El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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sábado, 3 de julio de 2010

Los fantasmas de la Tercera Edad


En la entrada anterior del blog aludía a una semana de formación permanente que tenía como tema la Tercera Edad. Al finalizar una serie de lecturas resumo a vuela pluma las ideas que me resultan más relevantes sobre este asunto. Los pensamientos que, a mi parecer, debieran permear la existencia del adulto mayor. Y más todavía, debieran asomarse a la vida de quien todavía se mueve, dirige y controla porque ni que decir tiene que la vejez llegará. Claro está, siempre que uno no muera antes, lo que tampoco suele considerarse recomendable.
1. Es necesario tomar conciencia de la edad con sus consiguientes limitaciones. Nada más esperpéntico que vestir pantalones ceñidos y coloridas prendas juveniles a deshora. Cabe exigirle al individuo un comportamiento acorde a su edad. No es el momento adecuado para vestir vaqueros ceñidos, ni para que la mujer ostente unos labios color rojo vivo, ni para que tome prestado el vocabulario de los adolescentes. La madurez psicológica exige hacerse cargo del contexto vital y social en que uno vive. Caso de ignorar este presupuesto uno queda expuesto constantemente al ridículo.
2. Hay que asimilar a fondo que, con la edad, se pierden habilidades y capacidades. Preciso es saber renunciar a cuanto uno ha llevado entre manos y no armarse de rencor al ser sustituido. No es cuestión de asimilar una supuesta marginación, sino de aceptar una ley de vida. El último en enterarse de que ya no se está en forma suele ser uno mismo. Cuando llega el momento de ceder el paso, no es de buen gusto hacer el boicot y mostrar despecho. ¿Ah sí? Pues ahí os quedáis, dice más de uno sin decirlo. Al fin y al cabo nadie es irreemplazable. Los seres humanos vienen muriéndose desde el paraíso terrenal y el mundo ha seguido rodando.
3. Quienes rodean a los mayores no aguantan que se les cuente una y otra vez anécdotas que un día acontecieron. Los mayores no deben obligar a los más jóvenes a mirar hacia atrás hasta provocarles tortícolis. Déjeselos mirar hacia adelante. No hable el anciano tanto de mis tiempos. Mientras uno vive, transcurren sus tiempos frente a él. Y si inevitablemente se le cierran unas puertas, nada impide que trate de abrir otras.  
4. No aporta ningún fruto adelantar mentalmente los males que pueden sobrevenir en el transcurso del tiempo. La mayoría de los males imaginados jamás llegan a concretarse. ¿Entonces? ¿Qué extraño placer masoquista conlleva pensar una y otra vez qué horrendos y numerosos achaques se cernirán sobre uno? En la misma línea, y para no abonar el terreno de la aprensión, no es aconsejable contar con pelos y señales las dolencias propias ni escuchar pacientemente las ajenas. Pues que de este modo acaba estimulándose el substrato hipocondríaco que quizás se halle latente.  
5. Mientras uno vive, viva de verdad. Nada de morir antes de morir. ¿Por qué despedirse de este mundo a los 70 si le van a enterrar a los 80? Hay que cultivar las inquietudes que se acoplen a las circunstancias: disfrutar un paisaje, leer buena literatura, escuchar música que revitalice los sentimientos dormidos. Sí, es bueno cultivar inquietudes realizables. Incluso está bien soñar un poco, mientras se tengan bien asentados los pies sobre la tierra. Uno debe elegir entre ser persona madura con un comportamiento patriarcal: tolerante, capaz de aconsejar y estimular, o convertirse en un viejo cascarrabias amargando la vida a todo el que le rodea.
6. Finalmente hay que esperar a que acontezca el final y baje el telón definitivo. Porque para que la vida sea completa es preciso que se sucedan todas las etapas, sin acelerarlas de modo insensato. Una vida segada antes de hora es una interrupción, un aborto que no ha llegado a su meta. Por eso es importante llegar hasta el término. Un final que completa, no un final que interrumpe: así hay que vivir la muerte. Y luego esperar confiadamente que ella se metamorfosee en un nuevo nacimiento. Ya el cuerpo no logra sostener al espíritu y éste necesita un espacio mayor. Exactamente como el seno materno no puede cobijar al feto y éste requiere de un espacio más amplio. El de los brazos de Dios Padre.

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