El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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sábado, 20 de febrero de 2010

El elocuente lenguaje de la ceniza

Llegó la cuaresma sin meter mucho ruido. La mayoría se ha enterado porque ha participado en algún carnaval o lo ha visto por la tele. Y le suena aquello de que, tras el carnaval, la cuaresma. Pero esta segunda parte le despierta mucho menos interés.

No soy especialmente amigo de los gestos litúrgicos y algunos los encuentro sencillamente anticuados e incapaces de sintonizar con el hombre contemporáneo. Cierto que constituyen el único lenguaje del que podemos agarrarnos para hablar de una dimensión -la religiosa- que nos desborda por todos los costados. Pero el símbolo de la ceniza me parece bien. Tiene un substrato universal muy válido.

Pues bien, la cuaresma advierte que está a las puertas hablando su lenguaje. Recurriendo a la ceniza se presenta, no como señora triste, aunque sí seria. Afirma que nada tiene contra la alegría, pero sí siente ojeriza por la frivolidad.

El miércoles de ceniza una voz sutil, pero tenaz, convoca a numerosos fieles a los templos diseminados por el país. Sucede que la ceniza es un símbolo elocuente de fuertes resonancias en el corazón humano. El miércoles de ceniza muchos no practicantes hacen una excepción.

Lo experimenté, sobre todo, en R. Dominicana. El templo desbordaba de asistentes, se llenaba mucho más que en cualquier otra festividad litúrgica. Personas con una fuerte pátina de secularización sobre el cuerpo cierran un ojo y piensan probablemente que un día al año no hace daño. Con evidente incoherencia quien no posee propósitos de enmienda ni otea horizontes de conversión acude al conjuro de la ceniza.

La paradójica grandeza de la ceniza

La ceniza tiene un sustrato universal. Recuerda, en primer lugar, la condición humana débil, efímera, caduca. Al final, los hombres se vuelven ceniza. Sí, también los que se muestran arrogantes, coleccionan medallas y homenajes, sueltan exabruptos, hablan de modo incontinente y actúan con seguridad inmoderada. También a los que no les tiembla el pulso, no obstante las consecuencias de sus actos, y tal parece que se sitúan por encima de los demás mortales.

El inconsciente colectivo de la humanidad, que asoma en cada individuo, se complace en recordar que también ellos volverán a la ceniza. Es el recurso que posee este inconsciente colectivo para dejar las cosas en su lugar y poner los puntos sobre las íes correspondientes. Una manera de bajarle los humos, que no admite réplica.

"Dios formó al hombre con el polvo de la tierra". Justamente Adán significa tierra. Y al terrícola se le recuerda, en cuanto se pone de pie, cual será su destino: "hasta que vuelvas a la tierra, pues de ella fuiste creado". Origen y final del hombre es el polvo de la tierra. En términos tan metafóricos como reales. A poco que uno permanezca en su sano juicio estas cosas le estimulan a la humildad.

La Palabra de Dios que invita a la conversión es la que da sentido a la ceniza inerte. Como siempre sucede en la liturgia, los gestos o los elementos materiales ilustran el significado de las palabras. Y, a su vez, las palabras desvelan el contenido de los gestos. De otro modo el conjunto resultaría ambiguo e impreciso.

La reforma quiso conservar la fórmula antigua: recuerda que eres polvo y en polvo te convertirás. Pero también ha propuesto otra alternativa: conviértete y cree en el evangelio. Y así no solamente se recupera el simbolismo de la caducidad implícito en la ceniza, sino que también expresa su dimensión de penitencia y cambio.

En efecto, la Biblia no pasa por alto que la ceniza expresa arrepentimiento. La penitencia se formula así, según el libro de Job (y otros muchos pasajes): retracto mis palabras, me arrepiento en el polvo y la ceniza. Un ejemplo conocido, el de los ninivitas: los ninivitas creyeron en Dios, ordenaron un ayuno y se vistieron de saco... el rey se sentó en la ceniza.

Los penitentes de los primeros siglos cristianos ya realizaban estos gestos. Vestidos con el hábito penitencial, y con las huellas de la ceniza en la cabeza, se presentaban ante la comunidad. Manifestaban así su deseo de conversión en público. Por aquellos entonces este rito tenía gran resonancia.

Cenizas de resurrección

Más allá de la caducidad y el arrepentimiento, la ceniza apunta, como la cuaresma toda, a la victoria final. Venimos del polvo y el cuerpo mortal a él regresa. La vida es cruz y muerte. Pero ello no implica, ni de lejos, una actitud masoquista. En el miércoles que inicia la cuaresma la Iglesia saca a relucir las cenizas, pero cenizas de resurrección. Dios saca vida del polvo. El creyente está llamado a alcanzar la Vida en mayúscula.

La cuaresma inicia con la ceniza y termina con el agua bendita de la vigilia pascual. La ceniza ensucia y el agua limpia. La ceniza evoca la destrucción y el agua es fuente de vida. La ceniza recuerda nuestros límites y nos ejercita para vivir con sano realismo. Pero no pretende ocultar que la última palabra la tiene el agua, la vida y no la ceniza. Aunque quien no pasa por la ceniza no hallará el agua de las fuentes primordiales.

La imposición de la ceniza es un rito que lleva muchos siglos en las espaldas. Tan vital y de tantas resonancias, no obstante su antigüedad, que su capacidad de convocatoria sigue manteniéndose en pie.

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