El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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lunes, 20 de agosto de 2012

Frases hueras

Nada tiene de virtuoso, ni piadoso, ni siquiera humano, sustraer frases del baúl de la piedad cuando suenan hueras en el contexto en que se pronuncian. Conste que nada tengo contra las expresiones que pueden resultar de enorme y provechoso contenido dichas en el momento oportuno. No. Voy contra quien las dice por salir del paso o porque sus esquemas mentales -de pobreza abismal- no dan para más. 

Si te presentan una queja objetiva y bien fundada sobre un prójimo, diría yo que lo que procede es escuchar. Luego, si así parece, quizás tratar de disculpar al eventual agraviante con palabras que hagan al caso. O compartir la pena sin cargar las tintas sobre el tercero. 

Sin embargo, no es de recibo que ante la expansión ajena de quien anda dolido, se ofrezca por toda respuesta una frase genérica con resabios piadosos. Diga, por ejemplo, que el hecho constituye una prueba evangélica y que el Espíritu Santo sabrá cómo arreglar las cosas. 

Eventuales interpretaciones

¿A qué puede deberse una respuesta de tal calaña? ¿Cómo interpretarla?

a) Procede de una persona de extremada e ingenua piedad, cuyos labios concuerdan con lo que piensa en su interior. Evidentemente en tal caso el sujeto se mueve en unos paradigmas “devotos” totalmente ajenos a la realidad pura y dura. No es ciertamente la mujer o el hombre adecuado para gestionar los problemas, contrariedades y conflictos que acaecen un día sí y otro también. Sus pies no guardan contacto con la realidad del mundo que nos rodea. Saludable sería el consejo de que vaya a vivir en una remota ermita y no se inmiscuya en tareas de consejero o acompañante. 

b) Procede de un cínico que inyecta a la frase exactamente el significado contrario a lo que se desprende de sus labios. Quiere decir que las palabras y la entera sociedad son crueles. Que cada uno se las arregle porque no hay consuelo alguno. Fastídiese el que sufre o se lamenta y encima soporte mi burla amasada con palabras que andan a años luz de la realidad. Así notará más el contraste, pues que andan huérfanas de utilidad y de sentido. El cínico obtiene satisfacción zahiriendo a su prójimo. Va a lo suyo sin que le importen las consecuencias de sus palabras. No obstante, se cree muy lúcido, muy fuerte y de ello presume. En el fondo es enormemente frágil y hasta puede que padezca alguna psicopatía, pero necesita ofender a los demás para demostrar su fortaleza de puertas hacia fuera. 

c) Procede de alguien que quiere salir del trance en el que lo coloca su interlocutor acudiendo al recurso que tiene más a mano. Unas palabras devotas y trilladas pueden servir para el caso. Sin embargo, por entre las letras o los fonemas se entrevé la patita del nulo interés que le merece la persona a quien las dirige. ¿Es mejor volver la espalda en redondo al interlocutor o espetarle una frase huera incapaz de disimular la propia frialdad y displicencia? Al cabo, se desemboca en idéntico desinterés. Por lo demás, un tal lenguaje no consigue sino desprestigiar el significado de las palabras pronunciadas. Éstas sufren inflación y cuando se repiten a deshora, sin venir a cuento, por salir del paso, se las enloda miserablemente. 

Nocivos efectos de la mal entendida piedad

Según el perfil de quien pronuncia una tal frase -u otras de similar tono- habrá que discernir si anda cargada de ingenuidad piadosa (y penosa) o si el envoltorio esconde una dosis de cinismo o si tal vez gravita sobre ella la indiferencia hacia el prójimo.

Recuerdo una escena que bien podría aplicarse al primer caso. Eran tiempos de postconcilio. Los obispos iban con frecuencia a Roma a consultar sus dudas o a animar a sus seminaristas. Un prelado no estaba muy de acuerdo con los nuevos vientos que soplaban en el horizonte eclesial. En particular era partidario de la obediencia a rajatabla y de ignorar las monsergas de la obediencia responsable.

Decía con apasionamiento que él no tenía idea alguna de música ni, por supuesto, sabía leer un pentagrama. Pero si, por un azar del destino, el Papa le mandaba a dirigir la orquesta sinfónica de Berlín… él no lo dudaría ni un instante. Se subiría inmediatamente al estrado, cogería la batuta y empezaría a bracear como mejor le diera a entender su escaso sentido musical. 

Con ejemplos de este calibre la actitud que se pretende alabar en realidad se hunde en el desprestigio. Una virtud sin sentido común resulta insoportable. Una frase piadosa fuera de contexto puede que estimule la indignación, caiga en el ridículo o provoque la hilaridad. Efectos que ciertamente no pretende quien la pronuncia.


1 comentario:

Gaspar Alemany dijo...

Lamentablemente es así: frases muy gastadas, expresiones pseudopiadosas que sirven como tapadera, en lugar de afrontar a cara descubierta los atropellos que se cometen por ahí. Zapatero a tus zapatos. Cada uno puede con algunos cargos y encargos, pero mucho me tempo que las palabras hueras como dices, seguirán como campanas que doblan... para nada.