Estamos en época de
elecciones. Como suele ser habitual, también los obispos meten baza. El
objetivo consiste en iluminar el quehacer cristiano en un entramado de
intereses partidistas contrapuestos y desbocados.
Digo muy sinceramente
que me agradaría coincidir con las indicaciones que hizo públicas la
Conferencia Episcopal Española y que, a través de los obispos diocesanos, se exhortó
leer en todas las misas del pasado fin de semana. Más aún, me duele que las
críticas estén tan a la orden del día. Damos una imagen de Iglesia dividida.
Justo es reconocer que en
ocasiones hay quien se excede en sus diatribas a la jerarquía. Me refiero a los
fieles que están dentro de la Iglesia. No debiera convertirse en una especie de
deporte eso de abonarse a la crítica episcopal. En cuanto a los que están fuera
del ámbito eclesial y/o visceralmente militan en contra no hace falta calificar
lo que dicen o en ocasiones vomitan.
La ambigüedad del silencio
A pesar de todo me animo
a plasmar unas palabras acerca de la carta en cuestión. Después de todo, desde
los tiempos de los SS. Padres se escuchan voces animando a hablar con libertad
a los miembros de la Iglesia. La verdad
os hará libres, escribió el evangelista S. Juan. Y, desde luego, no se
identifica quien más calla con quien más ama a la Iglesia. El silencio es tremendamente ambiguo. Cubre un
amplio abanico que va desde el desinterés hasta el desprecio.
Voy a tratar de
expresarme casi telegráficamente sobre algunos puntos de la carta. En primer
lugar los obispos afirman que no imponen a la sociedad un derecho que proceda
de la Revelación. Se comprende: numerosos ciudadanos no comparten la tal
Revelación. Si esta consideración estuviera más a flor de piel, nos ahorraríamos
agrias polémicas con los ciudadanos no creyentes.
Con toda lógica dicen
los señores mitrados que se reconoce la
legitimidad moral de los nacionalismos que desean una nueva configuración de la
unidad del Estado. Pero contra toda lógica el lector lee a continuación las siguientes
líneas: Es necesario tutelar el bien
común de la nación española en su conjunto, evitando los riesgos de
manipulación de la verdad histórica y de la opinión pública por causa de
pretensiones separatistas…
¿Cómo quedamos? Es legítimo
el nacionalismo que aspira a la independencia, pero hay que tutelar la unidad
de la nación española en su conjunto… Y añaden los jerarcas que las
pretensiones separatistas pueden manipular la verdad histórica. ¿No pudiera
suceder también al revés como se constata con frecuencia? Temo que los fieles salgan
más desconcertados que iluminados tras tales afirmaciones.
El escrito se refiere a
la grave crisis económica actual. Es de alabar la referencia. Pero cuando casi
cinco millones de personas sufren la humillación y el sufrimiento del paro,
parece que el énfasis debería ser mayor. Y la oportunidad era pintiparada para
fustigar algunos defectos causantes de la situación, tales como el fraude
fiscal, la fuga de las grandes fortunas, los sueldos obscenos de ciertos
banqueros y políticos... Una alusión a las hipotecas impagadas que echan a la
gente a la calle tampoco habría sido inoportuna.
En la carta hacen su
aparición algunos temas que ya se han convertido en habituales. Rechazo del
aborto, la eutanasia, el matrimonio homosexual, la obligatoriedad de la clase
de religión… Tengan por cierto los señores obispos que los fieles saben muy
bien lo que piensan acerca de tales asuntos. Y la rutinaria repetición de la
letanía más bien engendra cansancio y fastidio.
El escollo del partidismo
Los comentarios que he
leído acerca del escrito afirman, por lo general, que el conjunto desprende un
tufillo de partidismo político. La mención a las iniciativas libres en cuestión
de economía, la unidad de España, el aborto, la homosexualidad, la religión en
la escuela...
Posiblemente consideran
los altos eclesiásticos que el PP es preferible para gestionar estos asuntos.
Sin embargo, les aseguro que sus abanderados no anularán la ley del divorcio ni
la del matrimonio/unión homosexual. Y se hace muy cuesta arriba creer que
mostrarán una mayor preocupación por los marginados de la sociedad. El personal
que maneja los bancos y los centros de poder económico suelen hacer migas con
el citado partido. Entonces…
El terrorismo no escapa
al juicio de los obispos. Dicen que una
sociedad libre y justa no puede tener a los terroristas como interlocutor
político. Me suena a la música del actual partido popular. Sin embargo el
obispo Juan María Uriarte, cuando gobernaba el señor Aznar, se sentó en la mesa
de diálogo entre el ejecutivo y la ETA. Algunos meses más tarde, ante las
elecciones del 2000, los obispos no criticaron estos contactos, sino que
alabaron la búsqueda sincera de la paz.
En mi opinión personal
no se va a dar la pretendida iluminación que desea la carta. Porque hay
contradicciones en el mensaje episcopal, porque se le nota que cojea por la
derecha y finalmente porque los programas de los partidos políticos son una
mezcolanza de aciertos y desaciertos cuya valoración depende mucho de las gafas
ideológicas del lector.
Dadas las actuales
circunstancias de pérdida de poder adquisitivo y el triste panorama de los
parados y los que pierden su casa por no pagar la hipoteca, mi deseo habría
sido que se hubieran centrado en este punto. Después de todo, Jesús habló más
del amor -la ayuda, la generosidad, la caridad- que de la sexualidad y la
unidad política de las naciones.
Muy acertado el artículo. Los obispos no se centran en lo esencial, no viven las inquietudes del pueblo. POr otra parte la unidad de España le es tan cara al evangelio como su fragmentación.
ResponderEliminar