El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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jueves, 3 de abril de 2008

Una mirada agridulce hacia el pasado


Hoy voy a cambiar el tono acostumbrado de estos escritos. Normalmente adoptan una prosa cuidada que recurre a la frase corta y no raramente a la metáfora, al contraste. Con estos recursos pretendo atrapar al lector con antenas para estas cuestiones. Por lo demás, cuido también el contenido. Me agradan los temas que andan un poco en la frontera entre Iglesia y sociedad, o que se prestan a ser blanco de un buen debate o material para un fructífero panel como en el que en ocasiones se escucha por diferentes emisoras.

Cambio el tono porque desde hace unos días me pone un tanto melancólico la tarea que llevo entre manos. Resulta que tengo un montón de viejas fotos, unas en papel y otras en archivos de imagen. No quiero que se pierdan, más aún, deseo que tengan alguna utilidad. Sé que si siguen durmiendo en los álbumes muy pocas veces voy a visionarlas. A ratos perdidos voy organizándolas.

Si las ordeno un poco y hago un resumen de mis pasados años en diversos power points, pues podré verlas en algún atardecer melancólico. También compartirlas con amistades de lejos y de cerca. En el Caribe -República Dominicana y Puerto Rico- tengo amigos/as, no muy numerosos, pero sí muy apreciados. Algún día quizás las veamos juntos y surjan comentarios teñidos de morriña. Y, por supuesto, las ofreceré a los hermanos/as y cuñados/as, al menos los que nos vemos con más frecuencia.

Yo he cambiado muchísimo físicamente y mucho menos en cuanto a la psicología. Hay personas que mantienen rasgos parecidos a lo largo de la vida. Yo no. No me conocería si no supiera que son mis fotos. Y no hablo ya de la tierna infancia, sino incluso de la juventud. Por supuesto, mucho menos me conocen los demás. 

He barruntado en algún momento si respondería a un cierto narcisismo esto de ordenar las fotos y darles un marco que facilite verlas. Porque pienso adronarlas con las transiciones que permita el programa y ponerles música de fondo: “el cant dels ocells” para la infancia. “Pitgen sa neu” para la juventud que pasé en Mallorca. Un impromptu de Schubert ilustrará los primeros ministerios….  

No, no creo que se trate de narcisismo. Cada uno es lo que sus raíces, sus estudios, las experiencias de adolescencia y juventud le han ido construyendo. Mirar hacia atrás es, pues, reconocer la trayectoria vital. Claro que en ocasiones surge la agridulce melancolía. Pero tampoco eso es malo. Nos recuerda que hemos vivido. Un título parecido creo que le puso Neruda a su autobiografía ("Confieso que he vivido"). 

Uno recuerda paisajes muy queridos, tanto de tipo urbano como del campo. Vuelven a la memoria rostros amigos y los momentos agradables que nos han proporcionado. La vida regresa ante nosotros, pero ya sin arañarnos con sus problemas, dificultades o emociones excesivas. Ahora regresa como si de una marca de agua sobre el papel se tratara. Difuminada, con los ecos distantes y amortiguados.

No me resisto a instalar una fotografía de tiempos pasados: la que recuerda mi adolescencia, a punto de cumplir quince años: en el claustro del Monasterio de La Real (Mallorca) como fondo. Por cierto, con abundante cabellera, que se ha ido esfumando por el camino. 

 



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