El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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miércoles, 10 de febrero de 2010

¿La Iglesia en el abismo?

Un conocido jesuita egipcio, Henri Boulad, lanzó ya hace más de un par de años un SOS desgarrado dirigido al Papa Benedicto XVI. Es ahora cuando su contenido ha penetrado en las páginas de numerosas revistas y webs. En opinión de algunos periodistas atentos a lo que ronda por el Vaticano, la carta ha escalado los escritorios de los más altos dignatarios.

Lo que dice la misiva es lo que piensa una gran mayoría de la Iglesia, si bien muchos fieles no sabrían expresarlo adecuadamente y otros prefieren callarlo. Sé que existen grupos y movimientos que se mostrarían en total desacuerdo, pero en el entorno en que me he movido -Facultades de Teología, Federaciones de Religiosos y grupos de sacerdotes inquietos- así como en las lecturas que he consumido, el contenido de la misma encontraría más adhesiones que rechazos. Claro que los más afectos no son precisamente los que manejan los hilos más poderosos.

El diagnóstico siempre resulta más fácil que la curación de la enfermedad, pero no es menos cierto que es preciso empezar por el diagnóstico si no se quiere echar mano de remedios arbitrarios e inconsistentes.

El autor de la carta es una personalidad my a tener en cuenta por sus experiencias ecuménicas, su fecunda labor de escritor y porque conoce muy bien a numerosos grupos y jerarquías de la Iglesia. Ejerce como Rector del Colegio de los jesuitas de El Cairo. Ha ocupado cargos de responsabilidad en la Compañía de Jesús, Facultades de teología y Cáritas en Oriente Medio y África del Norte. Ha visitado unos cincuenta países en los cuatro continentes.

Diagnóstico sin atenuantes

El título de la carta: la Iglesia en el abismo. Y enuncia diez causas de esta caída libre que voy a resumir y reducir a siete.

1. Práctica religiosa en constante declive. Frecuenta la Iglesia un número de personas cada vez más reducido en Europa y América del Norte. Pertenecen mayoritariamente a la tercera edad, lo cual significa que en pocos años desaparecerán. Los seminarios y noviciados se ven vacíos y las vocaciones en caída libre.

2. El futuro es sombrío. Cada vez más las parroquias europeas están a cargo de sacerdotes de Asia o de África. Muchos abandonan el ministerio y los que permanecen sobrepasan a menudo la edad de la jubilación. Por si fuera poco, algunos viven en concubinato…

3. El lenguaje más oficial de la Iglesia -magisterio, liturgia, catequesis…- suele ser obsoleto, anacrónico, aburrido, repetitivo, moralizante, totalmente inadaptado a nuestra época. No se trata de acomodarse o de abaratar el Evangelio, sino de usar un lenguaje significativo para el hombre de hoy. Ello exige renovar en profundidad la teología y la catequesis. Nuestra fe es en exceso cerebral, abstracta, dogmática y se dirige muy poco al corazón y al cuerpo.

4. En consecuencia, un gran número de cristianos dirigen la mirada hacia las religiones de Asia, las sectas, la new-age, las iglesias evangélicas, el ocultismo… Van a buscar en otra parte el alimento que no encuentran en casa. La fe cristiana que en otro tiempo otorgaba sentido a la vida de la gente, ha devenido para muchos un enigma, el resto de un pasado glorioso.

5. En el plano moral y ético, los dictámenes repetitivos del Magisterio sobre el matrimonio, la contracepción, el aborto, la eutanasia, la homosexualidad, el matrimonio de los sacerdotes, los divorciados vueltos a casar, dejan indiferentes, si es que no fatigan. Todos estos problemas merecen algo más que declaraciones categóricas. Necesitan un tratamiento pastoral, sociológico, psicológico, humano... en una línea más evangélica.

6. La Iglesia católica, que ha sido la gran educadora de Europa durante siglos, parece olvidar que esta Europa ha llegado a la madurez. La Europa adulta no quiere ser tratada como menor de edad. El estilo paternalista de una Iglesia Madre y Maestra está definitivamente desfasado. Los cristianos han aprendido a pensar por sí mismos y no están dispuestos a tragarse cualquier cosa.

7. Las naciones más orgullosas de su catolicismo años atrás han caído en el ateísmo, el anticlericalismo, el agnosticismo, la indiferencia, mientras que el diálogo con las demás iglesias y religiones está en preocupante retroceso hoy. Los grandes progresos realizados desde hace medio siglo están en entredicho en este momento.

Más allá del diagnóstico

Afirma Henri Boulad que, frente a esta constatación casi demoledora, la reacción de la iglesia es doble: tiende a minimizar la gravedad de la situación, a consolarse constatando cierto repunte en su facción más tradicional y en los países del Tercer mundo. También apela a la confianza en el Señor, que la ha sostenido durante veinte siglos. ¿Acaso no tiene promesas de vida eterna?

Responde el jesuita: No es apoyándose en el pasado ni recogiendo sus migajas como se resolverán los problemas de hoy y de mañana. La aparente vitalidad de las Iglesias del Tercer mundo es equívoca. Pronto atravesarán las mismas crisis que ha conocido la vieja cristiandad. Hay indicios numerosos de que será así.

El Concilio Vaticano II intentó recuperar varios siglos de retraso, pero las puertas que se abrieron entonces, se han cerrado de nuevo. No tiene el menor sentido esconder la cabeza bajo la arena ni posponer una reforma sine die. La historia no espera. Habría que movilizar todas las fuerzas vivas para un aggiornamento decidido. Pero sea por pereza, dejadez, orgullo, falta de imaginación o de creatividad, se deja la iniciativa en manos de Dios. Él sabrá cómo actuar, se dice con ademán piadoso. Sin embargo Cristo puso en guardia: los hijos de las tinieblas gestionan mucho mejor sus asuntos que los hijos de la luz.

El autor sugiere la convocatoria de un sínodo a nivel de Iglesia universal. Y termina disculpándose por su franqueza. Por mi parte me abstengo de ulteriores comentarios, pero confieso abiertamente que en lo sustancial sintonizo con las afirmaciones del jesuita. Si acaso echo de menos la necesidad de acentuar el compromiso hacia los pobres y marginados de nuestro mundo.

Acabo. Amar a la Iglesia no significa callar. Al contrario, el silencio puede ser una muestra de indiferencia, cobardía o irresponsabilidad cuando se juega el futuro de la fe cristiana y lo que urge no es mirar a otro lado con los ojos en blanco, sino abordar grandes decisiones y acompañarlas con sus correspondientes actuaciones.

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