El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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sábado, 11 de julio de 2015

Las ironías de Gulliver

Gulliver: le tienes horror a la humanidad. Pocas veces he leído andanzas y reflexiones con tan subida dosis de corrosión, sarcasmo e ironía. En la historia de la literatura difícilmente se conocen acusaciones tan graves contra la humanidad como las tuyas. Bajo unas apariencias frías, racionales y adustas, encierras proyectiles envenenados hacia el rostro del lector. Con todo, proyectiles elaborados con material genuino y válido en muchos casos.

Tú eres el protagonista de la famosa obra que lleva tu nombre: "los viajes de Gulliver". En realidad debes tu vida al escritor que te engendró, Jonathan Swift. Fue tal el éxito de tus andanzas que se vendieron diez mil ejemplares en tres semanas. Y esto allá por el año 1726, antes de la explosión demográfica, cuando los medios técnicos para editar eran menores y las técnicas de publicidad rudimentarias. Trasladando tiempos y números cabría decir que vendiste un millón de ejemplares en 20 días.


Costumbres racionales y patrióticas

Cuando te encontraste en el país de los cuadrúpedos racionales, más racionales que el hombre, a quienes nosotros damos el nombre de caballos, dijiste de los seres humanos cosas realmente preocupantes. Al preguntarte tu amo por las causas de las guerras le contestaste que eran innumerables. Así hablaste:

A veces la ambición de los príncipes, que nunca creen que tienen bastantes tierras o súbditos para gobernar; a veces, la corrupción de los ministros, que implican a los monarcas en una guerra para disimular el gobierno deficiente. Las diferencias de opinión han costado millones de vidas; por ejemplo, cuando se disputó si la carne era pan o el pan carne; sobre todo si el jugo de ciertas bayas era sangre o vino; si el silbar era un vicio o una virtud; si debía besarse un madero o arrojarlo al fuego; cuál era el color más adecuado para una casaca, si blanco, rojo o gris.

También señalas con el índice a la Iglesia, por lo que veo y por más que disimules. No te lo reprocho. Que las guerras continúan siendo inhumanas, aunque se las adjetive como santas. No me extrañaría que los cuadrúpedos a quienes hablabas se santiguaran -aunque no logro imaginarme cómo- cuando seguiste tu narración: Para destacar el valor de mis queridos compatriotas les aseguré haber visto cómo hacían saltar por los aires a cien enemigos de golpe, y a otros tantos en un barco, y contemplado cómo los cadáveres caían despedazados de las nubes, ante el gran regocijo de los que presenciaban la escena.

Sobre abogados, nobles y otros gremios

Gulliver: me asombro de que tu progenitor no fuera recluído en una prisión por largo tiempo cuando, en medio de las peripecias que relata, ofrece algunas definiciones que seguramente no son exactas -nunca está de más curarse en salud- pero que tienen su miga y resultan más corrosivas que los más poderosos ácidos inventados hasta el presente. En realidad, él mismo fue el primer sorprendido. Pero no, no le encerraron, sólo le tacharon de resentido y traidor.

No era para menos. Pues pone en tu boca, Gulliver, las siguientes palabras: existe entre nosotros una asociación de hombres instruidos desde su juventud en el arte de demostrar, a fuerza de verborrea, que lo blanco es negro y lo negro blanco, según las consignas del que paga. El resto de la gente es esclava de esta asociación. De los jueces dices así: se les selecciona de entre los abogados más expertos cuando éstos se vuelven viejos o perezosos.

Ya podemos hacernos una idea de cuál era tu opinión sobre los nobles: educados desde su nacimiento en la ociosidad y el lujo, con hijos escrofulosos, raquíticos o deformes. Y sobre los militares: el soldado es un humano a sueldo para matar a sangre fría el mayor número posible de semejantes suyos, que nunca le han ofendido en nada.

Un Gulliver para nuestro tiempo

Repito, no me explico cómo no hicieron desaparecer del mapa al autor de tus días, Gulliver. Sí comprendo que su libro no sea demasiado conocido entre nosotros. La capacidad de los hombres para digerir verdades -o insolencias, si se quiere- no es ilimitada. Un equilibrio a base de restricciones mentales, de piadosas mentiras y de silencios estratégicos resulta mucho más soportable e inocuo.

Lo cual sirve también para el lector del periódico de cada mañana. Quien mantiene los ojos abiertos lo percibe sin dificultad. A la prepotencia se la llama valor y decisión. A las construcciones que llevan a muchos al desalojo y reducen los sueldos se las señala como signo de progreso. Al deseo de sobresalir se le dice liderazgo y se designa al avaro como previsor.


Quizás nos despertaría del letargo la aparición de un Gulliver en nuestro momento histórico. Que en el telón de fondo de los acontecimientos supiera individuar los intereses económicos latentes, la inmoralidad que se intuye, la estampida egoísta que se presiente.

Ciertamente yo no firmaría las palabras de tu autor: odio y detesto a ese animal llamado hombre, aunque amo a Juan, Pedro y Tomás. Si más no, es suficiente motivo para amar a los hombres el hecho de que Dios mismo fuera uno de ellos.

Tampoco hay por qué aceptar cada una de las frías, calculadas y sarcásticas descripciones que haces de los hombres, amigo Gulliver. Tú mismo sabes que cargabas las tintas para mejor hacerte comprender y causar mayor impacto. Sin embargo, agradezco tus insolencias que estimulan a pensar, a vivir menos irracionalmente, a distanciarse de extrañas costumbres establecidas y criticar las inmoralidades que muchos dan por inevitables.

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