El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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miércoles, 4 de noviembre de 2015

El suicidio de Europa



La comparación la he leído últimamente a propósito de los miles de refugiados que llegan a Europa. Uno de los términos alude al año 376 cuando una enorme masa humana acudió cabe la frontera del Danubio. Sus miembros trataban de pasar la frontera porque ya no aguantaban la presión de Atila y sus hordas. Por otra parte Roma había perdido muchas cotas de su fuerza y prestigio. El intento desembocó en el éxito.

Había habido ya anteriormente a esta fecha muchas oleadas de hombres, mujeres y niños con idénticas intenciones, pero acabaron siendo exterminados, esclavizados o en todo caso sometidos. Sin embargo la necesidad no ceja en sus intentos de superación y al final hubo final feliz para quienes deseaban adentrarse en otras tierras. 

Los godos —que de esta etnia procedían los invasores— no se conformaron con ganar la frontera. Una vez conseguido el objetivo lucharon por comer más y vivir con mayor holgura. Comprobaron que los romanos se peleaban entre sí, se enlodaban en los vicios y no eran tan fuertes como creían. Era llegado el momento de pasar al ataque. Los godos se enfrentaron al ejército romano y mataron al emperador. Apenas un centenar de años después acabaron con el último y supremo mandatario, Rómulo Augústulo, y dieron por finiquitado el poderoso imperio. 

La historia enseña con creces que unos pueblos invaden a otros y que los invasores violan a las mujeres del pueblo sometido, esclavizan a los jóvenes y matan a los ancianos. Tal vez cambian un poco los modales, pero perduran los objetivos. 

¿Y cuál es el otro término de la comparación mencionada? El otro término es la Europa de hoy en día. También a sus puertas se hallan miles de seres humanos hambrientos, sufriendo el frío, la lluvia y el menosprecio cuando no la repulsa. Son muchos y rebosan ganas de vivir. El elemental instinto de supervivencia los conduce al otro lado de la frontera. Se instalarán entre los europeos de vieja raigambre, donde no caen bombas y el futuro hace guiños esperanzados.

Se instalarán entre ellos porque la civilización ha debilitado a los viejos habitantes de Europa. Ya no están por degollar a los invasores. Los ejércitos no sacan a relucir sus ametralladoras ni sus tanques para frenar a estos seres humanos necesitados. En todo caso les cierran temporalmente las fronteras, los abandonan por unos días a la intemperie, pero al final les alargan la mano. Los ejércitos acaban convirtiéndose en agencias benefactoras.


En resumen, hoy día los invasores no son tan fuertes ni crueles como para matar a los invadidos ni éstos tan despiadados como para degollar a los que se amontonan en la frontera. La gente se ha refinado un poco, aunque en ocasiones se levanten interrogantes al respecto. Sin embargo, existen grandes probabilidades de que los invasores acaben haciendo tambalear los baluartes del poder establecido. Es muy posible que la cultura de los europeos se coloree en un primer momento de la cultura de los recién llegados y acabe siendo residual con el transcurso del tiempo. 

La Europa que hace gala de libertad religiosa y bienestar económico, a no mucho tardar, quizás cambie de actitud. Porque la sangre nueva, vigorosa, joven e ilusionada, enriquece a una población avejentada y con menos horizontes vitales. Y cuando los individuos llegan en avalancha entonces transforman, sino destruyen, la cultura, la religión y el modo de vida de los habitantes primeros. 

Tales terremotos en el epicentro de la sociedad europea multiplicarán y atizarán a los grupos xenófobos. Por otra parte los recién llegados clamarán por más comida y más bienestar. Se avizoran los conflictos. Los que vienen no se mantendrán indefinidamente en actitud pedigüeña. A medida que se sientan más fuertes y numerosos pasarán al ataque de diversas formas.

¿Qué quiero decir con todo ello? Ni por asomo apelo a la xenofobia. Me apena escribirlo, pero es lo que imagino sucederá porque no parece haber otra salida. Los recién llegados son muchos y fuertes. Los nuevos bárbaros cruzarán todas las fronteras que se les pongan por delante. Transformarán hasta hacerla irreconocible la cultura del lugar, arrinconarán su religión y tomarán el poder con medios democráticos o violentos. 

Para mirar de frente la historia del próximo futuro —aunque los adultos de hoy quizás ya no lo veamos— hay que revestirse de lucidez. Es sencillamente inevitable que acontezca la invasión. Unos acogerán a los nuevos llegados con los brazos abiertos mientras otros se resistirán y organizarán el contrataque. De todos modos los desplazados acabarán introduciéndose en casa de los viejos inquilinos europeos. 

Nuestra civilización se ha humanizado y no resiste el espectáculo de contemplar cadáveres de niños flotando en las olas de la playa. Su sensibilidad chirría cuando ve a unas masas humanas ateridas de frío, hambrientas, empapadas por la lluvia. La fe de los creyentes añade todavía más motivos a los que ya esgrime el mero sentido humanitario. Sí, hay que dejarlos entrar, aunque ello sea una especie de suicidio de la propia cultura y modo de vida.

El obispo Pere Casaldáliga escribía y predicaba que el primer mundo debe suicidarse si quiere ayudar a las masas de pobres y harapientos de los otros mundos. Las cotas de bienestar de unos se alimentan a expensas de la escasez de otros. El Estado del bienestar debe menguar. Ahora quizás se dará un paso más. No sólo se trata de suicidio económico, sino también cultural y social. Europa se verá forzada a renunciar —queriendo o sin querer— a su cultura. Es triste decirlo y doloroso preverlo, pero preciso es afirmarlo sin resentimiento. La sensibilidad humana y cristiana nos invita a ello. 


La historia con frecuencia se despliega de modo arbitrario, pero inevitable. No pocos se rebelarán ante tal perspectiva, pero ¿existe un modo racional, o razonable al menos, de otear el futuro? Insisto en los vocablos racional o razonable porque ni el sentimiento ni los aspavientos resultarán de gran ayuda.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

"Apocaliptico acoso a Europa" uno de los muchos comentarios que he podido leer estos dias aludiendo a esas olas de emigrantes que pugnan entrar en el Continente. Los enfoques a esta infausta emigración son tan diversos como dispares.. Un amigo, que alardea de catolico a machamartillo dice tener un criterio muy claro en base a lo que consigna la Escritura en su larga andadura milenaria. Cuando el Pueblo prevaricaba Yahvé se irritaba y enviaba un severo correctivo que le hacía entrar en razón y volver al buen camino. Nadie duda hoy que Europa ha perdido el Norte, ha abdicado de valores y principios cristianos incluso en algunos aspectos se ha adentrado en lo irracional, ha arrojado a Dios de la sociedad, piensa vivir mejor arrinconándole, ha pregonado muy alto "la muerte de Dios"; está en términos comparativos igual o peor que el Imperio romano del 376 carcomido de vicios y lacras. ¿No serán estos hambrientos fugitivos los nuevos vándalos instrumentos de la Providencia para imponer un poco de sensatez y cordura en el Nuevo Orden Mundial (NOM) que con tanto énfasis proclaman los nuevos mesias de nuestro tiempo?. Es la observación que me hacía el amigo y que en la soledad del hogar no cesa de rondinar por la cabeza

Anónimo dijo...

Jose Ruíz

No acabo de ver claro que las cosas vayan a suceder como dice el artículo. Sin embargo alabo la reflexión y el paralelismo histórico que traza el autor.