El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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jueves, 12 de febrero de 2015

Mentes rígidas, flexibles y líquidas

De vez en cuando aparecen términos inusuales en los periódicos o por las emisoras. El lector, por poco que ejerza como tal, habrá tomado nota de que los panelistas, analistas y psicólogos se valen de unos adjetivos que sitúan estratégicamente detrás del sustantivo “mente”.

Se refieren a una mente rígida, flexible y líquida. La mente rígida podría equivaler a la del individuo fundamentalista. La mente flexible se corresponde con la persona elástica. Y la mente líquida bien podríamos equipararla al sujeto indolente o indiferente. 

La rigidez mental o el fundamentalismo

Algunas reflexiones a propósito del tema. La rigidez mental afecta a la salud, a la calidad de vida y a la capacidad de ser feliz. De ahí que las personas rígidas se depriman con mayor frecuencia y lleguen a sufrir trastornos de ansiedad. Dado que no consiguen adaptarse a su entorno, viven en permanente tensión.

No sólo su modo de comportarse tiene consecuencias físicas. Les cuesta entablar relaciones sanas, tienden a alimentar sentimientos de rencor y de aversión. Lo cual hace sufrir a quien se mueve a su alrededor. Es una consecuencia lógica de su manera de ser. No son capaces de negociar, de encontrar puntos medios, de adaptarse a las circunstancias… El núcleo familiar o profesional que les rodea se resiente de ello.

En algunos casos, no obstante lo dicho, sienten una gran ansia de poder, gozan teniendo quien les escucha. Los fundadores de sectas pertenecen a este grupo. Cuando consiguen auditorio se muestran arrogantes y autosuficientes. Nunca dudan de lo que piensan y hacen. Han desterrado muy lejos de si cualquier atisbo de autocrítica.

Al contradecir a tales personas reaccionan con agresividad verbal o física. Adoptan modos dictatoriales y se niegan a revisar su pensamiento y actuaciones. Gente de este cariz no sólo atentan contra las torres gemelas, hacen explotar los trenes, o siegan el cuello de sus prisioneros. También se las encuentra a escala menor, claro, en la calle, en casa y en la universidad.

Alguna terapia podría mejorar un tal modo de pensar y actuar, pero ahora simplemente interesa mostrar los síntomas. Y tras el fundamentalista, la otra cara de la moneda, la persona amueblada con una mente flexible.  

Mentes flexibles

Se convierte en una pesadilla la obligación de compartir la vida con quien es extremadamente perfeccionista y obsesivo. Con quien considera trascendente todo lo que le ocurre, se ofende por cualquier frase jocosa y no perdona ni cinco minutos de retraso, ni un papel fuera de la papelera.

La persona flexible contrasta con este perfil. Suele distanciarse de sus propios pensamientos, es muy capaz de reírse de sí mismo y no sólo porque se le observe desde la galería. No se le ocurre citarse a sí mismo porque intuye que tomarse demasiado en serio a uno mismo tiene un lado cómico tirando a ridículo. 

De igual manera que a los niños se les inculca la perseverancia de cara a conseguir el triunfo, también debiera enseñárseles el valor de saber perder. Hay ocasiones en la vida en las que se pierde y no queda sino atenerse a los hechos. Reconocer que uno ha fracasado en determinada empresa y que el mundo no se acaba por ello tiene su valía. Significa que uno no se toma demasiado en serio, que sabe ganar y sabe perder, que goza en los triunfos y no se deprime en el descalabro.

Muy saludable resulta saber posicionarse en el camino del medio tratando de evitar los extremos, el todo o nada, el blanco o el negro… Una mente flexible es capaz de ponerse en la piel de su interlocutor y escuchar. Escuchar, revisar sus esquemas mentales y cambiarlos si hace al caso.

Sí, es preciso relativizar los esquemas y cambiarlos si es necesario. Las propias creencias no son superiores a las de los demás la mayor parte de las veces. A este respecto bueno es recordar la anécdota de aquel occidental que llevaba flores a la tumba de su esposa. Unos nichos más allá un japonés portaba un plato de arroz a su difunta mujer. El primero le dice con sorna: ¿usted cree que su mujer se comerá el arroz? A lo que responde el oriental: ¿y usted cree que la suya olerá las flores?

Cuando alguien discrepa de lo que decimos, será recomendable poner en stand by nuestras ideas para observarlas al trasluz. Luego quizás podremos seguir el diálogo con menos prejuicios.

Mentes líquidas

Finalmente unas alusiones a la mente líquida. Con este adjetivo se pretende calificar un modo de pensar típico de la postmodernidad que anda a caballo entre lo indiferente y lo acomodaticio. Una tal mente considera que nada es verdad ni es mentira, sino del color del cristal con que se mira.

La frase es de Ramón de Campoamor y exactamente dice así: «en este mundo traidor / nada es verdad ni mentira / todo es según el color / del cristal con que se mira». Todo es subjetivo, todo es relativo. Una conclusión pesimista donde las haya, aunque expresada de modo desenfadado. En realidad la frase en sí misma es contradictoria: nada es verdad ni mentira… pero esta afirmación se da por cierta.

La mente líquida no quiere tomar partido. Sea por convencimiento o por no desagradar, acepta todo y tolera todo. Más que de un individuo de anchas miras, flexible y tolerante, habría que hablar de un individuo indolente e indiferente al que todo le da igual. No se pelea con su adversario por cuestión de ideas, pues no dispone de ellas o, en todo caso, las alarga y acorta como un chicle.

El individuo en cuestión mantiene un contacto superficial con la gente. Es educado, hasta florece una sonrisa permanente en los labios. Pero en el fondo no valora las ideas ni tampoco a sus portadores. Sus proyectos son perecederos y le sirven para desenvolverse en el día a día. Carece de ilusiones y programas sólidos.

La mente líquida es la que abunda más hoy en día, como antes era la mente rígida. En cambio, la flexible no tiene muchos cultivadores. Es una lástima porque es la que favorece más la convivencia y aleja los conflictos. 

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