domingo, 20 de enero de 2019

Sensibilidad

Cápsulas para un vocabulario cordial

Una preciada cualidad

La sensibilidad es la capacidad de sentir o comprender mejor determinadas situaciones. Con ella se empatiza con el gozo o el dolor del prójimo. Una fina sensibilidad artística permite entender y apreciar obras de arte complejas. Una   vigorosa sensibilidad poética ayuda, sin duda, a elegir el vocablo más conveniente para crear el ambiente o el efecto que se pretende.


Ser sensible equivale a estar atento a cuanto sucede alrededor, a mantener los ojos del alma abiertos. Entonces uno es capaz de percibir la belleza del entorno o el sufrimiento del vecino, o la necesidad de ayudar al transeúnte.

Se dice que el pintor interpreta la realidad al pintar a su alrededor y que la máquina fotográfica recoge la realidad sin interpretar nada. No es verdad. La fotografía consiste en la realidad recogida por la cámara más el ángulo de visión del fotógrafo, es decir, más su sensibilidad.

Sensibilidad, tacto e intuición

Gozas de sensibilidad o empatía cuando percibes que tu discurso se alarga demasiado y el público empieza a impacientarse. Muestras sensibilidad cuando intuyes que tu amigo necesita una palabra de ánimo acompañada de una palmadita en la espalda. Y así en numerosas ocasiones. Cuando jamás sale de ti alguna de estas iniciativas da por sentado que ni la delicadeza ni la sensibilidad forman parte de tu patrimonio existencial.

La inteligencia razona frente a las encrucijadas y las diversas situaciones que hemos de resolver. La sensibilidad intuye simplemente lo que es preciso hacer para salir del atolladero en que nos hemos metido o en el que yace nuestro prójimo.

Hay situaciones en las que debes tener iniciativa sin que nadie te indique cómo ni cuándo poner manos a la obra. Porque a quien posee un poco de sensibilidad y finura no hay necesidad de señalarle las mil ocasiones en que debe actuar para bien de su hermano. 

Cuando falta lo que podríamos llamar “tacto” las relaciones humanas se endurecen. Se echa de menos la intuición, la iniciativa, la sensibilidad para responder a cada una de las singulares circunstancias o necesidades humanas con las que nos cruzamos. 

Falta de tacto y de oportunidad

Cuando te encuentres frente al familiar de un difunto que siente de verdad la pérdida, no se te ocurra hilvanar argumentos ni recurrir a la palabrería. Una palmada en la espalda, un chocar de manos sincero es suficiente. Ahórrate las palabras en este momento. Demostrarás tener viva tu compasión, es decir que “padeces-con”.

No vayas siempre detrás de los males o sufrimientos del prójimo para tratar de consolarlo. Si no careces de tacto comprenderás que en ocasiones es mejor dejar que la persona llore sola y no que alguien escarbe en su dolor. Ciertas palabras indelicadas acrecientan la incomodidad y, por tanto, están fuera de lugar.

Quien carece de sensibilidad jamás podrá comprender las pasiones, los entusiasmos, los afectos del alma del prójimo. Es decir, desconocerá su profundidad. Y él mismo no ofrecerá sino una superficie plana a sus interlocutores. O una rutina insípida e insustancial.


En ocasiones hay quien aparenta insensibilidad ante determinadas escenas o sufrimientos. Aunque parezca contradictorio, una tal actitud puede encubrir una extraordinaria sensibilidad. Se finge no comprender para no hurgar en el dolor de quien sufre y con ello aumentar su pena. 

La sensibilidad gana la partida

Cuando organizas tu día a día sueles hacerle más caso a tus sentimientos, emociones y afectos que a tu capacidad de razonar. Planeas visitar al amigo —por poner un ejemplo— con quien tienes más cosas tienes en común y no al que hace más tiempo que no ves.

Yo nunca seré de piedra, lloraré cuando haga falta, gritaré cuando haga falta, reiré cuando haga falta, cantaré cuando haga falta (Rafael Albertí).

No cualquiera es capaz de disfrutar leyendo una novela, escuchando una música o admirando el paisaje. Se requiere un fondo de sensibilidad para conectar con las distintas vertientes de la belleza. Aunque también es verdad, en parte, que el gusto por la belleza puede ir adquiriéndose a lo largo de los años.

La virtud de la empatía

No se trata de una ecuación matemática, pero sí contiene mucha verdad. El sufrimiento te hace más sensible al dolor de los demás. Quien nunca ha sufrido está incapacitado para ponerse en la piel de quien padece. Quien ha experimentado el dolor empatiza con mayor facilidad con el compañero que lo sufre.

Se comprende que los niños mimados y sobreprotegidos se comporten de modo egoísta. Para ellos no existe el sufrimiento ni la contradicción. Mal puede compadecer al prójimo que sufre quien siquiera lo ve.    

Sensibilidad y humanidad

Decía Mahatma Gandhi que un país, una civilización, se puede juzgar por la forma en que trata sus animales. Puede que exagerara un poco, porque también se puede pecar por tratar a las personas peor que a las mascotas. Ellas discuten menos y no se oponen a los deseos de su dueño.  La frase de Gandhi hay que matizarla, pero es cierto que una persona sensible no maltrata a los animales. Quien los martiriza sin causa no merece una buena opinión.


Es simplemente obsceno escuchar los secretos íntimos de alguien que se acerca a ti —esperando confianza y comprensión— y luego comunicarlos a otros fuera de contexto y quizás con intenciones burlescas.

La prudencia, el honor, el deber, la obligación. Siempre estás esgrimiendo estas palabras. Forman parte del vocabulario humano, pero no olvides las expresiones salidas de la fuente sensible que es el corazón. 

“Si las lágrimas son efecto de la sensibilidad del corazón, ¡desdichado de aquel que no es capaz de derramarlas!” (Gaspar Melchor de Jovellanos)

La sensibilidad nos hace flexibles y nos dispone a dar la mano al vecino necesitado. Pero, por favor, no confundir esta actitud con la transigencia en los principios éticos. El fin no justifica los medios.

Cuando uno está atento a su alrededor, cuando vive con los ojos bien abiertos, favorece el cultivo de la sensibilidad. En buena parte ser sensible equivale a percibir cuanto sucede en torno. Y particularmente cuanto sucede en relación con la belleza. 

Humor y empatía

En el fondo el humor no es sino la capacidad de conectar y simpatizar con el prójimo. Si el resultado es un humor irónico o corrosivo, señal que tu sensibilidad está conformada por los mismos rasgos. Has acertado al hurgar en la herida. Si el resultado final tiene que ver con la ternura y la benevolencia entonces tu sensibilidad es tierna y benevolente.

La vida ofrece numerosas oportunidades para el humor y la sonrisa. Sonreír da ligereza, oxigena el cerebro y la convivencia. Para relajar los músculos del rostro y esbozar una sonrisa sólo necesitas abonar un poco el terreno, es decir, no creerte demasiado importante y despertar tu sensibilidad dormida.

lunes, 7 de enero de 2019

La Palabra

Cápsulas para un vocabulario cordial
Probablemente nuestro vocabulario es impreciso. Las más de las veces, por otra parte, tiene su origen en las vísceras —las emociones, las pasiones descontroladas— y no en el cerebro. El vocabulario que usamos debiera tener más vasos comunicantes entre la cabeza y el corazón. Se trata, pues, en los próximos artículos, de comunicar ideas en pequeñas cápsulas a fin de que nuestro lenguaje tenga el toque cordial que requiere un ciudadano de bien y un cristiano cabal.

LA PALABRA
Callar y escuchar

Tenlo en cuenta: tan importante es escuchar lo que te dice el interlocutor como lo que no te dice. Y, a propósito, si quieres comunicarte en un grado satisfactorio, comienza escuchándole.

La gente sensata habla porque tiene algo que decir, mientras que los necios sólo hablan por decir algo. Importa saber cuándo hablar y cuándo callar. Por tanto, no hables sino tienes algo mejor que aportar que el silencio. Un proverbio alemán dice que el habla es plata y el silencio oro.

Además, sabe que el silencio es el contrapeso de la conversación. Le da sentido como una pausa tiene su función en el conjunto de la pieza musical.

Resulta que cuanto menos piensan los hombres —y las mujeres— más hablan. Y es que pensamientos ligeros y sin contenido se nos ocurren a todos, pero las personas sensatas los mantienen a raya.

Decía Madame de Sevigné que si los hombres han nacido con dos ojos, dos orejas y una sola lengua es porque se debe escuchar y mirar dos veces antes de hablar.

Dominar la lengua

De pequeños nuestros padres nos enseñaron a hablar. Luego nuestro entorno nos enseñó que en ocasiones es mucho mejor callar. Porque manejar el silencio es más difícil que manejar la palabra. Demuestra la experiencia que nada hay más hay más difícil de dominar la lengua.

Diversos proverbios convergen en asegurar que, una vez has soltado la palabra, ésta te domina, pero mientras permanece en ti, eres su dominador. Las palabras dichas puede que nos esclavicen. Las palabras mantenidas a buen recaudo nos mantienen en libertad.

Comunicación

Si no logras comunicarte bien difícilmente conseguirás el éxito ni en la vida personal ni en la profesión que ejerces. Y toma en consideración que probablemente es más efectiva la comunicación en una pausa, sorbiendo una taza de café en plan distendido, que la planificada hasta el último detalle.  

No puedes dejar de comunicar como no puedes dejar de respirar. En todo lo que hagas —hables, calles, te muevas o te quedes inmóvil— siempre transmites algo.

Cuando encuentras un corazón receptivo, un momento especial y unas palabras sinceras puede que recibas un impacto duradero y para el resto de la vida.

Te comunicarás mejor y mucho más rápidamente si te interesas por el prójimo que si te esfuerzas que se interesen por ti.

Sucede con frecuencia que a más palabras (inútiles) menos comunicación. Las palabras no debieran medirse por su número, sino por su peso específico.

La peligrosidad de las palabras

Habla cuando estés muy enfadado y conseguirás un discurso brillante y efectivo. Pero será también un discurso que infligirá heridas y del que seguramente te arrepentirás.
De las palabras pueden derivar los besos o los puñetazos. Son instrumentos con los que se puede agradar o desagradar. Como con un machete es posible rebañar un plátano o un cuello. Suele suceder que las palabras elegantes no son sinceras y las palabras sinceras no son elegantes.

La palabra vela o desvela. Transparenta el alma o la esconde. Es una realidad muy ambigua que puede usarse para bien o para mal. Hace de ti un ser humano sincero o un ser humano hipócrita.

La post-verdad y los monólogos

Los individuos de nuestra sociedad —llamada de la post-verdad— afirman una y otra vez lo que quieren que crean sus oyentes. Si se corresponde o no con la verdad les resulta secundario. Si otro contradice el relato, él hace oídos sordos y sigue machacando su afirmación. Los parlamentos son el gran escenario de la post-verdad, como también la mayor prueba de que el diálogo de sordos sigue en la cresta de la onda.

No hay que confundir las cosas. Cuando tu interlocutor habla y habla, cuanto tú hablas y hablas… no por ello se construye un diálogo. Dos monólogos no suman un diálogo. Se ha dicho que la mayoría de conversaciones son simples monólogos desarrollados en presencia de un testigo.

Ambigüedad de la palabra

Las buenas palabras valen mucho y cuestan poco. Pero se devalúan si no se corresponden con la realidad y se deprecian si tienen vínculos con la adulación.

Las cosas más importantes, como también las más íntimas, son las más difíciles de decir. Rompen las costuras de las palabras.

Sentimiento y voluntad

Después de una conversación quizás te quedas satisfecho porque ha habido comunicación. Pero es muy posible que este pensamiento no sea más que una ilusión y no haya habido más que un intercambio de palabras. La comunicación implica también el sentimiento y la voluntad.

No te acostumbres a iniciar las frases con demasiada contundencia ni con excesiva pasión. No empieces diciendo: nunca… siempre… jamás… Primero porque no suelen coincidir con la realidad unas expresiones tan categóricas. Y segundo porque fácilmente quedarás en evidencia cuando te contradigan.

Lengua materna

Por muchos idiomas que la persona domine, siempre recorre a la lengua materna cuando se da con el martillo en un dedo. Y es que, como escribió Francisco Ayala, la patria del escritor es su lengua.


¿Las palabras son para entenderse? Sí, y para que cobijen los sentimientos y amparen las emociones. Esta función la hace mucho mejor la lengua que se aprendió en los pechos de la madre que la que se aprendió en un diccionario. El idioma es para entenderse, pero también para transportar muchos matices que sólo la lengua materna es capaz de cargar sobre sus espaldas.

Reflexiones sobre la palabra

Bien está elogiar el silencio. Con frecuencia implica una actitud prudente, pero no siempre. En ocasiones simplemente impide que se demuestre la torpeza de uno. Y en otras que se tenga por discreto al que carece de ideas e iniciativas.

Preocupa más el silencio de la gente honrada y sincera ante la injusticia, que los gritos y aspavientos de quienes obran injustamente.

La habilidad de comunicarse consiste, entre otras cosas, en desembarazarse de todo lo que resulta innecesario para que lo esencial quede a la luz.

Buen consejo el que daba Lawrence Clark Powell: escribe para ser entendido, habla para escuchar, lee para crecer.

El lenguaje que usas descubre cuál es tu visión del mundo y de la vida


En broma y en serio

Sea dicho en broma para no herir susceptibilidades. Hay quien sostiene que los hombres entienden las discusiones como el arte de hacer callar al adversario. Las mujeres, por su parte, las entienden como el arte de no dejar hablar al contrario.

Una cosa es lo que uno dice y otra la que el oyente entiende.

No decir nada al hablar tiene mucho que ver con el discutible arte de la diplomacia.