El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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jueves, 24 de septiembre de 2009

Barcelona, punto final

Sigo tras el largo preámbulo del artículo anterior sobre Barcelona, mi ciudad natal, donde resido en el presente. Una ciudad cuya historia se pierde en la noche de los tiempos y que no es mi propósito desempolvar, desde luego. De todos modos vale la pena recordar que en ella existieron pobladores desde hace 4.000 años. El nombre -Barcino- procede de los romanos. Por cierto, el centro romano de la ciudad parece que lo emplazaron donde hoy se levanta la plaza de Sant Jaume, es decir, donde se asientan las instituciones políticas básicas de la Generalitat y el ayuntamiento.

Arte sublime: el gótico, Gaudí…

Más que las ruinas romanas llaman la atención a los turistas actuales los edificios góticos, tanto civiles como religiosos: su verticalidad y luminosidad, la bóveda de crucería y el arco ojival. Para mí el ejemplo máximo de este arte resplandece en la Iglesia de Santa María del Mar. El espectador sensible se extasía ante el enorme espacio que se abre tras cruzar el umbral. Los vitrales que filtran la luz, la imagen iluminada de la Virgen blanca sobre la columna desnuda… No me canso de saborear el panorama desde que la descubrí apenas hace unos años. La arquitectura es un arte que puede transportarnos a regiones de gran belleza, nos permite asomarnos al alma de los genios, nos evoca sensaciones de utopía.

El barrio gótico con su catedral y sus calles serpenteantes irradia una belleza peculiar. Sobre los adoquines de las calles se han ido acumulando los posos de acontecimientos muy diversos a lo largo de los siglos. Catástrofes, festividades, gozos, penas, epidemias, guerras… Se diría que al avanzar por las calles estrechas y húmedas los hechos que narran los libros y las novelas recobran vida. Claro, con la complicidad de una pequeña dosis de fantasía por parte del caminante.

Luego está el sello de la obra de Gaudí, el famosísimo arquitecto cuyo arte traspasa todas las fronteras. En verano, filas inacabables de turistas, especialmente japoneses, esperan durante horas para entrar en la Sagrada Familia, su obra cumbre. Pero en Barcelona hay otras muchas creaciones suyas.

Yo tengo el privilegio de vivir a pocos metros del parque que lleva su nombre. La geometría fantástica elaborada por la mente del genio quedó plasmada en las columnas y mosaicos del mencionado parque. Gaudí es el arquitecto original y creativo cuyas obras admiran millones de amantes del arte. Las formas que modeló en casas, Iglesias y parques transmiten una sensación difícil de describir, pero en todo caso bordeada de efervescente emoción.

Las ramblas pintorescas

Las ramblas son el gran paseo de los barceloneses. Allí se encuentra un abigarrado conjunto de mercancías: pájaros, flores, tarjetas, recuerdos, prendas de vestir… Y las avenidas están salpicadas de personas que «hacen la estatua». Lo mismo se topa uno con Ronaldinho que con un pistolero del Oeste o a una damisela de principios de siglo. Vale la pena detenerse para comprobar que se trata de seres humanos completamente pintados que no mueven ni las cejas durante larguísimos ratos. Quizás se permiten una sonrisa cuando alguien deposita unas monedas sobre la alfombra. Es el objetivo buscado, después de todo.

Barcelona se compone de diferentes barrios, cada uno de los cuales tiene su propia personalidad. Alguno era, años atrás, una población autónoma e independiente antes de que la metrópoli devorara los territorios aledaños. Así Gracia es una ciudad dentro de la ciudad que continúa con sus peculiares fiestas y tradiciones.

Todos los poros de Barcelona transpiran el Club de Fútbol que lleva su nombre y que tantos éxitos ha recogido en la última temporada. Las conversaciones en los bares y los festejos de sus victorias en “Canaletes” versan sobre el Club. Las filas de automovilistas y peatones hacia el estadio delatan los días en que hay partido. Cuando algún equipo foráneo viene para competir en torneos internacionales, entonces Barcelona se torna ruidosa, se viste de colores e insignias al viento y los hectólitros de cerveza de los bares desaparecen como por encanto.

Barcelona tiene sus iconos que harán bien en visitar quienes no los conozcan: la Catedral, Santa María del Mar, la Sagrada Familia, la Pedrera, el parque Güell, el Palau de la Música catalana, la torre Aigbar… Pasen y vean. Y no se equivoquen de ciudad. Tales monumentos no se encuentran en Madrid, sino en Barcelona. Los mejores monumentos y calles de Madrid surgen allá por los siglos XVI y XVII. No hay gótico y apenas unos modestos restos de la época medieval. Pero no vamos a entrar en comparaciones. Dicen que siempre resultan odiosas.



domingo, 13 de septiembre de 2009

Barcelona, una ciudad entrañable

Desde hace un mes estoy en Barcelona. Seguiré con mi tarea de Vicario y Secretario General de la Congregación, pero pasaré más tiempo en esta ciudad que en Madrid, donde he permanecido los últimos cuatro años. Me quedan dos para finalizar el período para el cual me eligieron.

Nací en Terrassa, una ciudad a unos 20 km. de Barcelona que, sin embargo, nunca conocí a fondo. Se me presenta una buena ocasión para satisfacer este deseo incumplido. Mis primeros años los pasé en Terrassa, luego fui a La Gleva, un santuario en las inmediaciones de Vic. Posteriormente me trasladé a Mallorca para seguir los estudios. Más adelante viajé a Roma y de nuevo a Mallorca tras unos pocos meses en Navarra. Luego vino mi etapa caribeña: 23 años entre República Dominicana y P. Rico.

A lo largo de estos años visité repetidamente mi familia y viajé a Barcelona, claro está, pero la conocí más con ojos de turista que de nativo. Por otra parte me costaba hacerme un esquema mental de su geografía y de sus construcciones. Ahora con los mapas de Google, los recorridos turísticos de numerosas webs y las fotos que muestran los monumentos, se acabó la dificultad de meterme Barcelona en la cabeza. Sólo falta que acabe de saborearla serpenteando por las calles estrechas de la época medieval o caminando con los ojos bien abiertos por las ramblas.

De Madrid a Barcelona

Vengo de Madrid y me instalo en Barcelona. No voy a caer en el tópico de hacer una comparación. De antemano uno tiene la opción tomada y yo no soy una excepción. Sé que el sentimiento juega un papel más importante que la razón en estos asuntos. La tan manida “enemistad” entre Madrid y Barcelona no permite razonar fríamente sobre ambas ciudades y menos compararlas.

Diré para comenzar que mi casa está en la periferia montañosa. Es un barrio en cierto modo desgajado de la ciudad a causa de su geografía y del talante de sus habitantes. Las calles son empinadísimas. Una auténtica tortura para la gente mayor. El ayuntamiento ha tratado de paliar la situación construyendo escaleras mecánicas e instalando ascensores en puntos estratégicos. Se agradece y ciertamente alivia algunos tramos, aunque el parche es del todo insuficiente.

La gente que habita el barrio generalmente procede de la inmigración de otras regiones españolas. La mayoría ya llevan asentados muchos años por aquí, si bien últimamente ha cambiado el perfil de los migrantes. Ahora llegan de países lejanos: Norte de África, Latinoamérica… Los más ancianos pueden llevar aquí 50 o 60 años y no saben decir una palabra en catalán. Normalmente no se trata de mala voluntad, sino de pura ignorancia o incapacidad. Como los catalanes están en el llano, no hallan dificultades para relacionarse con la gente de alrededor.

Algunos pocos catalanes sí hay. Los niños, gracias al interés de las Instituciones ya van aprendiendo esta lengua. También ayuda la Televisión. ¡Y los españolistas dicen que se prohíbe hablar en castellano y que la gente es perseguida por usar esta lengua! La ignorancia es muy atrevida. O quizás habría que calificar en su justa medida la ideología fascistoide que desprecia cuanto ignora. Considera que lo desconocido resulta peligroso y vitando. A todos los quisiera uniformar por fuera, armar de idénticos esquemas mentales por dentro e inocularles ideas de un mismo color.

En consecuencia los feligreses mayormente hablan castellano. Las reuniones y el culto suelen ser en esta lengua, aunque se dosifica calculadamente para no dejar el catalán fuera de combate. Trato de afrontar la situación como es. Sé hacia dónde quisiera llegar y no renuncio a poner mi granito de arena, pero no voy a armar una guerra que de antemano sé perdida por el momento.

El mar y la montaña

La montaña dificulta la comunicación entre los vecinos y tortura a las mujeres con osteoporosis y a cualquiera con problemas en las articulaciones. Padecer ciática o artritis en el barrio duele más que padecerla en el centro de la ciudad. No lo pongan en duda. Pero la montaña tiene una ventaja. El aire es más puro que en las calles del llano y las vistas de Barcelona son espectaculares. Las casas bien ordenadas del ensanche, las altas torres junto a la orilla del mar, la Sagrada Familia descollando por entre los edificios… Desde este punto de vista en la montaña se vive mejor.

El mar que besa los pies de la ciudad abre una ventana a la imaginación y alimenta bellos pensamientos y cálidos sentimientos. Melancolía, evocación, superación, inquietud, trascendencia… El mar parece cogernos de la mano y conducirnos hacia el país de las reflexiones y las emociones. Pasear junto a la orilla ofreciendo el rostro a la brisa y las pituitarias al olor marino es un pequeño placer propio de paladares exquisitos.

Lamento que mi intento de plasmar las ideas primerizas de Barcelona al instalarme en la ciudad se alarguen más de lo calculado. Me falta lo más importante por decir: la maravilla del barrio gótico, la gracia y elegancia de Gaudí de la obra gaudiniana, los turistas que bullen como en un hormiguero, la omnipresencia del club de fútbol Barça, las Ramblas pintorescas… y tantas cosas más. Volveré a la carga dentro de 10 días. Y les contaré también alguno de los motivos de mi desplazamiento de Madrid a Barcelona.

jueves, 3 de septiembre de 2009

Sentido crítico frente a los medios



Hoy día quien más quien menos ojea la prensa o, al menos, mira las noticias de la Televisión. Exceptuando a quien por principios se ha propuesto prescindir de la caja televisiva. Principios del todo respetables, pero quizás no imitables. Porque, a la postre, la TV es un instrumento y se usa de él bien o mal. Pero no parece buena estrategia tirarlo por la ventana alegando que puede ocasionar daños.

Es crucial un talante crítico ante la prensa. No siempre el periodismo se ejerce con honestidad. Son muchos los intereses creados que hay detrás de los medios. Intereses políticos, económicos, de poder… Luego están los condicionamientos que sufre, tanto internos como externos: la rapidez que exige la noticia, las presiones que golpean la puerta de entrada. Hay que contar igualmente con determinados vicios como la comodidad o la impericia del redactor. De modo que al receptor le corresponde mantener los ojos siempre despiertos.

Tras muchos años de ojear la prensa, de observar la TV y escuchar la radio me propongo sumergirme en el bagaje que he ido acumulando en el intento de no permitir que ningún medio me erosione la independencia de criterio. Una vez realizado el viaje trato de vestir con palabras y razonamientos los principios y criterios que por lo general dormitan en el inconsciente.

He aquí el resultado:

1. Conocer los medios. Hay que saber a qué esfera pertenecen y en torno a qué órbita ideológica dan vueltas. Está claro que la noticia tiene un distinto tratamiento según el medio. No es bueno ser hombre de un solo periódico.

2. Discriminar entre opinión e interpretación. El periódico debería diferenciar los hechos de las opiniones, pero no siempre es así. La ideología contamina la noticia. Incluso hace que aparezca o no en el medio. Hay que saber leer entre líneas. Hay que escudriñar los medios de la competencia.

3. Rechazar la manipulación. Un acontecimiento que sucede a otro no siempre es efecto del mismo. De lo contrario habría que dar por válido que la causa principal del divorcio es el matrimonio. Lo cual es una graciosa boutade, pero que debe reservarse a los humoristas. La que cito la formularon los hermanos Marx. Es, pues, del todo imprescindible mantenerse atentos ante las trampas del lenguaje. No es lo mismo inmolarse que suicidarse, ni ejecutar que asesinar, ni impuesto revolucionario que chantaje.

4. Prestar atención a los detalles. Conviene verificar si se ofrecen las versiones de ambas partes y en qué orden. El último en hablar siempre tiene ventaja. Al contar con la versión del adversario puede contestarle, oportunidad que no tuvo el anterior. Esta circunstancia es de total evidencia en los paneles y debates de la radio.

5. No dejarse deslumbrar. Ni por la letra impresa que no es signo de veracidad ni por los columnistas que no son infalibles, ni por los grandes titulares que no logran dejar constancia de los matices.

6. Relativizar los titulares, incluso las informaciones. En una columna no pueden introducirse muchos detalles. El redactor suele caer en la tentación de lo más vistoso y atractivo. Es normal, después de todo, porque de lo contrario la noticia pasaría inadvertida. Pero sepamos que hay más noticia cuando se da el enfrentamiento y cuando se personaliza. De ahí que se busquen estos enfoques, aunque se fuerce un tanto la situación.

7. Ser conscientes de que el periodismo no equivale a la realidad. El periodismo recoge las excepciones, pero la realidad es más lo cotidiano que lo extraordinario, Ahora bien, la noticia es justamente lo que se sale de lo cotidiano. Lo normal no es noticia.

8. Tomarlo con calma. El lector no puede hacer el trabajo de periodista, no puede comprobar las fuentes, valorar la fiabilidad de la información, distinguir donde hay manipulación…De ahí que conviene ser críticos y sospechar, pero esto tampoco debe hacernos caer en la paranoia. No es saludable desconfiar de todo y de todos.

Una inquietud que viene de lejos

Hace ya muchos años que doy vueltas al tema de la crítica ante la prensa. Tomé conciencia de ella cuando estudiaba en Roma a finales de los años ’60. En un subterráneo se exhibían periódicos de diversas tendencias. El mismo hecho objetivo unos lo interpretaban como el gran fracaso del gobierno, mientras que los de la acera contraria lo leían justamente con los lentes del color opuesto.

Luego no me duelen prendas decir que el periódico “El Mundo” (España) es un paradigma de lo que todo periodista mínimamente honesto debería evitar. Muestra una gran maestría en sesgar las noticias, sitúa en primer plano lo que no tiene mayor sustancia, pero se corresponde con su propia ideología. Los autores levantan la liebre de eventuales noticias que todavía no lo son, pero les conviene que lo sean. Si evolucionan luego en sentido contrario al esperado, la noticia cae en el pozo del olvido.

Sean críticos, por favor. No se dejen llevar por un solo medio. La prensa no sólo quiere vaciarnos los bolsillos con la propaganda, sino que también pretende llenarnos la cabeza de ideologías y prejuicios.