El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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jueves, 13 de agosto de 2009

El hombre que odiaba las estrellas

Este verano he leído a un autor que ya conocía desde mi juventud, aunque llevaba muchos años sin tenerlo en cuenta. He tropezado con él navegando por internet y me ha picado la curiosidad, pues recuerdo que en su día admiré el despliegue de imaginación de que es capaz, su estilo rotundo, sus aseveraciones con frecuencia temerarias y con pocos matices, su afán provocador...

Hay autores cuyos pensamientos o relatos se desvanecen al cabo de los años. No es éste el caso del italiano Giovanni Papini que ya desde niño se propuso escribir síntesis universales a las que nada le escapara. Naturalmente, una y otra vez tenía que dejar una temática para abordar otra. Lo cuenta él mismo en su biografía un hombre acabado.

El libro al que me refiero se titula Gog, un nombre tomado del Apocalipsis, un seducido por Satán. Supongo que con ello trata de dar una pista. El hecho es que las páginas de la obra están compuestas por las reflexiones del tal Gog, un estrafalario multimillonario que recorre el mundo y finalmente termina sus días en un manicomio. Gog demuestra una imaginación desmedida, siempre dispuesta a sorprender al lector. Sus relatos envueltos en una capa corrosiva y satírica resultan de fácil lectura. Suelen ofrecerse bajo el formato de la entrevista, si bien muchas páginas están llenas de monólogos.

Por el libro pasan infinidad de personajes famosos y se acumulan relatos esperpénticos, extravagantes, fantasiosos. Este millonario americano decide dilapidar su fortuna para explorar el mundo y sus habitantes realizando todo tipo de experimentos y entrevistándose con los personajes más relevantes de la historia. Ante nadie se acompleja. Dice lo que le viene en gana, sin que le impresione la historia oficial o el prestigio ganado a través de los siglos.

¿En broma o en serio?

No sé si el libro se toma en serio lo que dice, si está escrito en tono humorístico o si tal vez no es más que una terapia para el autor. Es posible que desee vomitar las extrañas ideas que bullen en su interior para librarse de las mismas. Como fuere, considero que su prosa adquiere un muy notable valor literario, que su imaginación está fuera de toda duda y que su talante provocador no necesita demostración. Para mi personal gusto lo encuentro un pelín más retorcido de lo aconsejable, pero ello no opaca sus valores.

El autor es un italiano muy prolífico que murió hace poco más de medio siglo. Pasó por varias ideologías y creencias. Escribió narrativa, poesía y ensayo. Católico declarado al final de su vida, aunque para nada dispuesto a comportarse como sumisa oveja del redil.

Traigo este libro a colación porque uno de los capítulos me llamó poderosamente la atención. En mi vida he leído muchos párrafos laudatorios de la naturaleza, del cielo estrellado. Los escritores describen el panorama y el destilado que produce su estado de ánimo: poesía, sentimiento, interjecciones estéticas, alabanza al Creador, etc. Pero no cabe esperar que la visión de un paisaje engendre el odio. Pues bien, Gog odia profundamente el cielo estrellado.

Tras decir que no le entusiasma la tierra, pero que, después de todo, se le puede sacar jugo y se la siente cercana, Papini pone en los labios de Gog las siguientes frases: lo que odio más ferozmente es el cielo superior, el firmamento. Tolero el Sol bestial, con su cara de fuego llena de lunares, a causa de su utilidad; ¡pero la noche, las estrellas! El infinito no me aterroriza; me disgusta y me ofende.

Sigue el libro. Para sufrir la humillación de mi pequeñez bastaba la tierra. La provocación del cielo estrellado es desproporcionada, prepotente, vergonzosa. Aquellos millones de soles que aparecen a mis ojos como átomos desordenados de luz eléctrica, ¿qué tienen que ver conmigo? ¿Qué quieren? ¿Para qué me sirven? ¿Para qué vuelven todas las noches llamas milenarias, a insultar la brevedad de mis días en este ángulo vacío?

El autor tira de su elocuencia con el fin de ganar credibilidad y espantar las dudas acerca de su sinceridad. El cielo es una injuria perpetua e insoportable. Las estrellas no me conocen y yo no podré nunca hacer nada de ellas ni contra ellas. Cuando he sabido a cuántos millares de años de luz distan de mí, y cuántos siglos emplea su claridad para llegar a la Tierra, no he hecho más que dar forma aritmética a mi rabia.

Una cita más a continuación. Yo siento el cielo como algo extraño, remoto, esto es, enemigo. Los cometas que, sin un objeto razonable, arrastran su cola por el infinito, no me dicen nada que me consuele. Las nebulosas, amontonamientos confusos de polvo cósmico, me exasperan como todas las cosas informes no terminadas. En lo que se refiere a los planetas y a los satélites, aduladores extintos que dan vueltas para obtener la limosna de un poco de luz, me causan repugnancia y despecho.

¿Provocación o locura?

Y no insisto, pero hay más párrafos por el estilo. ¿Quiere provocarnos Papini? ¿Se propone ser original? ¿Realmente cree lo que dice? Confieso que a mí me desconcierta leer estas frases. Uno bien puede sentirse insignificante ante la inmensidad del firmamento, pero no me había pasado por la mente que pudiera ofenderse con tanta vehemencia mirando el parpadeo de los lejanos astros. Nunca se me ocurrió que los guiños del firmamento pudieran interpretarse como injuria a la pequeñez humana.

Precisamente leí estas páginas el día después de pasarme un buen rato bajo las estrellas, mientras gozaba de una gratificante brisa y dejándome envolver por la estupefacción de los espacios sin comienzo y sin fin. Me preguntaba si aquel panorama sobrecogedor, que nos sobrepasa por los cuatro costados, podía ser generado por la nada, como argumentan los ateos o como se interrogan los escépticos.

Simplemente dejo constancia de una sorpresa que, como un astado, me embistió en el flanco una calurosa tarde de verano. ¿Qué le parece al lector? ¿Un sarcasmo?, ¿una locura?, ¿una provocación para hacerse interesante? ¿Una total imposibilidad de sintonizar con el sentimiento estético?

Para algunos la belleza es la que salvará al mundo y buena parte de esta belleza late y parpadea en el firmamento traslúcido contemplado desde la montaña. Para otros el firmamento punteado de estrellas es una ofensa que les engendra el odio a borbotones. Curioso y paradójico. Hay gente pa’ todo, que decía el popular filósofo...

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