La presente entrada alimentará un poquito más el río de tinta que ha
suscitado la famosa crisis, a la vez que alude tangencialmente a la campaña
política que se nos viene encima. Pero pretende hacerlo desde un punto de vista
que ciertamente no es el de los medios escritos o radiales. Al grano.
El candidato a la presidencia, Sr. Rubalcaba, tomando pie de alguna frase
de la oposición, no sé exactamente cual, dejó salir de su boca la siguiente perla:
como tengamos que esperar a que Dios nos
mande algunas indicaciones económicas, vamos listos... ¡Vamos listos!
Como puede suponer el lector lo decía con retintín envuelto en papel cinismo.
Y para mí que le asistía la razón, aunque en un sentido bien distinto del que
pretendía. En efecto, Dios no se aparecerá a ningún político para indicarle el
programa económico a seguir. Como tampoco le susurrará al oído pista alguna de de
tipo político, moral o social.
Un mensaje, que no una
receta
Sin embargo, para los creyentes, Dios habló en la Biblia, sobre todo en el
Nuevo Testamento, ofreciendo los grandes principios que cualquier candidato
honesto a la presidencia haría muy bien en adoptar. Luego cada cual concrete
como mejor sepa. Por mi parte estoy convencido de que si se siguieran las
pautas que hacen al caso, otro gallo muy distinto cantaría en el congreso, en
las empresas, en los sindicatos y, por supuesto, en los grandes centros
financieros.
·
No robarás... No
codiciarás los bienes de tu prójimo.
·
No maltratarás ni
oprimirás al emigrante... No explotarás a viudas ni a huérfanos... Si prestas
dinero a alguien... a un pobre que habita contigo, no serás con él un usurero
cargándole intereses.
·
No explotarás al
jornalero, pobre y necesitado, sea hermano tuyo o emigrante que vive en tu
tierra, en tu ciudad... No defraudarás el derecho del emigrante y del huérfano
ni tomarás en prenda las ropas de la viuda.
·
Más vale poco con
justicia que muchas ganancias injustas.
·
Sé voz de quien no tiene
voz, defensor del hombre desvalido, pronuncia sentencias justas, defiende al
pobre desprotegido.
·
Quien ama el dinero
nunca se sacia.
·
Todo lo que queráis que
haga la gente con vosotros, hacedlo vosotros con ella.
La última formulación constituye una norma democrática donde las haya y que
no permite escapatorias por más elucubraciones que se hagan. Los sueldos de los
políticos, los blindajes de los banqueros, las corruptelas de los organismos
oficiales se derrumbarían como castillos de arena si se cumpliera mínimamente
este criterio.
Por poner un ejemplo: a un congresista le bastan siete años de cotización
para cobrar una sustanciosa pensión de por vida. Al trabajador normal y
corriente se le exigen 30. Lo que quieras para ti hazlo también a tu prójimo.
Una regla de oro.
Un programa alucinante
El evangelio no ofrece recetas. Desconoce a los clásicos de la economía, no
sabe de oferta y demanda, ignora el keynesianismo. Tampoco atiende las
propuestas del Banco Mundial o del Fondo Monetario Internacional.
Ahora bien, las recetas ofrecidas por los economistas con frecuencia fracasan.
Los gurús del negocio no se ponen de acuerdo. Los genios de las finanzas no logran
adivinar el futuro de la bolsa. En cambio, los grandes principios del evangelio
no dicen el cómo de las soluciones, pero sí aportan el clima y el espíritu con
que llevarlas a cabo. Y son infalibles.
Claro que, llegados a un cierto punto, es preciso confesar que las
matemáticas de Dios no son las nuestras. No sirven para nuestra sociedad tal
como está construida. Ya me dirán ustedes el destino de los bancos si en lugar
de intereses exigieran amor y afecto. O si los banqueros se tomaran en serio
aquello de que quien te pida un manto
dale dos... las recapitalizaciones deberían sucederse a diario.
Si en el mundo de la política se hiciera realidad aquello de que el primero será el últimolos que se ensalzan serán humillados,
las listas para el congreso y los ayuntamientos sufrirían un vuelco espectacular.
Y los candidatos se pelearían por ocupar el último lugar de la lista.
Asistiríamos al más alucinante surrealismo.
Un programa político que adoptara las bienaventuranzas nos
desquiciaría. Los mejores serían los
mansos, los de corazón desprendido, los pobres... No tendrían posibilidad
alguna de éxito los violentos, los de lengua viperina, los taimados, los
ambiciosos. El evangelio pondría nuestra sociedad patas arriba.
Dado que la fe no debe invadir terrenos ajenos, dado que muchos ciudadanos
no son creyentes, contentémonos con un programa de mínimos. A la postre bien
podría coincidir con el séptimo mandamiento: no robarás.