El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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domingo, 10 de enero de 2010

El latido del tiempo


Tras los festejos y felicitaciones del año nuevo es posible que uno elabore una personal filosofía del tiempo, su enigma y su misterio. De pronto uno se sorprende a sí mismo especulando sobre las peculiares, juguetonas y trágicas virtudes del tiempo. A saber, pintar canas a los adultos, ponerle pátina a las pinturas y cincelar arrugas en el rostro de los seres queridos.

La situación resulta, pues, propicia para hacer cábalas acerca de las funestas consecuencias inherentes al tiempo. O sobre el futuro desarrollo de sus promesas. Porque todo hay que decirlo: el tiempo no sólo se dedica a envejecer al personal, a oxidar las ilusiones y a apremiar a los deudores. También gusta de convertir a los pequeños en hombres hechos y derechos. Hace sabios a los ignorantes. Lleva a buen puerto ilusiones que culminan en el beso nupcial o en el birrete de graduación.

A año muerto, año puesto

No está fuera de lugar la metáfora de considerar al nuevo año como un rollizo recién nacido. Que, por cierto, va a tener una vida breve: sólo trescientos sesenta y cinco días. Luego irá a parar al cementerio de años que debe existir en alguna parte. Nueva reflexión propicia de cara a la caducidad de personas y cosas. El hecho es que, cuando el pequeño hace su aparición, se estimulan los anhelos y las esperanzas de los seres humanos. Además, suele ser recibido con una calurosa y alborotada bienvenida.

Aquello de que las apariencias engañan, acaso se inventara para indicar la metamorfosis del año: su paso de la decrepitud a la novedad. La hora que inicia el año, marcada por tan enorme algarabía, no raramente provoca la nostalgia y contribuye a deshilachar viejas utopías. Quizás fortalece el caparazón del escepticismo y la amargura.

Hay quienes vive el transcurrir del tiempo con una mal disimulada angustia. Como un patrimonio que se les va esfumando entre las manos con más prisa de la que desearan. Para ellos no sirve la acotación de que lo mismo puede decirse que tienen un año más que un año menos. Experimentan negativamente la agresión de las horas y los días. Tienen un año menos y déjense los filósofos o los bromistas de aplicar paños calientes al cáncer del tiempo que engulle con voracidad cuanto halla a su paso.

Sin embargo, también los hay que cargan con garbo los años sobre sus espaldas. Y no sólo porque su físico se mueve con agilidad, sino por cuanto intuyen que el tiempo les acerca a la meta y ésta les habla de plenitud. Al menos, desde la fe cristiana. Los brazos de Dios Padre esperan al caminante. Cuando llegue a término, con los pies doloridos y el alma vacilante, el Creador recogerá y revitalizará todas las sonrisas que esbozó a lo largo del camino. Ninguna de ellas se perderá.

¿Esperanza sin fe?

¿Y el increyente? Difícil tarea la de darle consejos en este terreno. El tiempo acaba ganando todas las batallas y oxidando todas las esperanzas. Sólo cabe esperar la victoria llevando al contendiente al terreno que le resulta ajeno: la otra dimensión, la eternidad.

Cuando se dan las condiciones para esta singular batalla en la que el hombre huye -con razonable confianza- hacia adelante, el estado de ánimo se mantiene firme y el transcurso del tiempo no consigue erosionarlo. Pero yo no sabría dónde ir a recoger argumentos para fortalecer la ilusión y vertebrar los proyectos del escéptico. Conténtese con mirar a la cara a su adversario, apretar los dientes y sufrir en silencio. Siempre será una salida más digna que la de desparramarse en el ritmo, las juergas y el alcohol.

Mientras tanto, pienso que lo mismo quien cultiva la fe como el que duda o la niega, deben sentirse obligados a vivir el tiempo con una mentalidad avara. En este caso, una sana y permitida avaricia. Es lastimoso comprobar los desperdicios que se hacen con las horas, los días y las semanas. El letargo de los crucigramas que ni siquiera se terminan. Los capítulos interminables de las telenovelas. Las conversaciones estúpidas y sin sentido que se alargan hasta el infinito.

Se pueden hacer multitud de cosas en la vida. Cabe revivir a Mozart escuchando su música y sumergirse gozosamente en el mundo ingrávido y sutil de la armonía total. Podemos hacernos discípulos de cualquier figura literaria vivida antes que nosotros con solo abrir un libro... ¡Tantas cosas! Contando solo los momentos que deja libres el trabajo y la profesión.


Los primeros días del año punzan los sentimientos con intensidad. A veces clavan espinas dolorosas reviviendo tragedias sucedidas el año que se fue. Pero también abren a la esperanza. Muchos seres humanos se ponen a la expectativa. Todo puede suceder. Como la vida de un recién nacido convoca todas las esperanzas y pone en pie innumerables ilusiones, así el año nuevo para quien no ha arrojado la toalla de la vida.


1 comentario:

Unknown dijo...

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