El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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martes, 22 de diciembre de 2015

¡Plácida Navidad! / Bon Nadal!

Molts anys!
Que passeu un Nadal plàcid i profitós.
Que no hi falti la virtut de la germanor,
ni tampoc un tros de torró.
Que la Mare de Déu ens aixoplugui amb el seu mantell,
i ens alliberi de tot fardell.


¡Felicidades!
Mi deseo, que paséis una Navidad plácida y provechosa.
Que no se eche de menos el ambiente de fraternidad,
ni una dosis de espiritualidad.
Que la Virgen nos cobije bajo su manto
y nos libre de todo quebranto




Potser que el video de felicitació
tingui una mirada folklòrica i intimista:
la neu, el tió, els torrons, els reis...
De segur que altres felicitacions ompliran aquest buit

i tindran més present el vertader protagonista.
Per una vegada, i sense que serveixi de precedent,
ens quedarem amb records d'infància
tenyits de tradicions populars nostranes.
Després de tot el Nadal també és això.


Puede que el video de felicitación
se exceda en el acento floklórico e intimista:
la nieve, los turrones, los reyes....
Seguro que otras felicitaciones llenarán el vacío
y tendrán más presente al verdadero protagonista.
Por una vez, y sin que sirva de precedente,
nos quedaremos con los recuerdos de infancia,
coloreados de tradiciones populares y familiares.
Después de todo Navidad también es esto.

viernes, 18 de diciembre de 2015

Navidad tridimensional


La tentación para quien escribe a las puertas de la Navidad se viste de tópico moralista: hay que rehuir la navidad consumista, folklórica y sentimental. Una tentación razonable, después de todo, dado que en estos calificativos se aloja el peligro. Cedamos en parte a la tentación, pero no tanto por lo que de baladí y consumista conlleva la fecha sino más bien por el peligro de celebrarla sin el Niño. El acento lo pongo en lo que le falta y no en lo que le sobra.

Disimulemos los excesos. Después de todo una navidad algo desenfocada la avalan tímidamente el peso de la tradición y el hecho de que no estamos diseñados a escuadra y compás. Lo cierto es que, a fuerza de limar aristas y vaciar los símbolos de sus contenidos originales podemos llegar —y llegamos de hecho— a esta extraña paradoja: celebrar la navidad sin niño, es decir, sin protagonista. En otras palabras, levantamos todo un escenario de luces y colores para iluminar… la nada.

¿Cómo sucede tal fenómeno? Se saca el niño del pesebre y se llena de turrones. Se limpian las telarañas del establo y se adorna con un árbol rebosante de metales brillantes y de surtidos colores. En lugar de recordar a José y María se colocan un montón de revistas frívolas en una butaca. También se echa fuera del lugar al buey y la mula de la tradición si impide el despliegue del mueble bar.

Perdone el lector esta inocente dosis de cinismo, si es que el cinismo puede ser inocente. El hecho es que estamos por celebrar la navidad y conviene saber qué tipo de navidad. Porque las hay de diferentes tamaños, colores y medidas: desde la orgiástica a  la familiar. Como también existe la navidad que mira hacia el pasado, empuja el presente y sueña con el futuro. Detengámonos en ello.

Pasado, presente y futuro

En primer lugar Navidad nos lleva a volver la vista atrás. En nuestra historia, en un lugar localizable en el mapa, aconteció algo digno de mención. Deslumbrante por una parte: apenas los ojos de la fe son capaces de resistir la luz que se desprende del misterio. Sin embargo también se trató de un hecho común, pues innumerables son los niños nacidos bajo las duras condiciones de la pobreza y la cálida acogida del afecto.

Aquel niño inició un camino de honradez, de fraternidad y sinceridad. Desde entonces los senderos de nuestro mundo ya no son tan oscuros. Ahora bien, el camino está hecho para conducir a alguna parte, de otro modo desemboca en la frustración y el absurdo. De ahí que este camino iniciado hace dos mil años debe continuar. Por ello navidad es también un presente.

En este punto parecen entrar en liza dos diversas visiones o conflictos. Unos dicen que Jesús vino para implantar un Reino y a sus seguidores toca extender este Reino de paz y de justicia. Hay que poner, pues, el acento en la tarea inaugurada. Lo cual puede inducir a olvidar al Rey, absorto como está el personal en el Reino, en el campo de trabajo. Quienes así piensan no saben muy cómo manejarse en la navidad, el nacimiento del Rey.

Los otros sacan dispar conclusión. Dios se ha hecho niño. Es preciso correr a adorarlo, a obsequiarle generosamente. Construyen pesebres de yeso y azúcar, cantan canciones y adornan el lugar con lucecitas de colores. ¿Y el Reino que vino a poner en marcha? Lamentablemente pasa más bien desapercibido, se lo margina. Todo se resuelve en efluvios sentimentales y recuerdos de sabor mítico.

A la postre navidad es un camino que desemboca en los brazos de Dios Padre. Entre tanto exige un esfuerzo esperanzado, un soñar despiertos con ansia de futuro mejor.  Así se comportaban los viejos profetas proclamando el anhelo de enormes utopías: construir arados de las espadas y que los lobos pastorearan pacíficamente junto a los corderos.  

Cosas parecidas han soñado también otros profetas más cerca de nosotros. Martin Luther King, por ejemplo, tuvo el sueño de que un día la gente dejara de fijarse en el color de la piel y que en las poltronas de los ministerios se sentaran personas con ganas de trabajar por el bien común.

Navidad es un hecho tridimensional. El acontecimiento que fue en el pasado, el que debe influir en nuestro hoy de cada día y el que será en el futuro. Son las tres patas que necesita este taburete navideño para no cojear de superficialidad.

La verdad dolorosa es, sin embargo, que la fecha con demasiada frecuencia se construye  con materiales frívolos y acaba sonando a huero. Pasados los días del bullicio no quedan sino ilusiones maltrechas y sueños frustrados. Los materiales con que se levantó la fiesta resultaron en exceso endebles y anodinos. El resultado final era de prever.

Al avizorar la navidad del 2015 no parece que las espadas vayan a convertirse en arados ni que los lobos renuncien a comerse a los corderos. Más bien resuenan ecos de espadas y cañones. Se fabrican bombas para ceñirlas a la cintura y se amenaza a los adversarios de cultura distinta con palabras duras. Por fortuna también la navidad puede vivirse en el corazón del individuo y en el hogar familiar. Ojalá sean éstas más pacíficas e ilusionantes que la navidad de nuestro mundo globalizado.



                                                                          

viernes, 4 de diciembre de 2015

El evangelio no proporciona recetas


Por carácter, por convicción o neurosis, un buen número de individuos demandan de la sociedad —la empresa, la escuela, la Iglesia...— un programa detallado de lo que deben hacer, de sus derechos y obligaciones. Quieren sentirse seguros, tienen la compulsiva necesidad de sentirse seguros, no se fían de los principios genéricos de los cuales es preciso extraer conclusiones y aplicaciones detalladas.

El peso de la libertad

Más aún, los amantes de los programas bien previstos, minuciosamente elaborados, los admiradores del orden como valor primario, quienes prefieren las esclerotizadas convenciones sociales a la espontaneidad de las relaciones humanas, no raramente mantienen una queja, más o menos tácita, hacia el evangelio.

Ellos quisieran que la Buena Nueva les ofreciera recetas bien precisas para cada problema que les incomoda. Quisieran poder escuchar el evangelio como un CD y tomar nota, con puntos y comas, de lo que deben hacer. Les agradaría que, al leerlo, les quedara claro por quién deben votar, hasta dónde llega el erotismo y empieza la pornografía, qué cantidad de dinero pueden ahorrar y qué suma compartir. Son amigos de las cosas claras, definidas e inmutables.

No pueden soportar que el ser humano esté en continua evolución, que progrese en ideas y afine la sensibilidad. Les desconciertan las situaciones de diferentes tonalidades, la libertad de conciencia y de pensamiento. Se adivina en el fondo del corazón de los tales un indisimulado temor ante la vida, frente a las situaciones imprevisibles. Se intuye una total falta de espontaneidad. Necesitan las órdenes de otros, requieren de normas y cosas a las que aferrarse.

¿Quién no ha dado con instituciones y/o movimientos eclesiales de talante muy conservador que hoy día tienen un éxito insospechado y desconcertante? Años atrás, estaba en boga la corriente Lefevriana, luego hay que citar a los Legionarios, los Heraldos de Cristo Rey, los del “Lumen Dei” y otras muchos, quizás menos radicales en sus expresiones, pero que defienden idénticos dominios.

Estos grupos, Institutos o personas necesitan caminar cogidos de la mano. No les interesa la reflexión, el talante crítico, la personalidad, la libertad... Estos conceptos se les antojan secundarios, o más bien peligrosos. Los desechan. Quieren saber cómo, cuándo, adónde. Que les digan lo que hay que hacer y cumplirán el encargo. Pero si quienes mandan no bajan a detalles y permanecen en la nebulosa, entonces es de temer que se adueñe de ellos la confusión, el caos, la angustia, el temor y la inseguridad. En este humus crece el fundamentalismo más rampante.

Tales individuos incluso se hallan en la disposición de avenirse a un trato que se les antoja favorable. Abdicar de todos los valores relativos a la libertad y la conciencia mientras les aseguren que nada tienen que temer si siguen las pisadas de sus valedores. Se liberan entonces del peso enorme que supone para ellos la responsabilidad de decidir personalmente.

Sin embargo la persona adulta no puede aceptar un evangelio hecho de recetas y píldoras. Resultaría un tanto ofensivo dictarle a la persona —desde el exterior— lo que tiene que hacer, pensar y decidir. La sed del ser humano no se apaga con aguas tan superficiales. El individuo que ha llegado a un cierto grado de madurez ha de buscar y reflexionar en cada momento, nada ni nadie puede excusarle de consultar con su conciencia, de afrontar la duda y cargar sobre sus hombros el el peso de tomar una decisión arriesgada. 

La verdad os hará libres

Los creyentes no somos ejecutivos de un código de moral. Ni simples cumplidores de una ética que lo tiene todo previsto. Ni funcionarios de una tentacular multinacional que sería la Iglesia. Somos gente que no rechaza la propia responsabilidad y que está obligada a escribir la propia historia en los momentos de lucidez como también en los de menor claridad.

Los evangelios no dan siempre soluciones hechas y acabadas, indiscutibles y definitivas. Hay que aceptarlo. Pero sí ofrecen siempre un rayo de luz que ilumina el camino ofreciendo líneas de acción comprometidas. Las soluciones que brinda oscilan en el amplio margen de la calidez humana, la generosidad, la justicia y el respeto al prójimo.

Ello es suficiente, al menos para quien mantenga el corazón limpio, no pretenda hacer trampas y manifieste una mínima capacidad para meditar la Palabra de Dios en todas y cada una de las imprevisibles situaciones en las que se hallará.