El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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martes, 7 de abril de 2015

Dioses menores de nuestro tiempo

Estos días estoy redactando unos textos académicos para los maestros que enseñarán religión en los colegios. Se sobreentiende que a los hijos de los padres que lo soliciten. Mi tarea prescinde del modo cómo transmitirán las enseñanzas a los alumnos. De ello se encarga otra materia llamada “pedagogía de la religión”. Yo simplemente trato de abrir el horizonte de las ideas que les resultarán más útiles en su tarea.

Entre los temas abordados está el de Dios, como no podía ser de otro modo. Creo que los párrafos que siguen pueden tener su interés para el lector. Todos ellos tienen el origen mencionado excepto el de la oración a la madre tierra.   

Una de las divinidades que ha adquirido un fuerte protagonismo en nuestros días es el  “dios naturaleza”. Está emparentado con el concepto de Dios-principio cósmico y sostiene la idea de que la naturaleza desprende divinas energías. Vivir de acuerdo a la naturaleza equivaldría a vivir como Dios quiere. La ética derivada de este modo de pensar favorece la causa ecológica, a la vez que muestra apertura y benevolencia hacia cualquier ser vivo. Algunos movimientos de procedencia oriental, o relacionados con ellos, así como también la New Age, bien pueden clasificarse en este apartado.

Dios adquiere un perfil panteísta y un tanto romántico. Todo es divino, no existe la dualidad, todos los seres están vinculados y, en el fondo, son uno. El contacto con el agua de la playa, la maravilla de un pico montañoso cubierto de nieve, el paseo por un camino flanqueado por olivos centenarios, la belleza de un ocaso… todo ello adquiere el valor de una experiencia religiosa. Al contacto con la naturaleza el ser humano se adentra en un campo sagrado, enigmático, inhabitual. Las sensaciones y sentimientos se valoran mucho más que los raciocinios. El corazón le gana la partida a la razón.

He tropezado con más de una oración a la madre tierra. He aquí un fragmento de las muchas que se pueden encontrar en internet. Una oración en toda regla, un jugoso diálogo, aunque con redacción no del todo afortunada:

Te pedimos, plenos de fe en que nos escuchas y comprendes, que recibas el Amor que te estamos enviando, que acojas en tu seno toda esta energía sanadora que de nuestros corazones y de nuestras manos estamos brindándote en retribución a todas las bendiciones que nos has dado. Recibe nuestra luz y llévala hasta el fondo de tu ser, hasta tu centro, hasta tu mismísimo seno, y que desde allí, amada Gaya, reine e irradie la paz y la tranquilidad y se manifieste la calma desde tus profundidades hasta tu superficie… en continentes, mares y océanos, en los ríos, lagos, montañas, llanuras, ciudades y pueblos. Te pedimos y te agradecemos profundamente porque día a día podemos disfrutar de tus bondades y de las bendiciones del cielo mientras transitamos nuestro camino de luz en esta encarnación aquí, sobre tu cuerpo, y te pedimos que por favor, continúes latiendo. Gracias a amada tierra porque yo sé que nos escuchas.

Los dioses menores

En determinados ámbitos de la sociedad, particularmente en el deporte y la farándula, surgen personajes que adquieren una importancia desmesurada e inmerecida. Saben darle al balón con tino o mover las caderas con donaire y ello les eleva a la categoría de ídolos. Sus habilidades les proporcionan cantidades ingentes de dinero y enormes masas de admiradores. Las nuevas tecnologías de la comunicación multiplican su influencia en la sociedad.

En este contexto bien cabría decir que existen personas que han optado por el politeísmo. No en el sentido de que adoren estrictamente a los personajes citados, pero sí que su pensamiento vuela hacia ellos y tratan de conformar sus vidas a su imagen y semejanza. Aceptan sus innovaciones en el vestir y en su conducta. De hecho se les diviniza. Las adolescentes, por aludir a un botón de muestra, caen rendidas a sus pies y son muy capaces de pasarse una o más noches a la intemperie para obtener un asiento  que les permita admirar de cerca a su ídolo.

Algunos aspectos de la vida también se exaltan hasta la exageración más rampante. Hay que lanzarse de cabeza al éxito y la fama. Hay que cuidar el cuerpo aunque se interponga la anorexia en el camino. La salud, el deporte y la música constituyen realidades de primer orden, irreemplazables en el día a día del individuo. Tan es así que, con más frecuencia de la deseable, tales cosas acaban ejerciendo una dependencia nociva. Generan conductas adictivas y hasta claramente patológicas.

Parece irrefutable el protagonismo de los medios de comunicación a propósito del comportamiento religioso de la gente en nuestra época. En consecuencia quienes acompañan los primeros pasos en la fe del individuo quizás debieran iniciar un proceso de vaciamiento. Cultivar la soledad, dejar de absorber sonidos e imágenes, ayunar de pantallas y terminales. 

Tal vez no esté fuera de lugar limpiar la mente y el corazón de los mensajes, sonidos e imágenes anodinos y de esmirriado contenido. Los místicos eran muy partidarios de vaciar el alma por cuanto nada más cabe en un recipiente repleto de materiales. Los pensamientos acerca de la trascendencia, de la ética, de la fraternidad… no penetran en un medio sobresaturado de mensajes fútiles y baladíes. Dios habla al corazón, pero se requiere un ambiente de silencio, de escucha y de recepción para escuchar su voz.

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