El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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lunes, 12 de abril de 2010

Desafección y abandono sin estrépito


Asegura la Asociación Karl Rahner, de Granada, que cada año en el Estado español abandonan la Iglesia 200.000 personas. No se trata de apostasías espectaculares ni de ruidosas solicitudes para excluir el propio nombre de los registros bautismales.

Nada de eso. Unos por desidia, otros por seguir la corriente, los de más allá porque se les contagian las críticas viscerales de cierta prensa oral y escrita o porque se sienten influidos por las confesiones gnósticas/ateas de personajes que deambulan por los medios. Poco a poco toman conciencia de que están más fuera que dentro.

Se diría que en el proceso se da un grado de inexorabilidad histórica. Por supuesto que también hay que contar con el escaso testimonio individual, con los escándalos de pederastia del clero que -aun en proporción minúscula- avergüenzan y escandalizan. Pero una parte alícuota del mismo lo tienen los errores estratégicos de la jerarquía. Las condenas constantes, las declaraciones estridentes, la opción por un bando político, las manifestaciones unidireccionales, los silencios cómplices, los obispos impuestos en contra de la población…

Cualquier institución democrática de la sociedad occidental en el siglo XX, periódicamente da cuenta de su gestión. Así en los parlamentos, en los bancos y hasta en las Congregaciones religiosas (concretamente en los Capítulos). Cuando una institución se cree exonerada de dar explicaciones es porque actúa con ademanes y tics autoritarios.

La Iglesia no es democrática: el poder último no reside en el pueblo, sino en Jesucristo. Pero en multitud de temas y procedimientos nada impide que sea democrática. Tanto más cuanto que debe ser fraternal. A lo largo del primer milenio se tenía mucho más en cuenta a los fieles. Tanto a la hora de elegir pastores como a la constatar la “recepción” que tenía la doctrina del magisterio.

Débil sentido de pertenencia

Hoy en día se ha debilitado el sentido de pertenencia a las grandes instituciones. Ni la familia, ni el partido político, ni la confesión religiosa parecen tener gran atractivo. La institución suele producir desconfianza. Es la doctrina de la postmodernidad. Pensamiento débil, sospechas y desengaños. Muchos se contentan con empuñar un vago sentimiento religioso o con observar el firmamento estrellado.

De ahí que si uno no se encuentra a gusto en la confesión en la cual se ha asentado, se desplaza sin mayores complicaciones. Se va a otro lado., quizás a un foro de resonancias ecológicas o deportivas, dos fenómenos que suplen en buena parte las necesidades religiosas en tiempos de postmodernidad. Razón de más para tratar con la atención y el exquisito respeto que ya de por sí merece el individuo.

Ahora bien, encuestas fiables constatan que la población española en su conjunto no tiene una buena percepción de la Iglesia Católica española. Ello no obstante el buen hacer de muchos creyentes de a pie, de sus dirigentes, de los voluntarios y de las organizaciones sociales. En ocasiones los sondeos dicen que la Iglesia es la institución menos fiable. Muy triste. Y peor aún: mayor que el rechazo ante lo religioso es la indiferencia.

Pedimos a algunos de nuestros hermanos obispos que no hagan opciones partidistas, que no experimentemos la desazón cuando se acercan a un micrófono, que caminen con nosotros. No delante porque podríamos perderlos de vista. Tampoco detrás porque podrían rezagarse. Al lado, junto con nosotros.



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