El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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martes, 3 de enero de 2012

Urgencias médicas



No había acudido nunca a urgencias médicas, pero llega el día en que, como manso corderito, hay que aprestarse a ir al matadero.

No se trata de un relato autobiográfico lo que me dispongo a contar, aunque tampoco anda lejos de serlo. Después de todo resulta inevitable que en cualquier escrito se incrusten detalles más personales. Se ha dicho que toda historieta anda preñada de referencias subjetivas. Es que cuando uno escribe transmite su visión, sus pensamientos, sus emociones, su modo de posicionarse ante la sociedad, aun sin hacer referencia explícita a su propia persona.  

Para que te atiendan inmediatamente en urgencias lo más aconsejable es ir chorreando sangre. De otro modo, la señorita de la recepción, más preocupada por su propio aspecto que por el del enfermo, apenas se inmuta. Ante la insistencia responde que comunicará al médico el apremio. Lo dice con mayor displicencia que la tendera de la esquina. Al fin y al cabo el dolor es ajeno y el sueldo lo recibirá íntegro por más que las carnes se le abran al inoportuno visitante. Dicho sea sin generalizar y sin minimizar.    

Ambiente aséptico el de urgencias. Telefonistas con pinganillos, batas blancas que van y vienen. Gente que espera resignada. El todo queda impregnado por un indefinido olor a medicamento.   

Hasta en el momento de hacer cola en urgencias algunas jóvenes no renuncian a su innata coquetería. No escatiman el colorete en la mejilla ni el vestido bien combinado. Peor para ellas. Deben pensar los médicos que no andarán tan enfermas si mantienen intactas las ganas de atraer las miradas ajenas.

Si te aqueja el dolor, recurre a la paciencia. Si estás ansioso, trata de serenarte. Son algunos de los consejos que escucha el paciente en la sala. No proporcionan gran consuelo, la verdad sea dicha. Mientras tanto uno espía los síntomas y los dolores que padece tratando de clasificar su dolencia. También con la finalidad de explicarle al galeno el disturbio que acontece en el  organismo.   

No hay otra alternativa más que la de confiar en los médicos. Cuando la salud no escasea los médicos son objeto de mil bromas. Pero en el momento de la dificultad no queda sino ponerse en sus manos. Y confiar en que no le falle la vocación ni la profesión.   

Un letrero muy visible en urgencias advierte que no se atiende por orden de llegada, sino de gravedad. Uno mira los rostros de los resignados pacientes, tratando de adivinar qué les duele y la intensidad de su dolor. Calcula que nadie anda tan quebrantado como él mismo. Por tanto confía en que su nombre, pronunciado por una voz en off, esté al caer. Pero no, una y otra vez la voz falla a favor de otros nombres y apellidos.

Finalmente le llaman a uno. Craso error pensar que será asistido de modo inmediato. Al paciente le depositan en una camilla y lo encierran en un cuarto al que llaman box para ahorrarse ulteriores detalles y carencias. Los cuartos de hora, si no las horas enteras, van consumiéndose. Cuando ya la desesperación empieza a hacer mella asoma el rostro de una enfermera. No pone manos a la obra. Simplemente trata de reconfortar al enfermo diciéndole que el Doctor no tardará en llegar.

Siguen desfilando los minutos que se estiran como el chicle y por fin el enfermo es objeto de atención. La enfermera vestida de blanco extrae de la vena una porción de sangre con más fuerza que maña. Su rostro bien acicalado no hacía suponer una actuación tan basta. De todos modos no olvida manifestar que el Doctor está al llegar.

Mientras tanto el paciente, en su box, con la mirada en el techo, elucubra acerca de su aventura. Le da por pensar que los médicos, enfermeras y auxiliares han enfrentado a muchos hipocondríacos. Suponen, por tanto, que los pretendidos pacientes andan repletos de antojos. No es verdad que a uno le duela la próstata, el otro tenga el colon irritado y al de más allá se le opaque la vista. Lo que pasa es que son unos desaprensivos sin escrúpulos que se proponen perturbar la placidez de los profesionales de la salud.    

El Doctor llega. Entonces hay que estimular la memoria para recordar el motivo por el cual uno se halla en el box de urgencias. El médico  no parece muy interesado en el asunto.  En todo caso prefiere mirar la pantalla del ordenador y susurrar algo ininteligible a la enfermera sentada a su vera. El Doctor escucha escéptico el relato del paciente. Él tiene mucha experiencia y sabe lo que le sucede antes de que se lo cuenten. No está dispuesto a que le den gato por liebre.

El Doctor alivia escasamente al paciente, pero a cambio ordena análisis y radiografías varias. Llegados a este punto la intimidad anda por los suelos y alguien que pasa por el lugar con ganas de charlar se detiene para decirle al enfermo que lo que le sucede no tiene importancia. Lo que le aconteció a él sí era grave. Acto seguido se levanta la camisa y muestra las cicatrices del bisturí cual trofeos ganados en ardua batalla.

El paciente va acomodándose en la camilla. Al cabo de unas horas es probable que hayan llegado los resultados de los análisis y que el Doctor recuerde que el enfermo yace aparcado en alguno de los boxes. Entonces asoma de nuevo para mandarle finalmente a casa deseándole lo mejor.  

En mi caso al día siguiente la salud empeoró. Era previsible por cuanto el médico no dispuso tratamiento alguno. Ya no quise repetir la experiencia. Así que me internaron en una clínica a la que me daba derecho un modesto seguro. Porque hasta hace poco los religiosos ni siquiera teníamos derecho a acogernos a la Seguridad Social y había que apañárselas de otros modos.

Me guardo algunos interrogantes que despertó la aventura de la visita a urgencias. No quiero abusar de la paciencia del lector. Algún día habrá ocasión de volver sobre ellos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Por favor desvele esos interrogantes que se guarda y que pueden ser de gran utilidad en estos tiempos de crisis con recortes en la SS a muchos pacientes que han de afrontar aventuras similares o más agudas que las que narra en sujetos virtuales pero muy reales