Los periódicos
se apresuraron a dejar constancia de que la toma de posesión del jefe de
gobierno del Estado español había prometido el cargo en una mesa sin Biblia ni
crucifijo. Siguieron idéntico camino el resto de los ministros.
Unos lo
celebraron y otros se escandalizaron. ¿Qué decir sobre el tema? Por una parte,
sabe mal que un símbolo tan universal e incorporado en la cultura occidental
resulte arrinconado. No sólo es cuestión de cultura. Jesús fue un hombre que
dio la vida por tomar partido en favor de los humildes, los pobres, los sin
voz. Fue un ser humano transparente, valiente, que apostó por construir una
convivencia en la libertad y el amor.
Un crucifijo no
hace ningún mal. Otra cosa es que se rastree la historia y se detecten
numerosos actos de injusticia y de crueldad presididos por el crucifijo. Una
presidencia contra la voluntad del crucificado. Una presidencia vilemnte forzada. En
nombre de Jesús se han cometido muchas barbaridades, ciertamente. Pero no las
cometió Él, sino hombres y mujeres que tuvieron la desfachatez de hablar en su nombre. Y quizás para sacar un provecho egoísta.
La Biblia y el
crucifijo son símbolos universales de la fe cristiana. Ahora bien, enfoquemos también el aspecto positivo de la situación mencionada.
En primer lugar, no se le puede reprochar al presidente ni a los ministros que
actúen mal, dado que hemos convenido en que el Estado no es confesional.
En segundo lugar,
pienso que el gesto contribuye grandemente a la clarificación y a la
transparencia. Lo que interesa en un gobierno es que obre según justicia en sus
decisiones y decretos. Recurrir a la Biblia y al crucifijo para tapar así
multitud de corrupciones, indecencias y despotismos me parece de muy mal gusto.
Se me antoja que es una manera de confundir a quienes tienen sentimientos
religiosos y no gozan de muchas luces.
Años atrás sucedió una anécdota, que viene a cuento, en el Instituto al que pertenezco. Un encargado de la
casa tenía necesidad de un cocinero. El hombre pedía consejo para acertar en la
elección. En una ocasión le dijeron: el señor X es muy buena persona. Tiene una
conciencia finísima y es de admirar su trato amable y respetuoso. Le respondió
el encargado que le parecía muy bien el comportamiento de dicho señor, pero él
iba en busca de un buen cocinero. Su buen hacer en la cocina era lo que le
interesaba.
De un gobierno
se espera justicia, imparcialidad, entereza y honestidad. Si no actúa de
acuerdo con estos principios, la Biblia y el crucifijo sólo sirven para tapar el hedor de la corrupción, los favoritismos indecorosos y la manipulación.
Quien tenga intención de actuar aviesamente, por favor, desembarace la mesa del juramento de
todo símbolo religioso. Que cargue él sólo con las consecuencias de sus actos. No
recurra a la hipocresía de unos símbolos para esconder su avidez y codicia.
Se me ocurre que
ciertos procederes oscuros en realidad —y en sentido figurado— modifican la
cruz y la convierten en una esvástica. Por lo demás, creo que en demasiadas
ocasiones se pervierte la cruz erigiéndola en símbolo de poder y riqueza. Hay
cruces de oro colgando en los cuellos de señoras ricas, vestidas a la última moda, que sirven como altavoz
para proclamar la riqueza de la persona. Hay cruces de notable tamaño en las
solapas de cardenales y obispos que tal vez hablan sin voz de lo poderoso que es su
portador.
En los inicios
del cristianismo el símbolo de la cruz apenas se usaba. Les avergonzaba a los creyentes un
signo que recordaba la terrible muerte infligida a los criminales. El pudor les
impedía pintar o esculpir la cruz en lugares públicos. Los seguidores de Jesús
tardaron algunos siglos en digerir lo que significaba. Preferían el
símbolo del pez o el del buen Pastor o la silueta del resucitado. En las
catacumbas romanas no se hallan crucifijos ni crucificados.
La primera
pintura de Jesús en la cruz corresponde a una blasfemia procedente del mundo
pagano. La silueta de Jesús adopta la cabeza de un asno. ¡Qué disparate el de
adorar a un Dios crucificado! Eso pretendía significar el dibujo.
¡Qué diferencia
con nuestros tiempos! La cruz ha ido perdiendo aristas, se ha convertido en
adorno o se solapa bajo el ansia de poder. Entonces ¿vale la pena mantener el
crucifijo y la Biblia sobre la mesa del primer ministro y arriesgar que su
proceder salpique dichos símbolos? A más de uno se le hará odioso el símbolo de
la cruz y de la Biblia al contemplar el espectáculo de la corrupción que ofrece quien
juró ante ellos.