El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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jueves, 3 de abril de 2008

Después de la campaña política



Tras el cansancio de la campaña política, entramos en una etapa de más calma. Una calma que conviene adjetivar con la palabra “relativa”, porque ya se sabe que en política produce sus réditos la crispación, la sorpresa, la denuncia… Como fuere, tras la etapa que terminó, vayan la siguientes reflexiones.

He vivido ya un número significativo de campañas electorales y en diversos países, lo cual otorga un amplio campo de visión. Las he visto de todos los colores: pintorescas, alarmistas, bulliciosas, intolerantes, violentas… Se comprende. Es mucho lo que hay en juego. Unos años de trabajo y de asegurar la mesa diaria para los de a pie, sobre todo en los países menos desarrollados. Un horizonte propicio para acumular dineros e influencias para los que andan muy activos, aunque en segunda línea. Mientras tanto los protagonistas de la política se juegan las primeras páginas de los periódicos y las reverencias de los ciudadanos (que en ocasiones acceden más bien a convertirse en súbditos).

No mirar a otro lado

Es sabido que nada existe más viscoso que el poder, el dinero y la fama. Tres pasiones en una sola ambición El hecho es que las campañas y las elecciones acontecen y el cristiano no debe limitarse a levantar los hombros en actitud despreocupada o dando por supuesto que la cosa no va con él. Porque lo cierto es que, ni él ni sus convicciones, se evaporan de la sociedad mientras duran las campañas.

Más aún, el cristiano tiene la posibilidad de depositar un voto en las urnas. Eso tan repetido del amor al prójimo resulta que tiene vasos comunicantes con el voto, las ideas y los personajes a elegir. La sociedad puede mejorar o empeorar tras las elecciones. El dinero puede acabar en los bolsillos de algunos vivales o repartirse de modo más decente. Y no es verdad que todos son iguales. Incluso entre los malos los hay peores. De ahí que convenga mantener los ojos abiertos y el sentido crítico bien despierto.

El creyente es ciudadano a la vez. Y le interesa cuanto se mueve a su alrededor. ¿Qué puede decir y pensar ante unas elecciones?

1. Ante todo mirar alrededor y no negar la evidencia. Honestidad en primer lugar. Para lo cual bueno será recurrir a las ciencias humanas que pueden ayudar en la tarea. Mal asunto empezar por “iluminar” la situación antes de visualizar el entorno. Preciso es hacer un análisis al margen de las ideologías. Y mantener el pabellón de la oreja en dirección a derechos que se reclaman. Ponerse en la piel del prójimo menos privilegiado. Si no es así, difícilmente surge la empatía.
Un Estado laico

2. Aceptar de una vez por todas que la sociedad es laica y no tiene porqué, en principio, estar condicionada por confesión religiosa alguna. Que sean los individuos quienes fermenten los valores y cambien las costumbres desde su cotidiano quehacer. Nada de recurrir a las oficinas de los que manejan los hilos a fin de que impongan por decreto lo que concuerda con las propias opciones.

3. El Estado es laico, sí, aunque muchos ciudadanos son creyentes y nadie les puede robar este derecho. Más aún, el pluralismo no equivale a un relativismo sin matices. No da igual un valor que otro, una opinión que su contraria. No es igualmente lícito abortar que no abortar, ni ser fiel que ser infiel a los compromisos contraídos. Si las leyes lo permiten o lo toleran es otra cuestión. La conciencia del creyente sabe muy bien cómo actuar y tiene derecho a exponer sus ideas en público, aunque no a imponerlas ni a ofender a los que opinan diversamente.

4. El Estado es y debe ser laico, sin reticencias ni nostalgias trasnochadas. Aunque el sentido crítico de los creyentes no se dejará engañar cuando le quieran vender que el pensamiento religioso y la moral de él derivada es un pensamiento caduco y anacrónico. Tampoco aceptará la idea propalada de que la cuestión religiosa constituye un residuo meramente subjetivo. Porque hasta que alguien no ofrezca una respuesta convincente al problema del ser humano -de sus demandas insatisfechas de trascendencia- ni de las inquietudes que en el pasado ha despertado y despierta, no es sano afirmar que la cuestión religiosa está superada.

5. La democracia merece todo el respeto. Pero una democracia que no muestre un acentuado interés por los ciudadanos más débiles, levantará muchos interrogantes y difícilmente provocará adhesiones incondicionales.

6. Defender los derechos de la Iglesia a partir de las leyes vigentes, los acuerdos o concordatos establecidos, no parece muy inteligente. Equivale a confesar de antemano que los creyentes no tienen suficiente fuerza ni liderazgo para mantener un estado de cosas favorable a la fe. Se reconoce que los cristianos no son levadura y necesitan de estructuras externas para mantener el status quo que les interesa. El recurso a la ley en este campo, además, dicho sea de paso, les hace antipáticos.

No confundir los niveles

7. Los programas políticos se requieren porque los ciudadanos tienen que votar proyectos e ideas. Pero siempre quedan muy atrás de las propuestas evangélicas. El cristiano debe abstenerse de identificarse con un programa político porque es seguro que no coincide con las bienaventuranzas. Y la experiencia enseña que determinados hombres y programas sostenidos por cristianos luego han fracasado estrepitosamente y se han mostrado incoherentes. ¿Por qué cargar con tales consecuencias? ¿Por qué dividir a quienes piensan legítimamente de otro modo?

8. El hecho de que ningún programa se identifique con la fe no puede conducir al desinterés por la sociedad ni a un angelismo fuera de lugar. El seguimiento de Jesús exige actuar. En cuestiones concretas bien se puede coincidir con un programa. Lo que parece inviable y de nefastas consecuencias es identificarse con todos los apartados del mismo y con la ideología que lo sostiene. Dicho esto, cuanto tenga que ver con un mejor nivel de vida para los pobres, para los que sufren, para los que ven privados sus derechos, entra en un programa cristiano.

9. El creyente está llamado a reflexionar, discernir y actuar. No tiene escapatoria, debe reconocer y ejercer su mayoría de edad. Bien está que los pastores recomienden y expongan sus propuestas, siempre que no se contaminen de ideología. Sin embargo, aún entonces el cristiano tiene que decidir en conciencia. De ahí la necesidad de ser honestos con la realidad del entorno y de reflexionar seriamente acerca de sus soluciones.

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