En la cabecera del blog unas líneas indican que el lector encontrará, entre
otros temas, anotaciones personales
acerca del entorno y reflexiones del día a día. Debo abordar, pues, mi
nueva circunstancia.
Hace un par de meses que mi Congregación acaba de salir del Capítulo, es
decir, de una reunión formal y representativa de todo el Instituto, que
acontece cada determinado período de años en Órdenes e Institutos religiosos.
Cada seis en los Misioneros SS. Corazones.
El Capítulo evalúa los trabajos llevados a cabo, planifica el futuro y
elige a los que estarán al frente los próximos seis años. Es una gran
oportunidad para la renovación del personal y de las ideas. Se trata de uno de
los escasos espacios donde resplandece la democracia en la Iglesia.
Aunque tampoco hay que pecar de ingenuos. No existe campaña ni candidatos, pero
hay quien discretamente calla sus expectativas y la de los suyos, mientras
otros arrinconan el pudor disertando acerca de sus aptitudes o de las de
quienes tienen interés en promocionar. En los días de elecciones los tales se
muestran simpáticos, efusivos y acogedores. Se arriman particularmente a
quienes -venidos de lejos- desconocen el escenario y el panorama.
Es cuanto da de sí la naturaleza humana. Fuera de lugar estaría cualquier
resentimiento o acritud, aunque sí conviene aprovechar las enseñanzas que
destilan estos episodios. Como fuere, he acabado el período para el cual me
eligieron Vicario y Secretario General y en consecuencia hay que replantear en
diálogo la nueva misión.
He vivido los dos últimos en Barcelona y los cuatro anteriores en Madrid.
No tenía mucha importancia la residencia por cuanto mi trabajo estaba frente a
la pantalla del ordenador. Claro que había diferencias entre vivir en una u
otra ciudad, en una u otra comunidad, sobre todo cuando el clima político se
tensa como acontece hoy en día. Catalanes y castellanos tienen visiones
opuestas de lo que implica la convivencia y la libertad. Dejemos los detalles
para mejor ocasión.
Más contactos reales, menos
contactos virtuales
Reconozco que no hacía bien a mi salud corporal ni psíquica las excesivas
horas que pasaba ante el ordenador. Un aparato que no sólo hacía las veces de oficina
de trabajo, sino también de radio, TV, pantalla de cine, teléfono, prensa,
correo, confidente, etc. Y, claro, si dedicaba siete o más horas diarias al
ordenador/computadora, no podía dedicárselas a otras tareas. Bien es verdad que,
dadas las circunstancias, tampoco había mucha oferta a nivel pastoral en mi
entorno.
Ha llegado el momento del cambio, una oportunidad que me satisface en
varios aspectos. Menos burocracia, un poquito más de pastoral, contacto directo
con la gente de carne y hueso. Sube la estadística de los encuentros reales y
desciende la de los encuentros virtuales. Disfrutaré de un entorno paisajístico de gran
hermosura y llevaré a cabo un trabajo útil. Aun cuando mi DNI me asegura que he
llegado a la edad de la jubilación, pienso desoír la advertencia por el
momento.
Mi nueva comunidad es la que está al servicio del Santuario de LLuc. Para
los que desconozcan el lugar, digamos a grandes trazos que viene a ser como un
Montserrat en Mallorca. A escala, claro está. Es el Santuario más importante de
la isla, centro de religiosidad popular, de espiritualidad, asociado a la
defensa de la identidad mallorquina, cargado de tradiciones.
Los mallorquines están orgullosos del lugar. Un paraje que no sólo alberga
un Santuario y una imagen secular de la Virgen, sino que constituye un
escenario boscoso repleto de robles y alcornoques, poblado de piedras
fantásticas en sus formas, colores y tamaños. Un territorio -la Sierra norte o
de Tramontana- recientemente
declarado patrimonio de la humanidad por la UNESCO.
Los peregrinos y los turistas, con objetivos distintos, acuden por miles al
Santuario. En algunos momentos los alrededores asemejan un hormiguero ambulante
en el que abundan los vestidos extravagantes, se disparan los flashes y se
entrecruzan los idiomas. Los peregrinos
visitan a la Virgen morena, buscan un reconstituyente espiritual para sus
crisis o simplemente coronan la montaña con talante agradecido.
Elogio del cambio
Todavía mis tareas no están del todo perfiladas, pero supongo que se
ramificarán en la atención a los peregrinos, la crónica del santuario, las
celebraciones litúrgicas, quizás alguna responsabilidad en el archivo… Como
suele acontecer, poco a poco uno va acumulando cometidos. Un miembro se
trasladó a otra comunidad, el otro enfermó o surgieron nuevas necesidades…
Cambiar de casa y de trabajo cuesta más cuantos más años se van amontonando.
Pero, vistas las cosas desde otro ángulo, la variación del lugar y de la tarea
constituyen la gran oportunidad para no acartonarse ni anquilosarse.
Es del todo aconsejable evitar llegar a eventuales situaciones penosas con
el transcurrir de los años. Nada más deplorable que repetirse año tras otro, arrastrándose
con más pena que gloria, quizás mientras quienes transitan por el mismo camino
desean fervorosamente habérselas con otros rostros y programas. La rutina
acecha al cabo del tiempo. La tentación de pensar que uno es el mejor sin
respetar a quienes están alrededor no deja de ser un peligro real.
El cambio pone fin a estas tentaciones y peligros. Liquida aquellas
situaciones en las que a uno se le ha subido el poder o la vanagloria a la
cabeza y ha perdido el mundo de vista. Es preciso cambiar el rumbo antes de que
los propios automatismos y usanzas le lleven a considerar a sus prójimos cual
diminutas hormigas que se pisotean sin siquiera parar mientes en el hecho.
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