El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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miércoles, 20 de julio de 2016

Partidos rumbo a la indecencia

Han pasado ya unas semanas tras las elecciones. El inesperado aumento de votos para el PP me ha sorprendido altamente. Más allá de las opciones y matices políticos llama la atención el hecho de que salga elegido por amplia mayoría un partido que más bien parece una maquinaria de individuos moralmente corruptos e infectos.

Los medios de comunicación han hecho hincapié en la mancha de aceite provocada por toda clase de latrocinios, corruptelas y delitos. Una y otra vez han señalado con el dedo a los más desvergonzados e impúdicos protagonistas. Los jueces han corroborado que se trata de comportamientos siniestros, que van más allá de la culpa individual. Incluso han imputado al colectivo de algunas zonas.

Se trata de tramas y complots que se confunden con el tejido del partido. El presidente del país, por si fuera poco, se apresura a solidarizarse con los nuevos investigados que sucesivamente aparecen en el horizonte.

No hay excusa posible para el ciudadano, ni le es dado recurrir a la ignorancia. Pues bien, los votantes han elegido una vez más, de modo mayoritario, a quienes han protagonizado toda clase de escándalos y excesos punibles.   

Sacar conclusiones
Le he dado vueltas al asunto y me resistía a sacar la conclusión. Pero hay que tomar aliento y admitir que el país de los votantes del PP es una tierra en la que la impunidad tiene salvoconducto. Cuando la más voluminosa masa de votantes elige a un partido con tantísimas corrupciones en su mochila se hace preciso concluir que la honradez y la ética preocupan muy poco a la mayoría de los ciudadanos.

Se diría que una gran parte de la gente prefiere la corrupción conocida a los programas regeneradores prometidos. Prefiere las injusticias contantes y sonantes al vago temor que produce el cambio. Y cuando digo injusticias pienso en los desahucios, los fraudes a Hacienda que implican recortes en la educación y la sanidad, las comisiones ilegales que multiplican el precio de las viviendas y los servicios públicos…

Da igual. Por pura inercia, por temor, porque a mí ya me va bien, porque me caen antipáticos quienes ostentan modos menos refinados…sigo votando a los corruptos. Y a otra cosa.

Les importa la seguridad a los votantes mayoritarios de la corrupción. Al menos eso es lo que se percibe. No están orientados hacia la honradez, la solidaridad con el prójimo desfavorecido o hacia unos mínimos éticos. En consecuencia nos hallamos frente a un grave dilema. Se levanta ante nosotros un conflicto ético, político y también religioso.

Dicho en palabras corrientes ello significa que a una gran mayoría le preocupa su propio bienestar, y su seguridad mucho más que el dolor de los pobres. Y cree que el fin ―la esperanza de que no ocurran sobresaltos― justifica los medios, sin importar su calificación ética.

Entonces no queda sino reconocer que el Evangelio anda muy lejos de estas opciones. Y no se diga que es inconveniente mezclar la política con evangelio. Cuando la política incide en la moralidad, cuando a unos empobrece de modo vergonzoso y a otros enriquece ilícitamente, la obligación es clara: hay que lidiar con tales comportamientos. Sostener lo contrario equivale a ponerse una venda ante los ojos y, acto seguido, tomar partido por los propios intereses.

Siempre he pensado que no es correcto destacar un partido sobre los demás alegando su mayor moralidad o compromiso. A la larga ello conlleva saborear la decepción. Los partidos bailan al ritmo que impone el poder y éste favorece situaciones turbias, maquinaciones indecentes y puñaladas traperas.

Cierto que no todos los políticos son iguales y que los hay honrados. Sin embargo, el humus de la política es el que es y cada día se nos sirve una generosa ración del mismo en los medios de comunicación.

En nombre del evangelio no creo que hay que privilegiar a ningún partido, si bien cada persona tiene sus preferencias legítimas. Pero cuando las corruptelas se acumulan, cuando las prevaricaciones y latrocinios se hacen evidentes, cuando los menos favorecidos sufren toda clase de injusticias, a uno le asiste el derecho de condenar, por fidelidad al evangelio, a quienes ejercen la dirección de un colectivo que como tal se ha corrompido.    

La funesta manía de pensar
Es conocida la frase de aquel Rector servil que, en presencia de Fernando VII, se declaraba contrario a la funesta manía de pensar. Personalmente trato de pensar y sacar las conclusiones pertinentes. Como creyente en Jesús de Nazaret, que estaba al lado de los más humildes y perjudicados, creo que también la política debe ser objeto de reflexión y luego hay que extraer claras obligaciones morales.

A propósito del llamado Rey Felón, de infausta memoria, se cuenta también que, con gran entusiasmo, algunos proclamaban ¡vivan las caenas! con motivo de su vuelta a España. Les diría a los votantes del PP que reflexionen y no se adhieran a ninguna de las dos frases. Pensar no es una manía y adherirse a las cadenas sólo tiene un nombre: masoquismo.  


1 comentario:

Unknown dijo...


Jo també em vaig quedar molt sorpresa desagradablement per l'èxit de vots del PP.
Vaig sentir un comentari en una tertúlia que anoto aquí: a més que a molts espanyols els ha fet por un canvi i no els fa res la corrupció, molts també van votar el PP perquè s'han cregut el que "ells" han venut: que la crisi econòmica s'està superant; que l'atur baixa, que les pensions es mantenen... quan tot això si anessin a fons veurien que no e´s veritat.