El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

miércoles, 4 de marzo de 2015

Ejercicio sobre la actualidad del evangelio

Es asombroso cómo los cuatro evangelios se mantienen en la cresta de la actualidad. Las grandes y permanentes preocupaciones del ser humano allá aparecen. Sus páginas hablan de dinero y de injusticias, de enfermos e hipócritas, de ancianas generosas y dirigentes sin piedad. Incluso la forma se diría que no ha envejecido. Con intercambiar alguna que otra palabra el lector tiene la impresión de que está leyendo el periódico de hoy. Permitan el siguiente ejercicio por si les suena.

Cuando el señor bajó del autobús se encontró a un grupo de gente que hacía rato le esperaba para verle y escucharle. Unos querían un autógrafo, pero la mayoría deseaban comunicarle las dificultades por las que estaban pasando. La aglomeración se componía de gente sin trabajo, inmigrantes y desahuciados. En cuanto se dispuso a hablar hubo quien se subió a la mesa situada en la terraza de un bar. Otros se sentaron en el capó de unos coches aparcados. 

     Eh, señor, que lo pasamos muy mal. Nadie en la familia, ni jóvenes ni viejos, tiene trabajo, clamaba a voz en grito un individuo de mediana edad con barba de chivo.
     Yo no tengo papeles, voceaba un joven con un gran afro en la testa.
     Ayúdame porque no me admiten en el hospital, exclamaba una mujer menuda y de rostro irrelevante.

Algunos admiradores del señor ejercían de voluntarios guardaespaldas. Apartaban a la gente con el fin de despejar el camino y lograr que llegara a un cercano prado. Allí podría dirigirse a la gente en condiciones más satisfactorias. En efecto, todo el mundo se sentó sobre la hierba y el esperado personaje se dispuso a hablarles a los presentes.

Palabras de ayer y de hoy

Venid a mí todos los que estáis angustiados y preocupados por esta crisis que no cesa. Yo os aliviaré de la soledad, del miedo al futuro, de los menosprecios que vierten sobre vosotros quienes dirigen el país. Porque mis palabras en realidad no son mías. Las tomo prestadas de quien sabe más que yo.

Os digo de verdad que los últimos serán los primeros y los primeros los últimos. Pero vosotros sed sinceros y humildes hacia vuestros prójimos. No os comportéis como los políticos avezados que os engañan una y otra vez. Ellos mienten para ganar las elecciones. Unos meses antes subvencionan necesidades familiares y obras públicas, besan a los niños y abrazan a las ancianas, a la vez que prometen bajar los impuestos. Una vez acomodados en sus escaños recortan los sueldos, los derechos que tanto esfuerzo logró adquirir y os cargan con fardos pesadísimos.

No hagáis como los banqueros que especulan con el dinero de los pobres. Les engañan con las preferentes. Les cobran por la casa que compraron con mil sudores y, si no la pagan hasta el último centavo, incluidos los intereses, entonces se la quitan para apropiársela de nuevo.  No imitéis a los corruptos que pululan por los corredores y salas de los ministerios. Fueron elegidos para servir al pueblo, pero abusan de las tarjetas opacas, exigen comisiones inmorales y gastan cantidades ingentes en dietas, viajes y comilonas.

Vosotros no pongáis vuestro corazón en las cuentas corrientes, no llevéis el dinero a los paraísos fiscales para evadir las obligaciones sociales. Ni siquiera invirtáis dinero en bonos del Estado o en algún plan de pensiones. Vuestro tesoro es la tranquilidad de conciencia, el amor a quienes os rodean y vuestra fidelidad a Dios. Eso tenéis que cuidar. Nadie os lo puede robar y el tiempo no lo echará a perder.  

No os limitéis a opinar sobre la crueldad de los yihaidistas o la desfachatez del primer mundo que dice querer la paz mientras vende armas al enemigo por debajo de la mesa. Luchad para que la paz y la justicia reinen en el hogar y el vecindario. No os preocupéis demasiado ya que no es posible cargar con el peso del planeta. Os basta con las preocupaciones de cada día y con amar de verdad a vuestros prójimos. Luchad por un medio ambiente sostenible para que vuestros hijos no se avergüencen del estado ruinoso de los prados, los bosques, los mares y las montañas.

Multiplicad la riqueza, pero repartidla enseguida. No digáis que primero unos pocos tienen que acaparar los bienes para luego distribuirlos. Eso gustan de decir los neoliberales y los capitalistas, pero nunca llega el día del reparto. Sabed que la felicidad no está en el poder, ni en la fama, ni en el éxito. Es mucho más importante ser que tener. Vale más vivir que poseer. Preferid el abrazo a la reprimenda y el amor al dolor.

No recortéis el sueldo a las mujeres sólo porque cuando dan a luz no van a la fábrica o a la oficina. Os digo que un hijo vale más que una máquina. No convirtáis a los niños en soldados, pues ofende a Dios Padre que niños inocentes disparen para herir y matar. No hagáis de los niños obreros antes de hora porque cada cosa tiene su tiempo.  

Una conclusión menos feliz

Aunque los problemas de cada uno de los participantes seguían en pie, la gente empezó a aplaudir, cantar y bailar. Se les había llenado el corazón de esperanza y confiaban que, gracias a las palabras del señor, la realidad mejoraría. Estaban convencidos de que, si seguían sus criterios y miraban el mundo con sus ojos, aumentaría la solidaridad y la atmósfera adquiriría una fragancia de fraternidad.

Pero alguien registrado como miembro de los servicios secretos había comunicado a las fuerzas de seguridad que tenía lugar una manifestación ilegal. Entonces, de pronto, aparecieron los antidisturbios con mangueras chorreando agua a presión, armados con fusiles, portando porras y disparando pelotas de goma.  

Bastantes de los participantes fueron detenidos. El Maestro se escabulló entre la multitud con un gesto de contrariedad. Unos periodistas, bien pagados por sus patronos, escribían entre tanto que en la manifestación se habían dado cita un montón de mendigos y un nutrido grupo de “indignados”. Allá se habían reunido numerosos inmigrantes sin papeles, desahuciados e incluso grupúsculos de jóvenes antisistema.

Unos ciudadanos que casualmente pasaban por el lugar comentaban que el orador hablaba con una autoridad inusual. La autoridad le salía de dentro y nada tenía que ver con la fuerza de las porras y las pistolas que manejaban los guardias. 

1 comentario:

Anónimo dijo...

MUY BUENO. UN EVANGELIO ACTUALIZADO