El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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jueves, 20 de noviembre de 2014

Las ruinas del muro


El pasado 9 de noviembre se cumplieron 25 años de la caída del muro de Berlín. Se derrumbó el mayor emblema del comunismo. Se me ocurren algunas reflexiones a propósito del hecho. Cuando el contendiente yace por un cuarto de siglo derribado en la lona ya no tiene sentido alertar acerca de su peligrosidad. A la vera del muro en ruinas, tras un cuarto de siglo, cabe hilvanar algunas ideas a este propósito. 

Se ha dicho que las sociedades occidentales destinan un tercio de sus habitantes a lucrarse de modo voraz e insolidario. Otro tercio logra asegurar su trabajo, es decir su fuente de ingresos, que defiende con uñas y dientes. El último tercio vive más allá de la línea roja que marca las condiciones de pobreza/miseria. 

Cuestión de sensibilidad

Quien tuvo y tiene un mínimo de sensibilidad humana no se contenta con celebrar la victoria sobre el “enemigo” agitando la bandera capitalista por encima de las ruinas del muro. Se pregunta más bien si en los países que conforman el hemisferio sur se respetan los derechos humanos —el de comer es indudablemente de los primeros— con el mismo afán con que se preguntaba por la andadura de tales derechos en el Este. 

Las obsesiones, las ideologías acríticas, las opciones tomadas con las vísceras —más que con la cabeza— suelen jugar malas pasadas. De ahí que no está fuera de lugar la sospecha acerca de si tanto interesaban los derechos humanos. Pudiera suceder que más de uno celebrara la derrota comunista pensando en la amplia brecha abierta en el Este de Europa en vistas a ampliar el negocio. 

Bien cierto que fracasó el marxismo en sus aspectos sociales, económicos y políticos. ¿Nos dedicaremos entonces a exaltar y magnificar el capitalismo? Puesto que los antagonistas perdieron la partida, ¿vamos a exasperar los postulados del libre mercado, sin temor a que nadie levante la voz? ¿Vamos a desechar los correctivos que a regañadientes iba incorporando el sistema neoliberal? No, por favor, no demos paso libre a un capitalismo todavía más salvaje. La ley del más fuerte ya tiene suficiente vigencia como para abrirle las puertas de par en par. 

Desde un punto de vista creyente sería un error alegrarse, sin más, de la derrota marxista. Al fin y al cabo el marxismo —e incluso algunos aspectos del socialismo real— tenían como motivo de inspiración la generosa utopía de mayor bienestar para todos. Un tal objetivo debe sostenerlo el cristiano sin reticencias. Si el aparato estatal de las sociedades comunistas se confesaba ateo y materialista, no hay motivo para echarse las manos a la cabeza. ¿O es que basta confesarse creyente con los labios, andar con la Biblia bajo el brazo y hacer reverencias a la jerarquía para demostrar la autenticidad de la propia fe?

Cierto que el Reino de Dios y la salvación integral del hombre no se reducen al bienestar económico. Pero el reduccionismo puede venir de la orilla contraria y sostener que la gracia sobrenatural coincide con la salvación plena. No. La salvación integral abarca todos los frentes. Resulta penoso que quienes poseen cuentas corrientes abultadas sean quienes más se empeñan en acusar de reduccionistas a los que se preocupan por una vida más digna para sus prójimos. 

Más allá de la ideología

Si no se pretende proyectar la salvación sólo hacia el más allá y convertir el Reino de Dios en una entelequia conviene proclamar muy alto que toda realización económica en beneficio de los más necesitados también forma parte de la salvación/liberación del ser humano. 

Piénsese cada uno lo que guste de la caída del muro en su 25 aniversario, así como de los sorprendentes cambios en los países del Este de Europa. Analícese como mejor parezca eso de que, según dicen, el libre mercado genera mayor riqueza que el mercado intervenido. Mejor enfocar la cuestión desde otro punto de vista más elemental y menos ideológico. 

Planteemos los términos diciendo que cada ser humano tiene unas necesidades biológicas que cubrir. Su estómago requiere de la digestión diaria. Cada uno debe, sin excepciones, vestirse, cobijarse y acudir al médico de vez en cuando. Las ideologías no cambian para nada esta realidad. Más o menos listos, más o menos elegantes, los hombres y mujeres se ven precisados en este mundo a procurar el alimento, el vestido y la vivienda.

¿No resulta más simple y humano, menos artificioso e interesado, otear el panorama desde esta perspectiva? Por supuesto que sí y, sobre todo, más cristiano. Desde las primeras páginas de la Biblia se afirma que el ser humano es imagen de Dios. Se le pone en un mundo capaz de producir el alimento y cubrir las necesidades que le sobrevienen… siempre que algunos más ávidos y codiciosos no se lo apropien.

El sistema, las realizaciones prácticas, las soluciones técnicas que desarrollen tales planteamientos serán los más aptos de cara a la convivencia. Las demás cuestiones deberán pasar a un discreto segundo plano, por más dosis de ideología o de visceralidad que contengan.

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