El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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martes, 13 de febrero de 2018

Casaldáliga, un obispo nada convencional

El día 10 de febrero de 2018 el periódico "Ara Balears" publicó un dossier sobre el obispo Pere Casaldàliga con motivo de su próximo 90 cumpleaños. Uno de los artículos llevaba mi firma. Lo traduzco al castellano para que sea también accesible a los antiguos alumnos que siguieron, por unos años, mis calses en Sto. Domingo y Puerto Rico. 

Mi relación con el obispo Casaldáliga ha sido esporádica, pero no así mi admiración hacia su persona. En 1992 se conmemoró el "encuentro de culturas" en Sto. Domingo (República Dominicana). El obispo Casaldàliga gozaba de un firme prestigio entre los obispos y teólogos reunidos. La gente se dirigía a él con el mayor respeto.

Habló en público un par de veces y, entre acto y acto, algunos teníamos ocasión de dialogar brevemente con él. Dos cosas recuerdo especialmente: su profundo desagrado de que el Cardenal de Sto. Domingo recurriera a instancias civiles para impedir la entrada a algunos obispos connotados por su ideología progresista. También sus dudas a la hora de responder si quería más Sao Félix, donde vivía, o Balsareny, donde había nacido. "Aún respiro en catalán" fue el título de un libro que escribió más tarde.

En los años '80 y '90 en Latinoamérica aparecieron grandes figuras de obispos que abrieron caminos y que numerosos seguidores escuchaban de buen grado. Se trataba de personas creíbles al cien por cien. Helder Cámara, Sergio Méndez Arceo, Leónidas Proaño, Oscar Romero ... Hace tiempo que todos han desaparecido, excepto Casaldàliga. Ellos, ciertamente, no evocaban el clérigo enmohecido en el interior de la sacristía, al contrario. Casaldàliga formaba parte del grupo de obispos inquietos y carismáticos, dispuestos a decir cosas que la mayoría prefería callar.

En el lejano octubre de 1971 fue consagrado obispo en una de las regiones más marginadas del planeta. La invitación que hizo a los fieles dejaba entender una manera inédita de introducirse en el ministerio episcopal. Decía: "tu mitra será un sombrero de paja ... caminarás con la lluvia, la serena y la mirada de los pobres ... Tu báculo será la verdad del Evangelio". La primera carta pastoral que publicó hablaba de la obligación de decir la verdad. Un editorial respondió enseguida con malos modos: le espetaba que era un prelado delirante, un hombre de mala fe, un demagogo farisaico. Así trataban de  atemorizar al obispo que ya sabían era imposible de sobornar.

Una característica importante de nuestro personaje es que el gusano de la poesía ya le roía el alma desde que era seminarista. Diarios, revistas y radios le sirvieron para producir versos y poemas. Empleaba la poesía como altavoz para difundir las mejores causas que bullían en su interior. Leonardo Boff, un prolífico teólogo brasileño, últimamente preocupado por el medio-ambiente, ha comparado su obra con la de San Juan de la Cruz.

Ordenado sacerdote en 1952, experimentó muy de cerca el drama de la inmigración, el trabajo precario, el vicio, las ilusiones frustradas. Fue en Sabadell y después en Barcelona. Él mismo diría que entonces descubrió el hombre-masa en los rebaños que salían del metro, que llenaban las fábricas y transitaban por las calles. Sus superiores le destinaron a Madrid para dirigir la "Revista de Testimonio y Esperanza". Eran las postrimerías del franquismo. Le agradaba la tarea, pero sus inquietudes eran más anchas y comprobaba que su Congregación -los claretianos- no ajustaba el paso al "ajornamento" que pedía el Concilio Vaticano II. Junto con otros compañeros enviaron una carta al General de la Orden conminándole a aceptar las directrices del Vaticano II o ellos buscarían otra instancia donde trabajar.

En Medellín la Iglesia proclama que quiere hacer una opción por los más pobres. Era lo que Casaldàliga deseaba con todo el corazón. Su trabajo en Latinoamérica confirmó definitivamente este anhelo. Sao Félix, en la región de Mato Grosso, fue su destino. Una caseta de 6 x 4 metros lo alojó desde julio de 1968.

Decidió acabar con toda sombra de colonialismo. Había que promocionar el hombre integral. Era muy necesario poner en pie comunidades que dieran a luz a una iglesia nueva. Mientras trabaja por tales objetivos, sufrió numerosos contratiempos. Uno de los más graves, el de la protesta, junto con un compañero a un cuartel de la policía. Lamentaron la paliza injustificada que los agentes propinaron a una mujer. Los agentes, bien conocidos por sus brutalidades, los recibieron en tono agresivo e insultante. El compañero les dijo que denunciaría a los superiores su proceder. Uno de los policías lo abofeteó y luego le disparó en la cabeza. Difícil de explicar la conmoción de Casaldàliga.

Nuestro protagonista celebra misas en tono reivindicativo y a menudo se niega a celebrar por efemérides o personajes que maltratan y/o manipulan al pueblo. Le llueven las acusaciones en Roma. Viaja a algunos países centroamericanos y su presencia resulta poco grata, pues muchos clérigos recelan de su compromiso social.

Incluso lo llaman de Roma. Con Pablo VI siempre tuvo empatía, pero no así con Juan Pablo II. No acudía a las obligatorias visitas "ad limina" porque se le antojaban demasiado burocráticas y poco evangélicas, según explicó en una carta dirigida al Papa. Por cierto, una carta en la que expresó ideas hipersensibles para la jerarquía. Él es libre y no lo mueven las recompensas ni los prestigios humanos.

Se puede decir claro y sin reservas: a sus 90 años Casaldàliga es un obispo nada convencional, un ser humano digno de toda admiración. Un catalán ejemplar y universal. 

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