El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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domingo, 23 de agosto de 2009

Se busca perfil para el presbítero


















Escribí en el mes de agosto una especie de editorial para un boletín interno de periodicidad mensual acerca de la variedad de modelos de sacerdote en la Iglesia católica. Reproduzco los breves párrafos de la misma.

En cuanto a la apariencia externa se observa al presbítero de barbas descuidadas, harapos por camisa y con sandalias permanentes, lo mismo en el altar que en el cuarto de baño. En el otro extremo, naturalmente, el personaje de hábito talar que anda ensimismado y sin mirar a los lados, no fuera a peligrar su exquisito, artificioso y bien ordenado mundo interior.

Y en un amplísimo terreno intermedio encontramos al pastor vestido de clergyman impecable, de mirar altivo, de cuello albino, de camisa a la medida y de pelo domesticado bajo la gomina. Más lejos, el cura de corbata o jersey… Y por ahí van desfilando el resto de los tipos, entre los cuales no falta el que exhibe en la camiseta el rostro de algún personaje connotado.

Algunos sacerdotes se sienten como pez en el agua dirigiendo el culto, presidiendo celebraciones y moviéndose en el ámbito del templo. Mientras que a otros se les nota a la legua que no se encuentran en su salsa en estos medios. Lo suyo es la guitarra, el grupo de jóvenes o quizás la retirada a un espacio interior. Y no faltan los presbíteros que habitualmente no pisan el presbiterio.

Está el cura que aboga por una espiritualidad encarnacionista: no se priva de espectáculos de etiqueta ambigua y cifra su meta en alternar con el personal. En la parte contraria de la galería hay quien aboga por la fuga mundi, por el ostracismo a fin de resguardarse y no tropezar con los ardides que le tiende el maligno.

A unos les preocupa la ortopraxis: el buen hacer. A otros la ortodoxia: el correcto pensar. Estos suelen ser más cicateros. Los de un lado viven mimando a su grey y hacen consistir su espiritualidad en atender a la comunidad. Los del otro se sienten carismáticos y prefieren moverse libremente sin fronteras parroquiales o comunitarias.

Lo cierto es que el colectivo que nos ocupa es muy plural y variado. Con lo cual los fieles no saben muy bien a qué atenerse. ¿Escandalizarse o resignarse? ¿Emigrar del problema y que allá se las arreglen? ¿Criticar el formalismo y el sacralismo para abogar por un perfil de ministro más humano y cercano?

No existen recetas, pero tampoco parece justo liquidar el asunto con el todo vale. En el año sacerdotal, iniciado hace un par de meses, cabe el modelo de sacerdote educador, enfermero, asistente social, obrero y científico… Pero todo ello sin escandalizar, sin pretender dar el tono, sin vestirse de modo acicalado o de modo descuidado con el único objeto de atraer la atención.

Juan Pablo II recurrió a una hermosa imagen que recupero por su acierto. La luna no tiene luz propia, pero refleja la del sol. Habrá ministros ordenados mediocres y los habrá tan preciosos como el diamante. Pero de unos y otros cabe esperar que no opaquen la luz del sol que es el único y Sumo sacerdote.

Mientras los interesados no se apropien de la luz que meramente reflejan, mientras no se erijan en protagonistas con cualquier motivo, mientras no usen de su ministerio para beneficio personal, hay lugar para un buen margen de pluralidad y libertad.


jueves, 13 de agosto de 2009

El hombre que odiaba las estrellas

Este verano he leído a un autor que ya conocía desde mi juventud, aunque llevaba muchos años sin tenerlo en cuenta. He tropezado con él navegando por internet y me ha picado la curiosidad, pues recuerdo que en su día admiré el despliegue de imaginación de que es capaz, su estilo rotundo, sus aseveraciones con frecuencia temerarias y con pocos matices, su afán provocador...

Hay autores cuyos pensamientos o relatos se desvanecen al cabo de los años. No es éste el caso del italiano Giovanni Papini que ya desde niño se propuso escribir síntesis universales a las que nada le escapara. Naturalmente, una y otra vez tenía que dejar una temática para abordar otra. Lo cuenta él mismo en su biografía un hombre acabado.

El libro al que me refiero se titula Gog, un nombre tomado del Apocalipsis, un seducido por Satán. Supongo que con ello trata de dar una pista. El hecho es que las páginas de la obra están compuestas por las reflexiones del tal Gog, un estrafalario multimillonario que recorre el mundo y finalmente termina sus días en un manicomio. Gog demuestra una imaginación desmedida, siempre dispuesta a sorprender al lector. Sus relatos envueltos en una capa corrosiva y satírica resultan de fácil lectura. Suelen ofrecerse bajo el formato de la entrevista, si bien muchas páginas están llenas de monólogos.

Por el libro pasan infinidad de personajes famosos y se acumulan relatos esperpénticos, extravagantes, fantasiosos. Este millonario americano decide dilapidar su fortuna para explorar el mundo y sus habitantes realizando todo tipo de experimentos y entrevistándose con los personajes más relevantes de la historia. Ante nadie se acompleja. Dice lo que le viene en gana, sin que le impresione la historia oficial o el prestigio ganado a través de los siglos.

¿En broma o en serio?

No sé si el libro se toma en serio lo que dice, si está escrito en tono humorístico o si tal vez no es más que una terapia para el autor. Es posible que desee vomitar las extrañas ideas que bullen en su interior para librarse de las mismas. Como fuere, considero que su prosa adquiere un muy notable valor literario, que su imaginación está fuera de toda duda y que su talante provocador no necesita demostración. Para mi personal gusto lo encuentro un pelín más retorcido de lo aconsejable, pero ello no opaca sus valores.

El autor es un italiano muy prolífico que murió hace poco más de medio siglo. Pasó por varias ideologías y creencias. Escribió narrativa, poesía y ensayo. Católico declarado al final de su vida, aunque para nada dispuesto a comportarse como sumisa oveja del redil.

Traigo este libro a colación porque uno de los capítulos me llamó poderosamente la atención. En mi vida he leído muchos párrafos laudatorios de la naturaleza, del cielo estrellado. Los escritores describen el panorama y el destilado que produce su estado de ánimo: poesía, sentimiento, interjecciones estéticas, alabanza al Creador, etc. Pero no cabe esperar que la visión de un paisaje engendre el odio. Pues bien, Gog odia profundamente el cielo estrellado.

Tras decir que no le entusiasma la tierra, pero que, después de todo, se le puede sacar jugo y se la siente cercana, Papini pone en los labios de Gog las siguientes frases: lo que odio más ferozmente es el cielo superior, el firmamento. Tolero el Sol bestial, con su cara de fuego llena de lunares, a causa de su utilidad; ¡pero la noche, las estrellas! El infinito no me aterroriza; me disgusta y me ofende.

Sigue el libro. Para sufrir la humillación de mi pequeñez bastaba la tierra. La provocación del cielo estrellado es desproporcionada, prepotente, vergonzosa. Aquellos millones de soles que aparecen a mis ojos como átomos desordenados de luz eléctrica, ¿qué tienen que ver conmigo? ¿Qué quieren? ¿Para qué me sirven? ¿Para qué vuelven todas las noches llamas milenarias, a insultar la brevedad de mis días en este ángulo vacío?

El autor tira de su elocuencia con el fin de ganar credibilidad y espantar las dudas acerca de su sinceridad. El cielo es una injuria perpetua e insoportable. Las estrellas no me conocen y yo no podré nunca hacer nada de ellas ni contra ellas. Cuando he sabido a cuántos millares de años de luz distan de mí, y cuántos siglos emplea su claridad para llegar a la Tierra, no he hecho más que dar forma aritmética a mi rabia.

Una cita más a continuación. Yo siento el cielo como algo extraño, remoto, esto es, enemigo. Los cometas que, sin un objeto razonable, arrastran su cola por el infinito, no me dicen nada que me consuele. Las nebulosas, amontonamientos confusos de polvo cósmico, me exasperan como todas las cosas informes no terminadas. En lo que se refiere a los planetas y a los satélites, aduladores extintos que dan vueltas para obtener la limosna de un poco de luz, me causan repugnancia y despecho.

¿Provocación o locura?

Y no insisto, pero hay más párrafos por el estilo. ¿Quiere provocarnos Papini? ¿Se propone ser original? ¿Realmente cree lo que dice? Confieso que a mí me desconcierta leer estas frases. Uno bien puede sentirse insignificante ante la inmensidad del firmamento, pero no me había pasado por la mente que pudiera ofenderse con tanta vehemencia mirando el parpadeo de los lejanos astros. Nunca se me ocurrió que los guiños del firmamento pudieran interpretarse como injuria a la pequeñez humana.

Precisamente leí estas páginas el día después de pasarme un buen rato bajo las estrellas, mientras gozaba de una gratificante brisa y dejándome envolver por la estupefacción de los espacios sin comienzo y sin fin. Me preguntaba si aquel panorama sobrecogedor, que nos sobrepasa por los cuatro costados, podía ser generado por la nada, como argumentan los ateos o como se interrogan los escépticos.

Simplemente dejo constancia de una sorpresa que, como un astado, me embistió en el flanco una calurosa tarde de verano. ¿Qué le parece al lector? ¿Un sarcasmo?, ¿una locura?, ¿una provocación para hacerse interesante? ¿Una total imposibilidad de sintonizar con el sentimiento estético?

Para algunos la belleza es la que salvará al mundo y buena parte de esta belleza late y parpadea en el firmamento traslúcido contemplado desde la montaña. Para otros el firmamento punteado de estrellas es una ofensa que les engendra el odio a borbotones. Curioso y paradójico. Hay gente pa’ todo, que decía el popular filósofo...

domingo, 2 de agosto de 2009

Cumplir años....

El día del cumpleaños suele asociarse a las felicitaciones, saludos, obsequios, así como a los consabidos festejos con torta incluida -o bizcocho en otras latitudes-. Pues no ha sido así este año para mí ni en la mayor parte de los que ya quedaron atrás. Se da el caso de que en esta época del año suelo estar fuera de casa y en circunstancias no habituales. En este último cumpleaños (el 29 del pasado julio) he participado, y en parte organizado, un ciclo de conferencias en la cima de la montaña de Randa (Mallorca).

No soy proclive a recordar a los compañeros este día. Será por un exagerado pudor o porque se me antoja menos decoroso eso de mendigar atenciones. Los demás también se encuentran desplazados de la rutina diaria y nada extraño que no hayan reparado en ello. Aunque sí he recibido un buen número de felicitaciones de amigos registrados en el facebook, a través del correo electrónico y algunas por teléfono.

El anonimato, por lo demás, no me desagrada. Y en absoluto me entristece que a mi alrededor no se haga mención de la fecha. También pasó desapercibido mi cuarto de siglo de vida presbiteral y nada hice en su día para revertir la situación. Años atrás quizás este hecho me hubiera entristecido. Ya no, uno va curtiéndose con el tiempo. Y, después de todo, no tengo derecho a reclamar ser el centro del grupo aunque sea por unas horas. O las felicitaciones surgen de modo espontáneo o mejor cerrar un ojo.

La noche anterior al cumpleaños tuve unos momentos de intensa paz. Me sumergí en un estado -ni racional ni irracional- desde el que evocaba numerosos hechos y sentimientos de mi pasado. Tal vez me acercaría a la definición del momento si aludiera al estado a que se refiere el budismo cuando alude a una intensa concentración sin que, al mismo tiempo, nada concreto registre el pensamiento ni la emoción.

El hecho es que desde la cima del monte donde residía se aprecia una vista maravillosa. Un panorama como debe percibirlo el águila o el pasajero cuando el avión se dispone al aterrizaje, pero todavía permite un amplísimo ángulo de visión. Era una noche veraniega en la que se experimentaba una gratificante brisa. Abajo en la llanura se divisaban multitud de lucecitas que indicaban la presencia de casas y carreteras. En lo alto del firmamento lucían pocas estrellas, pero sí una luna rotunda y ensoñadora.

Un año más… y van 63. ¿Qué grado de maduración he obtenido? ¿He sido útil de verdad a otros a lo largo de la vida? ¿He sido feliz? ¿Qué me espera? ¿Una vejez sin demasiadas dificultades de salud o atada a una silla, dependiente de otros? ¿Se me agriará el carácter o tal vez ejerceré de benéfico patriarca con quienes se encuentren a mi alrededor? La respuesta depende de la siembra: en buena parte uno se construye su propio futuro. Se me agolpaban estos pensamientos, aunque sin desmenuzarlos. Los evocaba sin masticarlos.

Cuando los años van acumulándose

A propósito de aniversarios, llevo años formulándome la misma pregunta: ¿un año más o un año menos? Difícil la respuesta. Cumplir años equivale a tomar una mayor conciencia de quienes somos y del entorno en que vivimos. Es tanto como percibir si la carga que llevamos a cuestas es leve o pesada. Un año más obliga a dilucidar si somos afortunados o no, si maduramos y recapacitamos. El aniversario nos invita a perdonar al prójimo y a perdonarnos a nosotros mismos por vivir con frivolidad y con excesiva rutina.

Un año más depositado en el saco de la vida equivale a asumir responsabilidades y, en consecuencia, a alejarnos del pequeño niño juguetón que vive en nuestro interior, si es que todavía no lo hemos aniquilado. Cumplir años significa pasar cuentas, pero no excluye el soñar.

Los años han sido testigos elocuentes de que a nuestro alrededor existen miserias, injusticias y deserciones. Pero no podemos cargar con todo ello como si nuestras espaldas en exclusiva, cual víctima propiciatoria, debieran sostener todo el peso. Los numerosos males que pululan alrededor no debieran robarnos el gozo ni la sonrisa. Si ya existe tanta tristeza y tanto gesto sombrío en la sociedad, lo que procede es ayudar a disipar estos males y no hacerlos más densos.

Cumplir años es buscar la propia verdad, más que la verdad en abstracto. Es tolerar más y mejor, tolerar los acontecimientos que no pueden variarse y esbozar una sonrisa que tal vez alegre a nuestro compañero de viaje.

Los aniversarios llevan a deslizar el recuerdo hacia aquellos amigos que se fueron y que ha habido que borrar de la agenda. El pensamiento confronta la galería de personajes que han influido en nuestras vidas, una galería en la que topamos con muchas sillas vacías de profesores, cineastas, escritores y músicos que conocimos y admiramos. Incluso nos vemos obligados a constatar que han desaparecido algunos compañeros de camino. Y todo ello no deja de ser un aviso para navegantes.

El cumpleaños invita a vivir simultáneamente sentimientos de alegría, de tristeza, de melancolía. Los años convocan a los recuerdos y, como las cerezas, van tirando de ellos unos tras otros. Claro que también se cumplen años simplemente dejándolos pasar, no muriéndose antes que el calendario marque la fecha convenida. Pero de esta guisa los cumple igualmente el animal y el vegetal.

Desde un punto de vista creyente cumplir años significa dar un paso más hacia el abrazo que Dios Padre nos brindará al final de la vida. Cuando Él mismo enjuague nuestras lágrimas y recoja nuestras sonrisas. Cuando ya no tengamos necesidad de luz porque Él mismo se convertirá en la luz que nos ilumine.