El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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viernes, 19 de enero de 2018

Entre la fe y la cultura religiosa

La polémica acerca de si es conveniente o no estudiar religión en la escuela parece no tener fin. Se suceden las leyes, se atiza el fuego, se recogen argumentos de todas clases y colores. Un ejército de analistas, editorialistas y panelistas opinan sobre el particular. Nos agobian con sus dictámenes y juicios categóricos.


También quiero colaborar con mi granito de arena. El tema se columpia, de vez en cuando, sobre la ola de la actualidad y no deja de ser tentador dejar constancia de la propia opinión. Después de todo, uno de los propósitos de este blog consiste en clarificar los pensamientos de quien escribe, explicitándolos y ordenándolos a través de la escritura. Porque lo que no se expresa con frecuencia permanece en una nube gaseosa que no se deja aferrar cuando las circunstancias lo precisan.     

Distinguir para aclarar

A lo largo de muchos años me he ido convenciendo de que es del todo necesario distinguir entre educación de la fe y cultura religiosa. La fe hay que cuidarla en la familia y la comunidad religiosa, llámese parroquia o cualquier otra entidad o confesión del signo que sea. Luego está la enseñanza religiosa de carácter cultural que tiene que ver, por ejemplo, con la historia de las religiones, al papel de la Biblia en la literatura, la función de la Iglesia en las costumbres sociales, etc.  

Estos temas hay que abordarlos en igualdad de oportunidades con los demás conocimientos típicos de la escuela y la Universidad. Se trata de cuestiones que han permeado la cultura occidental y han movido a muchos seres humanos a adoptar determinadas actitudes, a veces heroicas, como es el caso de los mártires. Nos las tenemos que ver con hechos que han dejado una profunda huella en la historia. ¿Quién ha influido más que Jesucristo en nuestro mundo? Si se le destierra de los conocimientos propios de la cultura general el educando se moverá en un terreno falso y manipulado, no logrará captar el significado de muchos símbolos, pinturas, libros, etc.  

Cualquier religión o confesión que haya ocasionado cambios en la mente de los hombres y condicionado el curso de la historia merece ser tenida en cuenta.

Con el paso de los años me he reafirmado en la distinción entre catequesis y cultura religiosa. El estudio de la catequesis en el ámbito escolar más bien resulta contraproducente. Es suficiente comprobar cómo las hornadas de los estudiantes —finalizados los años de la escuela— arrinconan todo cuanto desprende un vago efluvio religioso. Con el inicio de la universidad cambia el ambiente y a no tardar suelen derrumbarse los débiles cimientos de la fe.


No es ningún secreto que numerosos profesores de religión se las ven canutas a la hora de conseguir la imprescindible atención por parte de los alumnos. Entonces no raramente planean una estrategia para alcanzar —casi uno está tentado de decir “mendigar”— el interés de los adolescentes o jóvenes. Y cambian furtivamente el programa. Donde la guía didáctica se refiere a los sacramentos se habla de la amistad. Cuando toca estudiar la Biblia se plantea el tema del aborto. En lugar de los actos litúrgicos se propone la fraternidad entre los pueblos. En otras palabras, arrastran vergonzantemente por las aulas el programa relativo a la religión/catequesis. ¿Entonces?

Dios está a otro nivel

Duele que se ponga a la altura de los quebrados al Dios Padre de Jesús. Se pretende fijarlo junto a la geografía del país y las fórmulas físicas a memorizar. Uno se pregunta si es que Dios tiene tan baja autoestima que compite por conseguir un puesto en la pizarra.

Este Dios impuesto lo asocio, y no sé exactamente por qué, a algunos personajes tétricos y siniestros que han salpicado los últimos capítulos de la historia global. Un Pinochet y un Videla de misa y comunión diaria... un Bush y un Aznar que deciden, con la mayor frivolidad y el menor escrúpulo, bombardear un país y provocar muertos por miles.  

Lo asocio al dios en minúscula, venerado por ciertos capitalistas exaltados, que compensan su voracidad, sus fraudes, sus sueldos blindados y su jubilación escandalosa con algún momento de oración o lo que ellos entienden por tal.

En ese dios nadie puede creer honradamente. Porque es el mismo que mueve los músculos de algunos eclesiásticos endureciéndoles el rostro mientras miran aviesamente a su alrededor. Imposible creer en el dios que permite el insulto y discrimina según el color de la piel. Un dios así no es digno de crédito.


En cambio yo me siento seducido por la grandeza del Dios que inspiró  los pinceles del Greco, los éxtasis de Sta. Teresa, la estética de Claudel, la búsqueda científica de Teilhard de Chardin. Estos personajes de primer rango tienen algo que decir a los niños y jóvenes que frecuentan las aulas, por más que no les hablen de misas ni rosarios.

¿Qué puede entender un muchacho, al pisar las losas de un museo, si no sabe distinguir la Asunción de la Ascensión, la Virgen de Sta. Magdalena y Jesucristo de S. Pablo? ¿Y qué captará del sentimiento que asoma en el rostro de los místicos si jamás ha experimentado la más leve conmoción de una vibración religiosa?

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