A poco que uno lea el ilimitado
flujo de noticias que bracean por el océano de la red se entera de que el mundo
de la farándula anda revuelto. La duquesa por antonomasia, Cayetana de Alba, a
sus 85 años, ha anunciado su boda -la tercera de la serie- que va a tener lugar
hoy mismo.
Dudaba si escribir unas líneas
sobre el particular. Porque me resulta un mundo lejano, penoso, patético, el
que conforman los duques, marqueses y demás especímenes de sangre azul. En una
sociedad democrática y en crisis económica sus vaivenes por las páginas
satinadas de las revistas, sus apariciones en la TV devorándose unos a otros se
hace difícilmente soportable.
Escribiré unas líneas sobre el
acontecimiento y sus implicaciones. Sí, porque no sólo cabe aprender de los
ejemplos luminosos, sino también de los comportamientos poco honrosos. Los
primeros para imitarlos, los segundos para evitarlos.
Prejuicios innatos
Tengo para mí que determinadas
ideas y visiones que impregnan la sociedad contagian a los ciudadanos desde muy
pequeñitos. Luego cristalizan, desarrollan un hálito y un renombre que acaba
adquiriendo la categoría de tabú. Al final no se impugna la creencia común. La
idea ha adquirido un status
incuestionable. Quien trate de transgredir la norma o desacreditar el paradigma
será considerado un desadaptado.
Tal sucede con lo que entendemos
por nobleza o aristocracia, denominaciones arcaicas y trasnochadas donde las
haya. Condes, duques y demás ejemplares a quienes se atribuye sangre azul
logran irradiar una extraña fascinación a su alrededor. Aun cuando en muchas
ocasiones se trate de personajes más dañinos que beneficiosos. Pues que viven parasitando
en el mundo de la farándula, en las revistas del corazón, tratando de exprimir
todo el jugo a los acríticos lectores y espectadores interesados por sus
gestas.
La Sra. Cayetana, duquesa de
Alba, se casa por tercera vez. Le asiste todo el derecho, por supuesto. También
es cierto que a primera vista -ni a las restantes- nadie la confunde con una
joven casadera. El anuncio de la boda ha desatado sus apariciones televisivas y
la prensa escrita -particularmente la llamada del corazón- trabaja horas
extras, pues que la demanda ha aumentado al socaire de la noticia.
La duquesa en cuestión es la
señora que posee más títulos del universo. Lo afirma el Guinness. Seis veces duquesa, 17 marquesa, 20 condesa, además de
otros muchos títulos y 14 veces grande de
España. Posee muchísimas hectáreas de tierra, colecciones de arte,
edificios, participaciones en la bolsa… No en vano sus hijos sólo han accedido al
matrimonio una vez recibida su correspondiente herencia. Piensan que el enamorado
novio, 30 años más joven, debe contentarse
con el amor de la duquesa, aun cuando no sea primerizo.
¿Qué méritos ha cosechado la
señora para acumular tantas riquezas? Nació en el seno de una familia de copiosa
fortuna a la cual, desde muy antiguo, los reyes otorgaron bienes y tierras por
los servicios prestados. ¿Servicios prestados? Sí, desde el propio punto de
vista eran servicios prestados las matanzas en el campo de batalla. Aunque se
metamorfosean en perjuicios ocasionados si se mira desde el ángulo de los que fueron
atravesados por la lanza o perecieron a causa de los trabucazos.
Dado que muchos personajes de la
aristocracia viven muy bien y no se les conoce oficio definido, uno es proclive
a dar crédito a lo que se escucha por las tertulias. A saber, que alimentan las
desavenencias, las apariciones por la pequeña pantalla, los divorcios y las
bodas con el fin de vender tales acontecimientos en exclusiva y recibir un buen
dinero cuando se apagan las luces del plató.
Hay estratos de la sociedad a
quienes les interesa de verdad, y hasta parece preocuparles, el vestido de
novia que se pondrá una anciana de rostro desnivelado y anguloso en su tercera
boda. Interesa el número y la identidad de los invitados que, al parecer, serán
pocos porque si se ampliara el círculo muchos se sentirían ofendidos al no
recibir la correspondiente tarjeta. A la
hora de escribir este artículo he escrito el nombre de la protagonista en Google y hasta me he enterado de que estuvo
de compras con su novio para adquirir la lencería que corresponde a una ajada
duquesa en su noche de bodas.
Moraleja final
Noble debiera apellidarse quien
destaca por sus virtudes, en particular por su sentido de la justicia. Quien
anda interesado por la verdad y trata de vivir honradamente. Quien cultiva la
sabiduría y se esfuerza por inmunizarse ante la corrupción. Estos podrían conformar
con todo derecho una aristocracia y ser modelos a imitar. Los viejos filósofos,
como Platón y Aristóteles, consideraban que personas de este cariz debieran
gobernar el país.
Cuando el noble de hoy en día no
necesita en absoluto de sus muchos bienes para subsistir dignamente, los parlamentos
debieran generar una ley que permitiera expropiarle sus posesiones. Al fin y al
cabo la tierra fue creada para todos y en los inicios no había parcelas
reservadas.
Sin embargo, la palabra propiedad es un vocablo tabú, aun cuando el origen y la legitimidad
de numerosos bienes resulten muy cuestionables. Decían los SS. Padres que todo rico es un ladrón o heredero de un
ladrón. Como fuere, cuando se compara el nivel de vida de algunos nobles
con el de los desharrapados, entran ganas de opinar a favor de la revolución.
Fueron los hombres de una época quienes legitimaron las clases y las
propiedades. ¿Por qué no pueden los hombres de otra generación decidir lo
contrario?
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