El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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martes, 13 de julio de 2010

Sensaciones veraniegas


El verano, todavía en sus inicios, me ha atrapado en un pueblecito navarro. Estoy en un antiguo seminario menor, un edificio de dimensiones descomunales.
Contemplo desde una habitación la mole del recinto amurallado del cerco (ss. XI-XII). Me refiero al pueblo de Artajona que, según dicen, llegó a ser Reino por un lapso de tiempo. Queda el antiguo esplendor de las torres remozadas y unas casas totalmente construidas en piedra. Los organismos encargados del patrimonio cuidan el conjunto con esmero. En particular conservan la Iglesia de S. Saturnino que, siglos atrás, tenía también asignada la función de defender a la población.
Instalado en un solemnísimo edificio coronado por cuatro torres, a un par de kilómetros del cerco, contemplo el panorama desde la ventana. De los trigales solo quedan los rastrojos. Pero el color amarillo estimula las sensaciones veraniegas que el invierno iba reclamando desde tiempo atrás.
Este es el escenario en que he residido unos días, pues el Instituto al que pertenezco -Misioneros SS. CC- aprovecha los numerosos e infrautilizados metros cuadrados del lugar para que, al menos una vez al año, cumplan una función. A lo largo de unos días se han desarrollado en este asentamiento reuniones varias y hasta una semana dedicada a la Tercera Edad.
Pero el tema que me inspira estas breves letras es el de las sensaciones veraniegas que serpentean por todo el cuerpo y que han explotado en el ambiente. El campo ondulado y amarillento, el cielo azulado y transparente, el sol que se desploma sin compasión, el bochorno pegado a las paredes de la casa…
Son sensaciones agradables, no obstante la incomodidad que puedan ocasionar. Cabalgando sobre ellas hacemos planes: tantos días en la playa o la montaña. Leeré un libro con el que me he encaprichado, viajaré y charlaré distendidamente con viejos amigos. Habrá tiempo para escuchar la música clásica que me traslada a parajes de éxtasis…
Al final del verano uno saca la cuenta y suele constatar que muchos planes quedaron abortados. También habrá que contar con prisas inoportunas y reconocer que la playa no cumplió con las expectativas. Pues el mar no nos acarició con sus suaves olas, sino que nos mordió con sus insidiosas mensajeras, las medusas. Quizás en el haber del verano haya que contar con alguna salmonelosis o sorpresiva insolación.
Lo cierto es que en los primeros días de julio las sensaciones veraniegas nos hacen soñar despiertos. El ambiente nos acuna y nos toma de la mano transportándonos por un firmamento virtual. Los ojos entreabiertos, el sopor de la siesta, las aves recorriendo la inmensidad azulada... Mentalmente paso revista a los buenos momentos que julio y agosto traerá consigo.
Lo que de verdad acontezca, ya se verá al final, porque, a la postre, el verano es como la vida en escala. El verano, como la vida, en ocasiones promete, pero no cumple. No vayamos a hacer moralina, que el aturdimiento del verano tampoco propicia la labor, pero ahí queda el apunte: en el verano y en la vida conviene aferrarse a Alguien en mayúscula que sí cumple. Tú eres mi roca y mi salvación, reza el salmo. Sí, también en verano, en la modorra de la siesta y en el sol esplendoroso del mediodía.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy valioso artículo sobre sensaciones reales, pero difíciles de expresar. Quue aparezcan otros escritos semejantes. ¡Felicidades!