El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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viernes, 3 de septiembre de 2010

El placer de la música (clásica)


En este blog mezclo artículos de ideas, comentarios de actualidad y también algunas experiencias o circunstancias más personales. Pretendo que sea un reflejo de la vida que combina todo ello en cantidades heterogéneas.
Dado que una gran parte del día la transcurro ante el ordenador, se me facilita escuchar piezas musicales de fondo. Y cuando la melodía o la orquestación me resulta particularmente grata detengo el trabajo y me concentro en las notas que difunden los altavoces. Tal parece que el tiempo queda en suspenso.
La capacidad de la música clásica para generar sentimientos y emociones se diría inextinguible. Y es que dispone de una gama tan amplia y de un trayecto tan largo como el que va de la solemnidad de un oratorio como el Mesías de Händel hasta la delicadeza y la gracia de un larghetto de Mozart. Pasando por la sabiduría y el ingenio de la flauta que suena en una Suite de Bach o las armonías y arpegios de Schubert en sus impromptus. No raramente un escalofrío se apodera del oyente. Quizás las notas le remitan a la trascendencia.
Les pasa desapercibido un mundo maravilloso a quienes no hacen el esfuerzo de educar el oído y sumergirse en este ámbito de sonidos, silencios, compases y melodías. Toda clase de música puede tener su valor… si es buena. Unos géneros más que otros, por supuesto. Ahora bien, las obras que recurren a instrumentos con larga historia detrás de sí, como el oboe, el clarinete, el piano, el órgano, el violín, difícilmente pueden ser opacados por el sintetizador o por la guitarra eléctrica.
La fascinante complejidad de los sonidos le reta al espectador a discernir el instrumento protagonista en cada momento. Pero no debe detenerse ahí, sino viajar hacia el mundo mágico de las emociones que emanan de los sonidos y volúmenes procedentes de la voz del solista o de los instrumentos de la orquesta. Todo lo cual queda complementado por los gestos -entre rituales y expresivos- que dibujan las manos del director.
Las aficiones comienzan temprano
Empezó a llamarme la atención la música clásica antes de los veinte años, cuando estudiaba filosofía. La escuchaba en discos de vinil gracias a la afición de quien ejercía de maestro. Se debió en parte a que no había muchas distracciones. En este contexto me sentaba frente al piano o ajustaba el banquillo al órgano. No tenía demasiado talento y fui autodidacta en el ramo, pero pasé buenos ratos tratando de ejecutar una sonatina de Mozart o alguna pieza facilitada de temas famosos: claro de luna de Beethoven, la serenata de Haydn, la marcha militar de Schubert…
La afición me acompañó en lo sucesivo. Me encanta escuchar a los diversos compositores y explorar el núcleo de su alma rastreando las notas que dejaron escritas en el pentagrama. Me producen verdadero placer algunas composiciones. Hoy día, sobre todo gracias a You Tube, es posible resucitar a viejos directores de fama mundial y escuchar interpretaciones de orquestas de primerísima línea.
La música clásica en mi opinión tiene más contenido que las que suelen sonar por la radio o en conciertos donde las adolescentes vociferan y se desmayan. Dicha música no es para una elite, sino para todos. Basta con acostumbrar un poquito el oído e iniciar el aprendizaje por las piezas más populares. ¿Quién no ha escuchado y agradecido la melodía de la novena sinfonía de Beethoven sobre la alegría? ¿O el aria para cuerdas de Bach? Sea en el cine o por la radio hay una gran cantidad de melodías clásicas que ya se han hecho populares. Es sólo cuestión de profundizar un poquito más.
Soy de la opinión de que no existe música seria y música ligera, sino más bien buena o mala música. El problema es que a la gente le asusta la música clásica porque la percibe como de tiempos pasados y exclusiva para eruditos. En el barrio de República Dominicana donde pasé largos años la llamaban música de muertos. En comparación con el ritmo del merengue o la bachata no andaban faltos de razón. A sus tímpanos les sonaba a funeral.
De todos modos, no me niego a mirar hacia otros horizontes y estilos. En este sentido considero que es buena música, aunque no clásica en el sentido habitual, la que produjeron los Beatles. En cambio no diría lo mismo de la música donde el protagonismo lo tiene la batería que marca el ritmo de modo repetitivo y obsesionante. O el sonido de la guitarra eléctrica que raya en la distorsión. 
Prueben, amigos, a escuchar música clásica y ya me dirán. Empiecen por los autores barrocos, sigan por los clásicos y luego los románticos. Quizás un día no le hagan ascos a escuchar la música de autores contemporáneos.

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