A lo largo del año tropezamos con muchos
días dedicados a una causa que interesa a la humanidad, un pueblo o una
Institución. En la Iglesia se detectaba un vacío. El Papa Francisco, que ha
demostrado un interés genuino por las personas humildes y sin voz, ha querido
establecer una jornada que nos recuerde su existencia. La primera jornada tuvo
lugar el 19 de noviembre del pasado año.
La II Jornada se celebra el próximo
domingo 18 de noviembre. Es del todo lógico que se tenga bien presente a lo
largo y ancho de nuestro mundo. Porque Jesús se interesó grandemente por los
pobres. Diferentes categorías y rostros de pobres: los que no tenían para
comer, la viuda que sufría la muerte de su hijo, los que esperaban que alguien
les diera trabajo, los que no tenían voz, los discriminados…
El vacío que deben rellenar los pobres
El objetivo de la Jornada invita a
tener entrañas de misericordia ante el sufrimiento de tanta gente. Sabemos de
las largas filas de exiliados en nuestro mundo, de la gente en los cinturones
de las ciudades que lo pasa muy mal y no son pocos los que duermen en la calle.
Si no hay sintonía con la persona
que sufre resulta inútil tratar el asunto de la misericordia. Uno dirá que éste no es su problema y el otro
mirará hacia otro lado. Es absolutamente necesario que de nosotros los
cristianos se pueda decir, como de Jesús: "se le conmovieron las
entrañas" cuando tropezamos con las carencias de nuestros hermanos.
Ningún cristiano debería ignorar a los
pobres. Si tal vez ya no puede vivir con ellos —y menos como ellos— al menos sí
debería tener una opinión favorable hacia este colectivo. No poner de relieve
sus defectos, sino crear una opinión para que las instituciones públicas se
esfuercen en reducir su número y propiciarles una vida menos dura. Y, por
supuesto, loable sería que cada ciudadano compartiera cuanto está en su mano.
Los pobres son una categoría
teológica incluso antes que social o política. Jesús alaba el corazón de los
que no viven soñando en cuentas corrientes ni lujos. Bienaventurados los
pobres, proclama desde la cima de la montaña. Ellos no tienen que defenderse de
los otros porque poco les pueden sustraer. Y si es verdad que a veces son
crueles entre ellos mismos, también lo es que el instinto de supervivencia
puede nublar la mente cuando ronda el peligro de morir por inanición.
Las enseñanzas que proceden de
Jesús y la mejor tradición de la Iglesia claman acerca de la preocupación por
los pobres. "La pobreza tiene rostro de mujeres, hombres y niños
explotados por intereses viles, pisoteados por la lógica perversa del poder y
el dinero... la pobreza es fruto de la injusticia social. "(Francisco).
La misericordia, la sensibilidad
hacia quien sufre, interpela desde hace muchos siglos a los cristianos. El
Antiguo Testamento describe a Dios diciendo que es fiel y misericordioso. Escucha
el clamor del pueblo esclavizado. Los profetas son portavoces del Dios bueno y
no retroceden a la hora de censurar a los gobernantes que actúan con dureza de
corazón. El mesianismo no es sino la promesa de que un día el Rey —el verdadero
Rey: Dios en último término— pondrá las cosas en su lugar, es decir, hará
justicia a los pequeños y humildes.
Jesús experimenta la misericordia
ante las multitudes, pero también cuando encuentra a la viuda que lleva al hijo
al cementerio e igualmente cuando observa el dolor de Marta y María frente a su
hermano muerto. Entonces estalla en sollozos. Él es el buen samaritano que no
pasa de largo. La reacción que provoca en Jesús al sufrimiento ajeno,
particularmente el generado por la injusticia y la prepotencia, es lo que vertebra
toda su forma de actuar, de predicar y orar. Son numerosas las páginas del
evangelio en las que Jesús se acerca a los que sufren y los alivia de sus
penas.
Una enseñanza que viene de lejos
La tradición cristiana lo expresa acertadamente
cuando afirma que el fundamento de la vida y la espiritualidad se encuentra en
el amor. Bueno será, sin embargo, concretar un poco y añadir: en el amor
coloreado de misericordiosa. Porque hay amores egoístas, prepotentes y falsos.
El camino hacia el auténtico amor cristiano va cogido de la mano con la
misericordia. Como sucede con el Padre de la parábola: un padre con corazón de
madre. No pregunta, no pide, no regaña. Un corazón hecho de pura fibra
maternal.
Para conseguir un corazón generoso
y atento al prójimo hace falta, sin embargo, salir del pequeño mundo en que uno
se va instalando. Hay que tomar en serio la misión, compartir, no tener miedo
de que se recorte el dinero de las subvenciones o de las instituciones y
personas que no ven con buenos ojos el afán por los inmigrantes, por la gente
de la periferia, por los que carecen de trabajo y documentación ...
Tantas finezas generan mala
conciencia a los ciudadanos que se consideran por encima de toda sospecha.
Determinados juicios y actuaciones les estorban la digestión. Y, además, los
excluidos podrían envalentonarse. Son muchos, podrían levantarse un día contra
el orden establecido por la sociedad. La Iglesia vertebrada por la misericordia ya
no se limita a ofrecer un vaso de leche al pobre que se muere en la esquina. Ahora
pregunta, interpela, molesta ...
Todo lo dicho lo expresa de manera
sencilla y elocuente la estampa del corazón de Jesús atravesado por la lanza en
la cruz. Su corazón resume el misterio de un Dios hecho carne, un corazón que
late y regala hasta la última gota de sangre a sus hermanos.
Muy evangelico el comentario del padre Manuel. Siempre la Iglesia como insitución tiene que tener presente a los pobres. Y también cada cristiano. Y hay pobres de tantas maneras!
ResponderEliminarA mi me da un apena profunda los niños tan pobres qeu mueren de hambre. Pero tqmbien me dan mucha pena los pobres que no pueden ir a la escuela ni aprendrer a leer y aescribir. Y los pobres de conciencia, es decir que no tienen una conciencia recta, la tienen distorsoniada.