El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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domingo, 28 de octubre de 2018

Cuando la justicia se desprestigia


No me resultan agradables los textos jurídicos. Se me antojan pesados, fastidiosos y pedantes. A pesar de que existe un movimiento en pro de la modernización y simplificación del lenguaje administrativo, por lo general los magistrados hacen caso omiso. Creo no pecar de mal pensado si en muchas ocasiones los administradores de la justicia buscan expresamente complicaciones gramaticales, se solazan en párrafos de extensión exagerada, buscan las palabras más altisonantes para así demostrar su ciencia, más allá del común de los mortales.

Deben pensar que es justo que quede constancia de ello. Además, si todo el mundo pudiera entender sus interlocutorias (vaya palabrejo, para empezar) no desprenderían el aura de misterio que patrocina su túnica, su toga y sus adornos de puntilla en la bocamanga (que, por cierto, se llaman puñetas, según el diccionario).

Una sentencia vergonzante

De todos modos, no han sido motivos estéticos los que me empujan a emborronar este espacio. No, ha sido la indignación que me ha producido la paralización de la sentencia del supremo respecto del asunto de las hipotecas.  Como sabrá el lector, una sentencia cambió la ley vigente. Ya no será el cliente hipotecado quien pague los costos de la documentación jurídica, sino el banco que es quien realmente tiene interés en tales documentos.

De ahí que, a pesar de mi alergia a los textos jurídicos voy a citar el artículo 117 de la Constitución Española. En este caso no resulta tan difícil su comprensión.  Dice así: "la justicia emana del pueblo y se administra en nombre del Rey por Jueces y Magistrados integrantes del poder judicial, independientes, inamovibles, responsables y sometidos únicamente al imperio de la ley".

No ahorra adjetivos solemnes, enfáticos y hasta pomposos: los integrantes del poder judicial son independientes, inamovibles, responsables y sometidos únicamente al imperio de la ley.


Sin embargo, los magistrados atendieron a la “enorme repercusión económica y social”. De manera que el presidente de la Sala consideró que había que dejar sin efecto la sentencia. Quien sepa leer entre líneas —un ejercicio de lo más conveniente— entenderá que la enorme repercusión económica se reflejó en la bolsa y la sintieron en sus carnes los banqueros.

Hasta ahí podíamos llegar. A los banqueros no les gusta salir en público. Escasean las conferencias que pronuncian y son muy parcos a la hora de conceder entrevistas. Al contrario que los políticos, por cierto. Sin embargo, saben defender muy bien sus intereses cuando les pisan el callo. Porque ellos tienen el dinero, por tanto, el cebo con el que dirigir y mantener a buen recaudo a políticos y magistrados. Desde la  penumbra de sus despachos se ponen ceñudos, pulsan teléfonos exclusivos y hasta ocurre que sueltan palabras gruesas si el interlocutor no acata su sugerencias e inclina el espinazo.

Es lo que pienso y que sostiene toda lógica. ¿Por qué se iba a suspender la sentencia? Este nefasto episodio protagonizado por los magistrados y estimulado por los banqueros  es injusto e indignante. Uno había escuchado siempre que los jueces y magistrados sólo tenían por norma la ley desnuda, sin aditamentos. Ahora resulta que con el rabillo del ojo también atienden a las repercusiones económicas de sus decisiones. Y son muy capaces de volver atrás contraviniendo las palabras solemnes de la tan cacareada constitución.

Dama justicia prostituida

La constitución es un gran referente para los jueces cuando se trata de mantener a políticos catalanes presos, los que mucha gente de prestigio, fuera de España, entiende que no debieran estar entre rejas. Es la palabra definitiva para consagrar la inviolabilidad del Rey y el aforamiento de muchos miles de políticos. Pero a la constitución se la pisotea cuando exige que todo ciudadano tenga una casa y cuando manda que los jueces sólo dependan de las leyes, sin atender a los cantos de sirena de los poderosos.

Después de este espectáculo, ¿qué credibilidad puede mantener la justicia? Y lo escribo con pesar, dado que alguien debe administrarla para que la sociedad no se precipite en el darwinismo, para que no se convierta en una jungla donde se impone la ley del más forzudo.

Por si fuera poco, publican los periódicos que se dan ascensos inmerecidos y hasta irregulares en el engranaje de la justicia. Sabemos que no es casualidad que a uno le toquen determinados casos muy mediáticos. Se nos dice una y otra vez que la justicia es imparcial y al margen de toda presión, sin embargo, a los partidos no les da igual elegir a uno u otro magistrado. Muy al contrario, se generan soterradas batallas para conseguir a quien detenta un determinado nombre y apellido. ¿Cómo es posible si los jueces están por encima de toda sospecha?

Cuando se dice que la justicia es ciega se pretende significar que no mira a las personas, sino a los hechos objetivos que proceden de tales personas. Desde hace unos cuantos siglos se representa a la justicia con los ojos vendados, una balanza en una mano y una espada en la otra. Un símbolo que habla con elocuencia: la justicia castiga a quien delinque, sin distinciones, no atiende al miedo ni las amenazas. No tiene en cuenta el dinero ni el poder del delincuente.

A la vista de los últimos espectáculos quizás habrá que interpretar el símbolo de otro modo. La ajusticia es ciega, se niega a mirar de frente los delitos. Si tiene los ojos vendados mantiene los oídos bien abiertos para escuchar el siseo de los poderosos a fin de seguir sus indicaciones. Con la espada ataca al que más se acerca a la justicia confiando en su equidad. El malhechor sabe ponerse a buen recaudo. La balanza significa el equilibrio, el razonamiento, la búsqueda de la mayor rectitud en la sentencia. Pero hay balanzas trucadas que engañan miserablemente a quien confía en ellas.

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