El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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martes, 3 de agosto de 2010

Estocada a la tauromaquia

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Una descomunal polémica se ha levantado tras la prohibición del toreo en Catalunya. Las emisoras de radio y TV, las páginas de los periódicos chorreaban noticias y artículos de fondo relativos al hecho. Unos han llorado de gozo al saber que quedaba prohibido torturar a los nobles animales. Otros de indignación frente a lo que consideran un atentado a la libertad y una agresión a la cultura y el arte de España.
Mi punto de partida es que la vida de otros seres vivos no debe ser menospreciada ni envilecida. El Estado tenía ya una ley sobre la protección de los animales… en la que los toros eran excepción. ¿Tiene alguna pizca de lógica tamaña desatino?
Personalmente no me siento implicado en absoluto en lo que llaman la esencia de la cultura española, la tauromaquia. Jamás he asistido a una corrida, como tampoco la mayoría de mi familia y de los amigos que tengo. No logro percibir por parte alguna el supuesto arte de la tauromaquia. Y menos cuando desemboca en una muerte aplaudida por la multitud.  
Afortunadamente, cada vez es mayor la sensibilidad a favor de los animales. Una cosa es matarlos para alimentarse y otra muy distinta ensañarse contra el noble animal a base de banderillas, engaños y espadas. Sin contar lo que sufren antes de la corrida, pues cuando el animal sale a la plaza lleva días de sufrimiento y malos tratos. Los que andan detrás de los burladeros saben del asunto. 
Lo más escandaloso del caso es que el nacionalismo españolista ha levantado el dedo inculpador contra el Parlamento de Catalunya acusándolo de que con la abolición pretendía ir contra la cultura y el arte de España. Ha sido un supuesto constante y mil veces repetido. En cambio yo no he escuchado ni una vez en labios de los parlamentarios del veto que la decisión tuviera este objetivo. Simplemente se prohíben los toros porque es innoble torturar a un noble animal. Por lo demás, también Canarias ha prohibido hace años la fiesta y nadie se metió con sus gentes.
Los partidarios del ensañamiento alegan que la prohibición es una estocada a la libertad. Si bajo los pliegues de esta palabra tiene cabida cualquier desmán, entonces sí. Pero la libertad tiene límites: el asesinato, el robo, el fraude… y la tortura a los animales por puro placer… me atrevería a decir que por sadismo. ¿Cómo alguien puede mezclar la fiesta con la sangre, la espada y la muerte? No es un capricho prohibir actuaciones dañinas ni pararle los pies a los facinerosos. Y no digo que los aficionados a la fiesta lo sean, entiéndase bien. Sí digo que a ellos no les preocupa en absoluto la libertad del toro. 
En cuanto a que Catalunya -y sólo Catalunya- tiene interés en destruir los símbolos patrios es falso. El día en que se vetaban los toros en la Plaza de S. Jaume, había grupos que lo celebraban con champán en la madrileña Puerta del Sol. No eran catalanes infiltrados. Existe una sensibilidad creciente contra el sufrimiento de los animales sin causa ni motivo. Este movimiento ya no lo para nadie. Habrá protestas y resistencias mil, pero acabará triunfando. Basta comprobar el progreso  experimentado en los últimos diez años.  
¿La tauromaquia es una tradición española? Sí. Ahora bien, hay tradiciones buenas y menos buenas. El “siempre se ha hecho así” es un argumento muy exiguo y de una enorme mediocridad. Por lo demás, la prohibición no afecta a las fiestas en que toros y vaquillas corretean por el ruedo. Es verdad que no se libran de numerosas gamberradas, aunque tampoco terminan siendo sacrificados y acribillados con dolorosas banderillas. Los toros de S. Fermín quizás puedan seguir trotando por la estafeta y las poblaciones que se divierten con las embestidas de las bestias probablemente seguirán con el rito. El hecho se presta a la discusión y a la inconformidad. De todos modos, lo que sí debe ser desterrado sin vacilar es la sangre, la espada y la muerte. Me parece muy razonable.
Había expresado en mi anterior escrito mi propósito de comentar las lecturas que hice junto al mar, en un montículo y bajo un firmamento que sólo en el descampado se hace tan visible. Pero no quería pasar por alto el tema tratado. Otra vez será.