El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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martes, 28 de abril de 2015

A un simpatizante de la New Age


Sabrás, devoto seguidor de la New Age, que se cumple más de siglo y medio desde que Feuerbach pretendió rematar definitivamente a la religión con su teoría de la proyección psicológica. Hemos sobrepasado el siglo desde que el genial y demencial Nietzsche diera a Dios por muerto. Pues bien, muchos ciudadanos, cuando el huracán del secularismo parecía haber arrasado toda planta de raíz religiosa, añoran el discreto perfume de la religión. O, si más no, de la trascendencia, de un vago más allá.
Tú eres buen ejemplo de ello. Te interesa la literatura sobre el tema. Los medios de comunicación no desdeñan abordarlo, al contrario. Las estrellas del espectáculo confiesan sin tapujos su pertenencia a la Nueva Era, su afición por las músicas ecológico-emocionales y la aromaterapia. Si no es exactamente verdad que la religión vuelve a estar de moda –y me refiero particularmente a la situación de los países más desarrollados–, al menos no es un fenómeno agonizante, ni una reliquia de tiempos periclitados. Tu testimonio me impide mentir.
Bien está una porción de fantasía
Te digo que Pascal vuelve a tener razón: «El hombre sobrepasa infinitamente al hombre.» La demanda religiosa arraiga en el más genuino humus de la humana naturaleza. Sin embargo, no canto victoria precipitadamente. Mucha gente quiere inhalar los vapores de la religión, siempre y cuando sean suaves y placenteros. Sabes bien que es así, y lo sabes por propia experiencia. Nada quieren saber de sobresaltos ni de que algún exabrupto les corte la digestión. A Dios se le acepta si no molesta mucho, si se contenta con permanecer en la habitación trasera.
Los amigos de la postmodernidad estáis dispuestos a echaros en brazos del dios que ofrezca mejores condiciones. Bien está una moderada dosis de trascendencia, puesto que el misterio nos desborda por todas partes. Los cinco sentidos nos permiten olfatear, observar, tocar las maravillosas creaturas de nuestro mundo. A poco que se pondere, tales capacidades dan pábulo a la admiración y también al desconcierto. Mirar, pensar y soñar es algo manifiestamente asombroso. Que los colores se apoderen de las nubes, que estas adquieran formas caprichosas y al atardecer brillen en el ocaso es causa de estupefacción.


Estoy contigo en que habilitar un espacio para la fantasía constituye una necesidad en el anodino panorama de máquinas, electrodomésticos y tarjetas de crédito con que traficamos día a día. El exceso de praxis, de logaritmos y computadoras exige a gritos el complemento de la perspectiva portentosa, de la maravilla que se cuela en la vida diaria, del pasmo que producen tantos efectos cuyas causas no logramos explicar. Buena falta nos hace una colmada ración de asombro. La literatura que realza los contornos mágicos y surrealistas da buena prueba de esta afirmación.
Es que los datos palpables y verificables no son más que un aspecto de lo real. Las cosas y los fenómenos de nuestro mundo se asemejan a un poliedro de numerosas e imprevistas caras. Es lógico que quieras tomar distancias de la férrea y pretenciosa ley de la razón. Tienes la sensación de vivir en la punta de un iceberg, cuyo volumen se halla sumergido mayormente en un abismo de maravilla e incertidumbre.
Posiblemente te sucede a ti también: se instala un no sé qué de irracional en personas que, por lo demás, viven con lógica estricta en los diversos campos de la vida. No tienen el menor reparo en echar un vistazo a la situación de los astros, ni en interpretar un enigmático orden de las cartas en manos del experto.
Un dios domesticado
Pero de ahí a un Dios que exija compromisos y pida cuenta de los sufrimientos ajenos, hay un trecho excesivo, a juzgar por lo que decís tú y tus colegas. Si Dios se va a meter con la justicia social y empieza a repartir responsabilidades, mejor no entrar en la ronda.
Amigo posmoderno, queda claro que no estás dispuesto a que te molesten. Hasta ahí podíamos llegar. Todo tu horizonte se limita a sentirse bien, a aceptar tu cuerpo y tu psicología. Si hace falta algún retoque, para esto están los aeróbicos, el jogging, el yoga, los gurús y hasta los echadores de cartas. Aquello de que “si has visto a tu hermano, has visto a Dios”, se te antoja de mal gusto. O quizás, sencillamente, no sabes de qué te están hablando.
Marx acertó en su célebre diagnóstico: «La religión es el opio del pueblo.» Acertó, pero en una dimensión insospechada. El hecho es que la religión, a media luz, a media voz, si permanece en unas coordenadas aceptables, si no rehúsa la domesticación, puede tener su encanto. Como el opio, adormece y alivia las penas de cada atardecer.
Comprendo que no van contigo las preocupaciones. No entiendes por qué comprometerse con el vecino, escatimarle tiempo al sueño o compartir tu despensa. Lo tuyo consiste en experimentar la estética de un sol rojizo que se hunde en un ocaso de nubes. Tu corazón es trivial, liviano, tenue, etéreo y light. 


sábado, 18 de abril de 2015

Protagonistas al margen de la noticia


No hay por qué esperar otra cosa. Se cumple puntualmente el tópico de que es noticia que un hombre muerda a un perro y no al revés. Es gratificante para la prensa conseguir la entrevista con el nombre que corre de boca en boca. Mucho más que con el ciudadano anónimo que no encabeza ninguna organización ni hizo nada estrafalario en las últimas semanas. Inútil, pues, empeñarse en que los micrófonos apunten a otro lado que no sea el de los nombres que momentáneamente lucen sobre el candelero.

Sin embargo, sépase y tómese conciencia de que el mundo es mucho más vasto que el mundillo de quienes dominan la escena y atraen los focos hacia los platós. Existen otras opiniones más allá de las que ven la luz en los titulares de los periódicos. No se confunda la parte con el todo. De otro modo la sociedad se empobrecería lamentablemente.

La prepotencia de la noticia

Produce tristeza y decepción que unos hablen sin tener nada que decir, simplemente para ser escuchados. Y que otros acaben escuchando porque lo dice tal personaje, independientemente de que valga la pena prestarle atención. Más aún, puede que unos hablen para provocar el elogio de la galería hacia su persona, mucho más que para atenerse a las exigencias de la verdad.  

En el ámbito eclesial  las motivaciones que inducen a hablar ante un micrófono no suelen ser declaradamente vanidosas, aunque no faltan abundantes excepciones y puede que se digan determinadas cosas para que se entiendan otras favorables a los propios intereses. De todos modos los medios de comunicación no cambian las reglas del juego cuando van a la búsqueda de un personaje connotado en el ámbito religioso. Por su parte los hombres de Iglesia no son inmunes a las tentaciones del común de los mortales.

Por lo cual, seguirán siendo noticia las pomposas celebraciones de las catedrales y los líderes más destacados de la Iglesia no harán mutis ante la prensa, ni las conmemoraciones significativas tendrán lugar en el anonimato. Sin embargo, las noticias a este nivel no reflejan lo que es y hace la Iglesia. Sólo se refieren a un minúsculo porcentaje en términos cuantitativos. Nada dicen de la inmensa gama de actividades que realizan la mayor parte de sus miembros. No dan fe, en fin, de la lucha, las inquietudes y el crecimiento de un inmenso número de fieles.

La imagen de la Iglesia que reflejan los medios de comunicación resulta inevitable ya que la sociedad danza al compás que marcan los personajes de la farándula, de la moda, de la política y del prestigio. El riego de que la imagen resulte distorsionada es de manifiesta evidencia. De ahí la necesidad de acrecentar una conciencia capaz de analizar la realidad y no dejarse sorprender por la buena fe. Lo que no se oye no implica que no exista. La libertad del creyente no sólo le invita a opinar sobre lo que le plantean los medios de comunicación, sino también a plantear las cosas de modo distinto a como se le ofrecen.

La fuerza del anonimato

Estas reflexiones vienen a cuento porque en la Iglesia el porcentaje más numeroso de sus miembros trabaja en el anonimato. Por cierto, una condición muy favorable de cara a la labor tenaz y eficiente. Mucho más que la de las entrevistas, focos y micrófonos.

Un botón de muestra de lo que pretendo decir. En tiempos fáciles para el divorcio, no raramente se cierne un grave interrogante sobre los hijos pequeños. Pues bien, hay esforzados seres humanos —muy en particular las abuelas— que se ofrecen generosamente a cuidar de los pequeños. Ellas jamás serán el objetivo de una cámara de televisión. Se trata de abuelas que generosamente, sin esperar ningún beneficio material, se desviven por estos casi huérfanos.

Muchas reticencias se encuentran cuando hay que cuidar a los enfermos del SIDA. Ahí están los religiosos —ellas sobre todo— que en muchos países del África subsahariana dedican sus días, su paciencia y sus desvelos a los infectados por el virus. ¿Qué prensa acude a entrevistarlas? En los barrios marginados de América Latina se levantan casitas construidas con cartones y pedazos de zinc. Unos cuantos vecinos se reúnen al anochecer de cualquier día de la semana para leer un fragmento del evangelio y comentarlo mientras aderezan la conversación con las anécdotas sucedidas a lo largo del día. La anfitriona les ofrece cuanto tiene: una taza de café o de jengibre.

El personal que frecuenta estos ambientes no piensa, ni por asomo, que su reunión deba ser observada por una cámara, ni que algún periodista se acerque por el lugar con el micrófono en ristre. No. Los periodistas, y los dueños de los periódicos que les pagan, consideran que nada de eso es noticiable. Piensan que en los campos y en los ambientes urbanos de fuerte pobreza no puede ocurrir nada que interese a sus lectores acomodados. ¿A quién puede importar la vida rutinaria, repleta de carencias, en un rincón de mundo apenas conocido? Nadie propone nuevas teorías en tales lugares, ni se emprenden iniciativas artísticas, científicas o de otro tipo que atraigan a los habitantes del centro de la ciudad.


Los buenos cristianos humildes e ignorados son como espejos que reflejan el rostro de Dios. A pesar de lo que piensen los poderosos, tales signos son necesarios y hay que cultivarlos. Son como ventanas que permiten atisbar un pedazo de horizonte desde la cárcel de rejas y cemento. Son como pequeños claros que propician vislumbrar el sol en un cielo encrespado por el temporal. 

martes, 7 de abril de 2015

Dioses menores de nuestro tiempo

Estos días estoy redactando unos textos académicos para los maestros que enseñarán religión en los colegios. Se sobreentiende que a los hijos de los padres que lo soliciten. Mi tarea prescinde del modo cómo transmitirán las enseñanzas a los alumnos. De ello se encarga otra materia llamada “pedagogía de la religión”. Yo simplemente trato de abrir el horizonte de las ideas que les resultarán más útiles en su tarea.

Entre los temas abordados está el de Dios, como no podía ser de otro modo. Creo que los párrafos que siguen pueden tener su interés para el lector. Todos ellos tienen el origen mencionado excepto el de la oración a la madre tierra.   

Una de las divinidades que ha adquirido un fuerte protagonismo en nuestros días es el  “dios naturaleza”. Está emparentado con el concepto de Dios-principio cósmico y sostiene la idea de que la naturaleza desprende divinas energías. Vivir de acuerdo a la naturaleza equivaldría a vivir como Dios quiere. La ética derivada de este modo de pensar favorece la causa ecológica, a la vez que muestra apertura y benevolencia hacia cualquier ser vivo. Algunos movimientos de procedencia oriental, o relacionados con ellos, así como también la New Age, bien pueden clasificarse en este apartado.

Dios adquiere un perfil panteísta y un tanto romántico. Todo es divino, no existe la dualidad, todos los seres están vinculados y, en el fondo, son uno. El contacto con el agua de la playa, la maravilla de un pico montañoso cubierto de nieve, el paseo por un camino flanqueado por olivos centenarios, la belleza de un ocaso… todo ello adquiere el valor de una experiencia religiosa. Al contacto con la naturaleza el ser humano se adentra en un campo sagrado, enigmático, inhabitual. Las sensaciones y sentimientos se valoran mucho más que los raciocinios. El corazón le gana la partida a la razón.

He tropezado con más de una oración a la madre tierra. He aquí un fragmento de las muchas que se pueden encontrar en internet. Una oración en toda regla, un jugoso diálogo, aunque con redacción no del todo afortunada:

Te pedimos, plenos de fe en que nos escuchas y comprendes, que recibas el Amor que te estamos enviando, que acojas en tu seno toda esta energía sanadora que de nuestros corazones y de nuestras manos estamos brindándote en retribución a todas las bendiciones que nos has dado. Recibe nuestra luz y llévala hasta el fondo de tu ser, hasta tu centro, hasta tu mismísimo seno, y que desde allí, amada Gaya, reine e irradie la paz y la tranquilidad y se manifieste la calma desde tus profundidades hasta tu superficie… en continentes, mares y océanos, en los ríos, lagos, montañas, llanuras, ciudades y pueblos. Te pedimos y te agradecemos profundamente porque día a día podemos disfrutar de tus bondades y de las bendiciones del cielo mientras transitamos nuestro camino de luz en esta encarnación aquí, sobre tu cuerpo, y te pedimos que por favor, continúes latiendo. Gracias a amada tierra porque yo sé que nos escuchas.

Los dioses menores

En determinados ámbitos de la sociedad, particularmente en el deporte y la farándula, surgen personajes que adquieren una importancia desmesurada e inmerecida. Saben darle al balón con tino o mover las caderas con donaire y ello les eleva a la categoría de ídolos. Sus habilidades les proporcionan cantidades ingentes de dinero y enormes masas de admiradores. Las nuevas tecnologías de la comunicación multiplican su influencia en la sociedad.

En este contexto bien cabría decir que existen personas que han optado por el politeísmo. No en el sentido de que adoren estrictamente a los personajes citados, pero sí que su pensamiento vuela hacia ellos y tratan de conformar sus vidas a su imagen y semejanza. Aceptan sus innovaciones en el vestir y en su conducta. De hecho se les diviniza. Las adolescentes, por aludir a un botón de muestra, caen rendidas a sus pies y son muy capaces de pasarse una o más noches a la intemperie para obtener un asiento  que les permita admirar de cerca a su ídolo.

Algunos aspectos de la vida también se exaltan hasta la exageración más rampante. Hay que lanzarse de cabeza al éxito y la fama. Hay que cuidar el cuerpo aunque se interponga la anorexia en el camino. La salud, el deporte y la música constituyen realidades de primer orden, irreemplazables en el día a día del individuo. Tan es así que, con más frecuencia de la deseable, tales cosas acaban ejerciendo una dependencia nociva. Generan conductas adictivas y hasta claramente patológicas.

Parece irrefutable el protagonismo de los medios de comunicación a propósito del comportamiento religioso de la gente en nuestra época. En consecuencia quienes acompañan los primeros pasos en la fe del individuo quizás debieran iniciar un proceso de vaciamiento. Cultivar la soledad, dejar de absorber sonidos e imágenes, ayunar de pantallas y terminales. 

Tal vez no esté fuera de lugar limpiar la mente y el corazón de los mensajes, sonidos e imágenes anodinos y de esmirriado contenido. Los místicos eran muy partidarios de vaciar el alma por cuanto nada más cabe en un recipiente repleto de materiales. Los pensamientos acerca de la trascendencia, de la ética, de la fraternidad… no penetran en un medio sobresaturado de mensajes fútiles y baladíes. Dios habla al corazón, pero se requiere un ambiente de silencio, de escucha y de recepción para escuchar su voz.