barcelona) que alcanzó una segunda edición en versión castellana y catalana. También un folleto en ambas lenguas. 

Este hecho propició la ocasión para que me invitaran repetidas veces a hablar públicamente sobre el tema, principalmente en Mallorca. Ello antes y después de la beatificación que tuvo lugar en Roma en octubre del 2007, si no ando equivocado. Una ceremonia parecida a la que se llevará cabo en Tarragona, tanto por las personas que sufrieron el martirio como por las circunstancias en que lo padecieron. 

No voy a abundar en la polémica. Simplemente mi opinión coincide con una proclama que publicó mi Congregación y de la cual reproduzco un par de párrafos:

Os prometemos que nuestra intención no es mirar hacia atrás ni organizar revanchas de ningún tipo. Más bien, aprovechamos la oportunidad para hacer examen de conciencia y evaluar cuáles son nuestras alianzas. Pedimos perdón, humildemente, por las veces que la Iglesia no estuvo de parte de los pobres y descuidó el ministerio de reconciliación universal que le correspondía.

No nos avergonzamos tampoco de rendir homenaje a quienes dieron la vida, que es la prueba de amor más grande, en el seguimiento del buen Jesús... Reconocemos públicamente que nuestros hermanos y hermanas fueron víctimas del odio a una forma de ser Iglesia que ellos no representaban... en la periferia marginada de la metrópoli, vivían dedicados a la evangelización, al cuidado de los enfermos y a enseñar las primeras letras a los hijos de los obreros... Murieron perdonando, aceptando una condena injusta y sin apelación para que otro mundo fuera posible.

Creo legítimo, pues, canonizar a unas personas que, por lo general pagaron por responsabilidades que no eran las suyas. Fueron usados como símbolos de un sector de la Iglesia que demostró muy escasa sensibilidad social. Y pagaron el precio de unos odios desmesurados y desorbitados que no hablan nada bien del otro bando. Los asesinos querían matar unas ideas o a unos individuos que incidían en la marcha del país retrasando el progreso de los pobres. Pero dispararon sus fusiles contra personas de carne y hueso, del todo inocentes de intrigas políticas. 

Hoy, sin embargo, quiero añadir algunas ideas al asunto. La sensibilidad religiosa ha variado al cabo de los años. Los mártires desempeñaban un papel esencial en la piedad popular en tiempos de cristiandad. Sus muertes gloriosas llevaban a invocarlos, a desear su intercesión en el momento de la muerte. 

Era éste un lenguaje y un pensamiento típico de la cristiandad, que daba sus últimos coletazos allá por los años 30. No hay por qué renegar del mismo. Pero hoy día se ha pasado la página de la cristiandad. No invocamos a los mártires para que sean nuestros abogados en el morir porque tampoco imaginamos a Dios organizando un juicio espantoso y aterrador. 

El tipo de santidad de la época, por otra parte, casa poco con la sensibilidad de nuestros días, que transcurren en plena postmodernidad. Ascetismo, devoción mariana intensa, observancia que incluía algunas futilidades, tendencia a la fuga mundi: tales eran las virtudes más exaltadas de la época y las más practicadas por lo general. Virtudes, sí, pero más pasivas que activas, por lo demás. 

Al escribir estas cosas de ninguna manera quiero desmerecer el martirio de quienes lo sufrieron. Cuando alguien entrega la vida por una causa merece un silencio preñado de respeto. Si es por la fe en Jesús, entonces el creyente se arrodillar ante su cadáver y toma nota de que la Iglesia sigue siendo creíble, no obstante el lodo que la mancilla. 

No hay que desmerecer el mérito del martirio, pero la huida del mundo y una exagerada piedad mariana no parece que sean los raíles por los que pueda discurrir la piedad de un joven en nuestros días. Ese tipo de devoción no puede ser esgrimido como modelo para las nuevas generaciones. Y conste que los próximos beatos pudieron hacer un gran bien a su alrededor. Seguramente lo hicieron.

La beatificación y/o canonización de los santos ha significado desde los primeros siglos que la iglesia primitiva, y luego la de la Edad Media, se alimentaba de héroes. Han transcurrido muchos lustros. No vivimos en la era de la cristiandad. Nuestros modelos por lo general tienen un perfil distinto. Y nos hallamos en horas bajas en cuanto a las plegarias dirigidas a los santos. 

No quiero ser malicioso, pero en ocasiones lo más visible de la beatificación/canonización consiste en una gestión de preparación burocrática engorrosa y económicamente onerosa. Normalmente emprenden la tarea con éxito las congregaciones religiosas, que disponen de recursos, medios y motivaciones para lograr el objetivo propuesto. Si ello redunda en beneficio de dichos religiosos, bienvenida sea la beatificación, después de todo. Y si de rebote también sale beneficiado algún dicasterio vaticano... todo el mundo tiene derecho a vivir.