El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

domingo, 4 de diciembre de 2011

Sin esperanza se evapora la vida


En la entrada anterior hacía unas consideraciones sobre la esperanza en tiempos de desaliento e indiferencia. Decía también que el desencanto de la postmodernidad, el cansancio de la esperanza, no ha de considerarse tanto como un espacio en el cual inculturarse, sino más bien como una hora baja de la humanidad que es preciso superar.

Esto es así porque Jesús luchó por una causa y se obstinó en alcanzarla no obstante los escollos que halló en el camino. Su causa fue el Reino de Dios. Si alguna palabra sabemos con total certeza que salió de sus labios, ésta es Reino de Dios. Una palabra que fue a la vez su pasión, su eje y su norte. Por ella tomó todos los riesgos y acabó en la cruz. 

Jesús fue hombre de esperanza, con una opción fundamental -por decirlo con palabras más actuales- centrada en la construcción del Reino. La opción fundamental no es algo periférico o accidental, sino que se instala en el centro más genuino de la persona. 

Hacia el Reino de Dios se avanza transformando la sociedad que nos ha tocado en suerte. La tierra es el único camino que tenemos para ir al cielo. Sólo podemos construir el Reino en el interior de la historia. De ahí que el cristiano deba ser contemplativo y activo a la vez. Contemplativo para engendrar esperanza. Activo para fermentar la masa de nuestra sociedad. 

Un cristianismo sin esperanza y sin utopía resulta impensable. Ya no se correspondería con el seguimiento del apasionado que fue Jesús de Nazaret. Y cuando más se necesita de la esperanza es justamente en las horas bajas de la humanidad, como la que estamos transitando. 

Esperanza a toda prueba

Muchas esperanzas han muerto porque no eran sino expectativas disfrazadas del color de la esperanza. La verdadera esperanza es la que no tiene agarradero alguno en la evidencia, ni en la ciencia, ni en la certeza humana. Nos apoyamos en la pura fe. Nos sostenemos en la roca de Dios, que esto afirmamos al decir Amén. Jesucristo es el único sí que no falla. El Señor es el buen Pastor que no abandona a sus ovejas aunque caminen por valles de tinieblas. 

Esta esperanza, elaborada a base de fe y amor se constituye en hilo conductor de la espiritualidad en la noche oscura que atravesamos. Dadas las circunstancias que nos toca vivir el papel del cristiano debe consistir en el testimonio de la inconformidad y el propósito de no claudicar. 

Si tuvieran razón quienes argumentan que las utopías han fracasado y que ya no es posible una convivencia más humana, entonces Dios mismo habría fracasado, juntamente con el proyecto de Jesús. Y, por supuesto, la humanidad entera. 

No sabemos cómo ni cuándo. Quizás nos toque en suerte caminar como Moisés sabiendo que no entraremos en la tierra prometida. O también puede suceder que de pronto surja una luz inesperada. En todo caso no nos resignamos a dar por acabada la historia, como algunos se empeñan en predicar. Como si nada hubiera que esperar porque sólo va a darse más de lo mismo. 

Sin la esperanza todo se torna rutinario y anodino. Se anuncia a Dios sin entusiasmo, se exhorta a una conversión desprovista de alegría. Y es que la Buena Noticia sólo se contagia si antes es experimentada a fondo. La gente lo nota. Sin esperanza lo echamos todo a perder.


• Sin esperanza Jesucristo permanece al nivel de los personajes del pasado. Velamos a un muerto, diría Nietzsche con su cáustica literatura.


• Sin esperanza el evangelio se queda en letra muerta, equiparable a otros extraordinarios libros del pasado.


• Sin esperanza la Iglesia no va más allá de una mera organización con mucha burocracia sobre sus espaldas. Registros, contabilidad, reuniones…


• Sin esperanza el trabajo pastoral se convierte en una actividad profesional paralela a la del funcionario.


• Sin esperanza la evangelización equivale a propaganda religiosa.


• Sin esperanza la acción caritativa se queda en eficiente servicio social, lo cual es de agradecer, claro está.


• Sin esperanza la liturgia se congela y desemboca en un ridículo exhibicionismo.


• Sin esperanza los carismas se reducen a loables cualidades humanas.


• Sin esperanza las actividades pastorales están sujetas a las probabilidades del cálculo, como acontece con las actividades comerciales.


• Sin esperanza la catequesis no es más que adoctrinamiento y acumulación de informaciones.

Para que nuestra esperanza resulte más eficiente y fructífera, he aquí una cita del obispo Helder Camara, de grata memoria: cuando alguien sueña en solitario lo soñado se queda en sueños. Cuando todos soñamos al unísono, entones el sueño se hace realidad.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy buena reflexión evangelica para estos tiempos dificiles de derrotismo en que parece imposible renacer de las cenizas que han dejado las ideologías que buscan dirigir la historia sin contar con Dios

Anónimo dijo...

Mucha falta nos hace la esperanza. Aunque pienso que donde dice esperanza se podría poner "fe" o "Dios" y el resultado no variaría gran cosa. Excelente artículo que denota imaginación, profundidad y estilo.