El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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jueves, 10 de diciembre de 2009

Año sacerdotal un tanto anodino


Nos encontramos a mitad del año sacerdotal proclamado por Benedicto XVI y que comprende del 19 de junio del 2009 hasta la misma fecha del 2010. El motivo o la ocasión, el 150 aniversario de la muerte del santo Cura de Ars, Juan María Vianney, un ejemplo sobresaliente de servicio a los feligreses.

El personaje nació en 1.786 y, naturalmente, refleja la santidad de la época: durísimas penitencias como ingrediente básico. Una espiritualidad no menos exigente, pero sí más actualizada y atractiva, quizás habría logrado que el año sacerdotal no transcurriera con paso anodino. Aunque quizás la causa haya que buscarla a niveles más profundos.

Juan M. Vianney se hizo famoso por las horas dedicadas al sacramento de la confesión. ¿Será tal vez que se propone a la figura del Cura de Ars para así contrarrestar la decadencia actual del sacramento de la reconciliación? Puede que así sea, pero mucho me temo que la solución no vendrá por ahí.

Sospecho que este sacramento difícilmente se normalizará. Aun entre gente profundamente piadosa apenas se celebra. No creo que la culpa radique en los fieles ni tampoco en los pastores. Ni unos ni otros son peores que los de ayer. Sucede que la sociedad ha trastocado sus paradigmas. Tiene menos sentido del pecado y más sentido de la intimidad, lo cual no es óbice para que algunos personajillos confiesen su vida depravada por los medios de comunicación. Esto es harina de un costal en el que se mezcla el dinero y la desvergüenza.

Bien podrían existir otros medios sacramentales para recibir el perdón sacramental. De hecho la Iglesia estuvo a punto de aprobar, tras el Concilio, una distinta normativa en la que la confesión auricular se reducía a una posibilidad entre otras. A última hora esta decisión se abortó por las presiones de los duros, de los que consideran que a más sacrificio, más virtud. Monumental error que ya Sto. Tomás corrigió: lo que importa no es el sacrificio, sino el amor. El sacrificio es sólo el precio a pagar en ocasiones para mantener la fidelidad. Pero es disparatado y masoquista buscarlo por sí mismo.

Una edad media preocupante

Este año lleva a pensar en la situación que vive el colectivo de los sacerdotes. Su escasez y su avanzada edad dibujan un futuro sombrío. La edad media de los sacerdotes en Europa es de 68 años y en España de 65. No menor es el problema en el que se hallan sumergidos los religiosos y religiosas. Los que se mantienen activos se ven desbordados por las tareas que deben llevar a cabo. Y se disponen a traer refuerzos de países africanos o asiáticos para poder cubrir las vacantes. Pero este intercambio conlleva una problemática que no conviene desdeñar.

Piense el lector en el futuro de cualquier colectivo profesional -maestros, policías, personal sanitario, bomberos etc- cuyo promedio de edad estuviera en torno a esas edades de 65-68 años. Peligraría muy seriamente la profesión.

Se dirá que Dios proveerá. Pero resulta que en el ámbito de la fe todo es don y tarea a la vez. Y la tarea humana parece fallar por algún costado. Porque este problema tan descarnado no parece preocupar en exceso a la jerarquía de la Iglesia. Pocos son los cardenales u obispos que se plantean la situación. Dicen que en el Titanic los músicos seguían tocando sus instrumentos mientras el agua les llegaba a las rodillas. ¿No es una táctica suicida?

Es preciso corregir esta desastrosa tendencia. Las consecuencias en numerosos países, sobretodo de Latinoamérica, son de largo alcance. Muchísimas comunidades se ven privadas de la Eucaristía dominical y tienen que sustituirla por actos paralitúrgicos. Ahora bien, la Eucaristía es la celebración plena de la fe y de la fraternidad. En muchos lugares a los fieles sólo les es dado comulgar en la misa 4 ó 5 veces al año por la falta de sacerdotes. Innumerables son las parroquias y las casas religiosas de Europa que han cerrado sus puertas.

Seguramente que la dispensa del celibato no sería la solución total, pero sí resultaría de alguna ayuda. Hay una verdadera fijación en este punto. No menos paliaría el problema la ordenación de varones casados. Personas bien formadas, con sentido común y talante religioso ejercerían una tarea eficaz sin necesidad de estudiar tres o cuatro años de filosofía y otros tantos de teología. En todo caso que estudiaran en profundidad unos pocos ministros itinerantes para ir de parroquia en parroquia exponiendo -y razonando en lo posible- los fundamentos de la fe.

No entro en la ordenación de mujeres porque la jerarquía es hipersensible a este tema. Pero personalmente siento una enorme vergüenza cuando en todas las ramas del trabajo y en todos los ámbitos sociales las mujeres van avanzando y ocupando puestos mientras en la Iglesia les está vedado el paso. Los argumentos ofrecidos hasta el presente están lejos de ser convincentes. Además, un toque femenino en el altar y una mayor delicadeza en el trato con los fieles ayudaría mucho a conformar asambleas más cálidas. Que es uno de los fuertes déficits que sufrimos.

El año sacerdotal debería servir para plantear en profundidad las carencias, las necesidades y las urgencias del ministerio sacerdotal en nuestros días. Pero el lenguaje con que se proclamó y los objetivos a que apuntaba no parece que vayan a solucionar la situación.


1 comentario:

Anónimo dijo...

La fijación la tienen los que quieren ordenar mujeres al precio que sea. Se ha demostrado que no sirven para la tarea. Por chismosas y por lujuriosas. Sé que es fuerte lo que digo y que más de uno me insultará, pero es lo que pienso sinceramente.