El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

miércoles, 29 de agosto de 2018

Lluc y el simbolismo del entorno (y II)


El bosque y los árboles

Los bosques excitaron la imaginación de las sociedades prehistóricas. El conjunto de árboles tenía vida, pero no se movían de un lugar a otro. Cambiaban de aspecto, pero permanecían atrapados en un lugar muy concreto. Para los primitivos los árboles eran muy valiosos: ofrecían alimento, leña y eran aptos para ser transformados en diferentes objetos útiles.

Muy a menudo las diferentes tradiciones asocian el bosque sagrado a ritos de iniciación. Los más indicados apropiados para ello eran los bosques de encinas. Bajo estos árboles los druidas y los antiguos griegos, entre otros, realizaban los ritos más secretos y discutían los asuntos más importantes de la tribu. El vocablo Druida hace referencia al conocimiento de la encina. Y es que atribuían a este árbol numerosas propiedades curativas, casi un poder mágico. En la antigua Grecia la encina simbolizaba la fuerza y la justicia.

Bien se puede considerar que los bosques fueron los primeros templos de la humanidad, lugar en el que se rendía culto a diferentes divinidades y donde éstas se alojaban. La encina fue el árbol sagrado y venerado por los habitantes a lo largo de las regiones bañadas por el Mediterráneo. En Mallorca había abundantes y extensos bosques de encinas. Los ritos funerarios estaban relacionados con la proximidad y el simbolismo de este árbol.


Ya sólo falta decir que Lluc estaba saturado de encinas y que los difuntos de diferentes épocas prehistóricas eran enterrados en cuevas rodeadas de estos árboles. Desde el mismo nombre lucus, se nos sugiere un lugar sagrado. Aquí habitaban los dioses, se enterraba a los muertos y se llevaban a cabo ritos para que la vida fuera dirigida y facilitada per las deidades que tutelaban los acontecimientos humanos.  Todo un ambiente y una atmósfera que de alguna manera aún perdura. Purificada de supersticiones, el alma humana sigue vinculada a los elementos de la naturaleza y no puede hacer nada salvo bracear en el océano del misterio.

El cielo azul

Muchas culturas relacionan el color azul con la divinidad. El motivo es que lo asocian al firmamento —el cielo, habitáculo de Dios— que percibimos como azul. El azul evoca también la eternidad, a lo mejor porque los elementos que se nos antojan más gigantescos y duraderos, como el mar y el cielo, los percibimos de este color.

El azul pues, tiene relación con la calma, la tranquilidad y la melancolía porque sugiere estos estados de ánimo.  De hecho, la obra Azul del poeta Rubén Darío afirma que este color se opone a la desesperación y al sufrimiento y, en cambio, conecta con la esperanza y el ideal. Considera que el azul es el color de los sueños y del arte. El color del océano y del firmamento.

En Lluc hay días en los que el cielo se tapa con la neblina o las nubes. Sin embargo la mayoría de las jornadas veraniegas muestra un azul brillante, sin nube alguna. Entonces genera un estado de gozo, casi de excitación, caminar per los viejos senderos observando el horizonte.


No se olvide la sotana azul de los monaguillos que deambulan por estos parajes cantando a la Virgen. No son angelitos, como muchos visitantes suponen, pero sí saben salir bien ordenados hacia el presbiterio y trepar por el pentagrama. Sus educadas voces son capaces de inducir al llanto a más de un peregrino.

De noche cabe admirar el mantel oscuro del firmamento que cubre Lluc, virgen de toda contaminación lumínica y repleto de lucecitas fulgurantes. El conjunto inspira sentimientos de poesía, aguijonea la imaginación. El conjunto habla de trascendencia asegurando que, más allá del entorno cercano, Alguien acompaña nuestros pasos con ternura. Entonces el peregrino pone su pensamiento rumbo a la imagen de la Virgen de Lluc con su hijo en brazos. Y de la imagen da un salto hacia el misterio con mayúscula del que también balbucean la cueva, los árboles y el cielo azul.  

domingo, 12 de agosto de 2018

Lluc y el simbolismo del entorno (I)


Llevo ya unos cuantos años viviendo en el santuario de Lluc. Poco a poco el entorno va penetrando por los poros de la persona casi inconscientemente. No estará de más tratar de describir la experiencia de quien merodea por el lugar. Dividiré el escrito en dos partes.

A menudo se oye de boca de los excursionistas, sea que suban a Lluc a pie o en vehículo, que es agradable respirar aire puro, otear el horizonte azul y caminar entre encinas centenarias. Más aún si el balar de las ovejas y cabras resuena en los alrededores. ¿Por qué no profundizar en la experiencia que supone subir la montaña y poner nombre a las emociones y a los estados de ánimo que cada elemento del entorno produce en el caminante?

La montaña

La Serra de Tramuntana es el conjunto montañoso más extenso de Mallorca. Unos 90 kilómetros de largo per unos 15 de ancho: desde el Cap de Formentor hasta la Mola d’Andratx. Más de 10 kilómetros superan los 1.000 metros de altura. Lluc se sitúa en la zona norte de la Serra. Aquí, dice el poeta Costa i Llobera, entre montes solitarios, Maria, com a Reina, té un castell.


No es indiferente al sentimiento humano y religioso la situación geográfica del Santuario de Lluc. La montaña simboliza universalmente la proximidad con el mundo espiritual o divino. Está más cerca de lo que llamamos cielo y que un tradicional modo de hablar considera vivienda de Dios.

Desde la montaña se domina el mundo de los humanos. A la cima se le atribuye el punto de encuentro entre cielo y tierra. Las peregrinaciones a menudo tienen como objetivo algún santuario situado en lo alto de una montaña. Éste es el caso de Lluc. Entre los numerosos significados de la peregrinación se incluye el de dejar atrás el día a día para ascender a la altura y en algún modo acercarse a la transcendencia.

Por otro lado, la montaña incluye también el concepto de estabilidad y permanencia, e incluso el de pureza. Si se nos permite aludir a una de les tradiciones de nuestro mundo, la china, diremos que la montaña se opone al agua. La inmutabilidad frente al cambio permanente.

En la Biblia grandes acontecimientos tienen lugar en la cima de una montaña. He aquí una muestra:  El Moriah, en el que Abraham estuvo a punto de sacrificar a su hijo. En el Sinaí Dios se aparece a Moisés y le hace entrega de las tablas de la Ley. El Tabor es la colina en la que Jesús se transfigura. El Calvario es el montículo en el que muere clavado en la cruz. La montaña como escenario de grandes hazañas en el judaísmo y el cristianismo, pero también en muchas otras tradiciones.

Hay que subir para llegar a Lluc. Muchas generaciones, desde hace 750 años han hecho este camino y lo han sembrado de leyendas. Lluc, en lo alto de una montaña, donde se respira aire limpio y puro, desde donde a menudo se observa un firmamento incontaminado. Aquí se alza el Santuario, el castillo de la Virgen.  

La cueva

Los místicos cristianos frecuentemente hacían referencia a la cueva. Eckhart comparaba la gruta a la chispa del alma. Sta. Teresa aludía a ella como un castillo interior. Desde la psicología, pero ya antes de que existiera esta ciencia, la cueva es un símbolo del inconsciente y un lugar idóneo para el encuentro con Dios.

No es extraño comparar la cueva con el corazón humano. El corazón está en el interior de la persona. En él el individuo se sumerge y profundiza en sus pensamientos. Los primeros monjes no sólo iban al desierto, sino que muchos de ellos decidieron vivir en una cueva. Allá habitaban en compañía de una profunda quietud. El yo egoísta, el ruido, la imaginación desbordante y también las angustias, todo lo dejaban a la entrada de la cueva para encontrarse con el  yo auténtico y más profundo.

Salida de la conocida como
"cova dels morts" a poca distancia del santuario
En el entorno de Lluc tiene lugar la espectacular acción de la erosión cárstica. El adjetivo, que suena un poco extraño, designa un terreno compuesto por rocas de carbonato cálcico. Este material, si se halla en la superficie, se disuelve poco a poco por la acción del agua. Entonces configura algunas rocas, valga la extrapolación, en formas imaginativas como el camell. Y si el material está cubierto por capas de tierra entonces el agua drena en dirección horizontal por el terreno cárstico y lentamente va construyendo las cuevas.

El valle conocido como Cometa dels Morts aloja un buen número de cuevas. La más conocida es la cova dels morts. El topónimo tiene relación con los restos de enterramientos de la época talayótica. Por cierto, esta cueva fue excavada por un religioso de la comunidad del santuario, el P. Cristòfol Veny, y parte del material se puede ver en el Museo de Lluc.

El extenso encinar que se halla alrededor de las cuevas, les rocas cinceladas por la lluvia de siglos, el azul infinito del firmamento… sugirieron a los habitantes de la prehistoria que esta región era habitada por sus deidades. Un sitio en el que enterrar a sus muertos. Un paraje mágico que los romanos llamaron lucus, adaptando fonemas anteriores. Y lucus significa precisamente bosque sagrado.

Lluc participa del simbolismo de la cueva: lugar sagrado, de quietud imperturbable. Lluc se encuentra rodeado de árboles, de rocas, de un cielo incontaminado. En la cueva no hay elementos que puedan distraer de la presencia y la experiencia de Dios. Lluc está situado en un valle e irradia paz. Recuerda que los antepasados se hallan muy cerca, en el seno de la tierra. Con ellos se hace presente todo un conjunto de costumbres y estilos de vida. El momento y el lugar son propicios para reflexionar sobre el misterio del tiempo y de la transcendencia. Dins el cor de la muntanya —el corazón, símbolo de la cueva— Mallorca guarda un tresor. (Continuará)

miércoles, 1 de agosto de 2018

Cien mil visitas al blog


A estas horas el contador de mi blog —que generosamente (?) me proporciona Google— me informa de que 100.000 transeúntes han pasado por la web cuya clave tengo en mi poder. Claro que no todo el que pasa lee el artículo hasta el final, en cualquier caso, todos ellos han estado frente a la página y algo habrán ojeado desde el momento que entraron en el lugar.

Voy a celebrar este número redondo de artículos “leídos” tratando de aflorar algo del trasfondo que sostiene la tarea.  

Una autoexploración

Escribir es un ejercicio de autoexploración. Es preciso exprimir los sentimientos para que segreguen los vocablos adecuados. De ahí que cuanto más uno escribe, más se conoce a sí mismo. Sus emociones, sus sentimientos, sus ideas solapadas entre las rendijas del alma.

El proceso de escribir podría compararse incluso con una especie de alquimia que tiene que ver con el pensar, el sentir y la realidad de las cosas que nos rodean. Me atrevo a decir que escribir es una forma de relacionarse con el mundo de alrededor. Cada uno tiene su forma de mirar el mundo como cada ave tiene su forma de volar. La escritura atestigua justamente esta propia y exclusiva forma de mirar el mundo.

Recuerdo haber leído en alguna parte que “buscando escribo y escribiendo busco”. Un excelente resumen de lo que me propongo decir. Escribir es una aventura refinada. Casi diría que genera endorfinas. Naturalmente, siempre que el sujeto tenga las papilas gustativas suficientes para degustar el manjar.

Una terapia

Escribir puede equivaler a una consulta con el psicólogo. Plasmar en un folio en blanco aquello que nos preocupa, la rutina diaria, lo que nos agrada y lo que nos fastidia ayuda a sostenerse en los días aciagos. Hay quien escribe para no ahogarse, para no salir derrotado de los días malos que inevitablemente desfilan en la vida de uno. Incluso el hecho de ocupar un tiempo para lo que yo quiero, y me gusta, ayuda a sobreponerse al estrés.
Hay cosas que a uno le incomodan, pero que no tiene la oportunidad de decir en voz alta. O simplemente no le parece correcto. O no se anima a desembucharlas. Con la escritura se facilita el proceso. Algunas ideas quedarían para siempre en el anonimato si no fuera porque hallan salida en el papel o la web que las sostiene. 

Un modesto legado

Cada día que pasa tenemos un día más o, quizás mejor, un día menos. Nadie vive más allá de la fecha de caducidad marcada —aunque invisible— en su lomo. ¿Por qué no dejar unos pensamientos, un libro, unas cuartillas a los nietos o simplemente a los que nos sobrevivirán? Puede que no les interesen, pero puede que sí.

Con la escritura se siembran pedacitos de uno mismo en el interior del prójimo. Aun cuando uno no sea muy leído, siempre las semillas permanecen ahí, dispuestas a enterrarse en el alma ajena.  Escribir es un coloquio con uno mismo y con el vecino que se tome la molestia de descifrar el escrito.

Normalmente las palabras se disuelven al poco tiempo de resonar en el aire. Los escritos tienen mayor garantía de solidez. Los fonemas se apagan al poco rato, en cambio, permanece la posibilidad de leer lo que se plasmó en blanco y negro. Además, el hecho de estampar ideas en el papel permite escapar de la rutina y la inercia. Escribir, afirmó Larra, es llorar. Sí, pero también puede ser imaginar y explorar.

Con el blog uno se comunica. He tenido numerosos estudiantes en las aulas de varios centros de enseñanza. Entre ellos, los de Sto. Domingo (República Dominicana) y Puerto Rico. Pienso en los rostros de aquellos estudiantes. Y me consta que más de uno lee estos escritos. A la distancia de miles de kilómetros causa satisfacción saber que estamos en comunión. Luego el que un día fue alumno reflexionará y diferirá o no de lo leído. Pero, por un momento, habrá bebido de la fuente que le he proporcionado.

Perfilar las ideas

Las ideas suelen tener unos perfiles difuminados. Son suficientemente consistentes cuando las piensa uno mismo. Pero en cuanto se quieren expresar al prójimo, cuando hay que convertirlas en palabras, entonces se requiere que los perfiles sean sólidos y contundentes.

Tengo experiencia de ello en mis muchos años de enseñanza. Los alumnos iban tranquilos al examen. Habían dado vueltas en su cabeza a la idea que expresarían frente al tribunal. Sin embargo, luego —no sólo por nerviosismo— no eran capaces de expresar lo que sí estaba muy claro para sí mismos. Trataban de formular el concepto, pero los bordes se desmoronaban como mantequilla en el microondas. Mi consejo era que la mejor manera de recordar y dar forma a las ideas consistía en escribir un guión, un resumen, los aspectos más sobresalientes de las mismas.

No raramente surgen de nuestro interior sensaciones de contornos indefinidos. Se completarán, como si un puzle se tratara, a medida que se desmenucen las emociones, los relatos y anécdotas vividas. Pero todo ello acontece si uno mantiene la pluma entre los dedos o las dos manos sobre el teclado. De no ser así las ideas acaban difuminándose y desmoronándose finalmente en el caos.

Frente a la cuartilla en blanco, con la disposición de emborronarla, y obligado a soltar amarras, se le dan vueltas a las ideas y a los sentimientos. A lo largo de la experiencia se descubren matices que antes habían pasado desapercibidos.

El placer de escribir

Al escribir uno navega por aguas familiares y conocidas. Escoges los adjetivos que te placen. Nadie te contradice —al menos en el momento que presionas las teclas— y la bonanza empuja el bajel.

Escribir es un placer, por otra parte, siempre que uno alimente inquietudes y tenga un mínimo de gusto literario. Recrear —que no copiar— el estilo de los grandes escritores y verificar que se consiguen algunas metas, sin duda proporciona un notable placer espiritual.

Las palabras son como un enorme rebaño que pace en el diccionario. Constituye un placer elegir una entre muchas. La que se ajuste al tono, al contexto, a lo que se pretende comunicar, al propio carácter.

Cada uno tiene su forma de mirar el mundo como cada pájaro tiene su forma de volar. La escritura atestigua justamente esta propia y exclusiva forma de mirar el mundo.
Gracias a los 100.000 navegantes de mi blog.