El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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jueves, 13 de mayo de 2010

Perder poder, ganar autoridad

No es recomendable que las jerarquías eclesiásticas perfilen el oído hacia los encomios y palmas -¿adulaciones tal vez?- de los devotos cristianos que les vitorean.

No es aconsejable sumirse en un estado depresivo por las muchas críticas, burlas y hasta insultos que con frecuencia transitan por las páginas y las ondas de los medios de comunicación contra valores y símbolos cristianos.

Sí será saludable y provechoso hacer una sana y sabia autocrítica. Hay muchos feligreses que aman a su Iglesia y desean verla vestida de evangelio. A estos hay que escuchar y no propinarles un manotazo para acomodar el pabellón de la oreja en dirección a las lisonjas.

De otro modo la Iglesia seguirá -seguiremos- perdiendo poder, lo cual es justo y necesario. Pero también seguirá y seguiremos perdiendo autoridad moral, lo cual resultará nefasto para la evangelización.

Jesús no tenía el menor poder, pero gozaba de una enorme autoridad. Este es el camino. Por ahí hay que explorar nuevos senderos. Nada de añorar el poder. Todos los esfuerzos posibles para ganar en autoridad moral.

La autocrítica exige reconocer que el testimonio personal anda renqueante, invita a despojarse de extraños atuendos y a liberarse de fijaciones varias.

Urge una tal actitud porque de lo contrario nuestras denuncias acerca de que un buen número de personajes y personajillos se dedican a la tarea de erosionar la Iglesia serán tildadas como excusas de mal pagador.

Nada más insensato que inventarse conspiraciones y conciliábulos, pero tantos refritos sobre la pederastia en la prensa, en ocasiones de muchos lustros atrás, no dejan de sugerir que existe interés en erosionar la autoridad moral, cultural y educativa de que la Iglesia ha gozado. Y se apunta más allá de la Iglesia, el objetivo último pretende desprestigiar los valores propios de la fe cristiana.

Es así. A muchos les estorban los valores cristianos y se proponen cambiar las etiquetas. Nada de fraternidad ni caridad. Mejor referirse a la solidaridad. En cuanto al amor… quedémonos con “hacer el amor”. Y luego cabría analizar lo que le ha sucedido al perdón, al símbolo de la cruz, al concepto de sacrificio, a estas desgastadas letras que conforman la palabra “pecado”.

Quienes se sienten molestos e incómodos ante los valores cristianos adoptan la vieja estrategia de reducirla al ámbito privado.

Una severa autocrítica de la propia conducta, un deseo sincero de soltar las amarras del poder y una escucha de las interpelaciones surgidas en el mismo seno de la Iglesia pueden hacernos más creíbles y ayudarnos a aligerar el peso del equipaje.

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