El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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domingo, 3 de octubre de 2010

Se marchó de la Iglesia dando un portazo

Querida Ivette: he ido recibiendo correos electrónicos en los que he sido testigo de tu lenta e inexorable desvinculación con la Iglesia y hasta con la fe misma. El hecho me ha dolido de verdad. Cortar el cordón umbilical con la casa materna no es cosa baladí. Uno sabe de la oleada de gente que de pronto “descubren” que nada tienen que ver con la Iglesia. Pero mi sincero aprecio por ti, el conocimiento que tengo de tus cualidades pedagógicas, de tus inquietudes culturales y de tu acogida humana aumenta el pesar que me ha producido tu decisión.  
Hemos trabado una buena amistad y nos hemos comunicado a través del email. Me duele tu decisión, tanto más cuanto que en gran parte ha sido motivada por la decepción de los sacerdotes y de lo que tú llamas una y otra vez como “estructuras de poder”.
Ateísmos, escepticismos y agnosticismos
Recordada Ivette: cada uno recorre su itinerario particular. Hay numerosas clases de ateísmos, escepticismos y agnosticismos. Teóricos y prácticos, por amor a una pretendida libertad y por pura banalidad. Los medios de comunicación, por otra parte, empujan por el tobogán del hedonismo y la frivolidad, poco amigos de la fe y el compromiso. Pero tal vez otro día hablemos del tema.
Entiendo que tu alejamiento de la fe ha sido por reacción. Te has marchado de la Iglesia con un portazo porque te ha sentido tratada injustamente. Te han exigido mucho y  muy poco has recibido a cambio. Has quedado frustrada en tus expectativas. Has detectado prepotencia en quienes estaban al frente de las instituciones en que trabajabas y un pernicioso amor al dinero en los administradores de turno.
No niego que haya sido así, aunque también oso decirte con franqueza  que he notado expresiones sesgadas en tus quejas y hasta un rencor insano en ocasiones. Incluso has prendido la mecha de una propaganda anticlerical en revancha por los sufrimientos padecidos. Comprendo tu reacción y la respeto, pero pienso que no es el camino adecuado. Puedes mostrarte en desacuerdo sin renunciar a la grandeza de ánimo.
Has focalizado tu mirada en los atropellos y arbitrariedades de que has sido objeto tú y tus compañeros/as de trabajo. Te has rebelado porque determinadas exigencias se han hecho en nombre de Jesús. Y tú, que admiras o admirabas al Jesús histórico, el que no se plegaba a las rutinas ni contemporizaba con fariseísmos mezquinos, te has indignado. Has dado un portazo y te has marchado.
Luego has encontrado multitud de razones y motivos para justificar tu postura. La pederastia de los curas, el ritualismo de las ceremonias, el interés oculto de los párrocos, las debilidades sexuales de algunos frailes… Todo ello ha reforzado tu decisión y la ha impermeabilizado de cualquier sentido de culpa. Incluso has experimentado una singular euforia tras el portazo.  
La promiscuidad entre el bien y el mal
Te diré, querida Ivette, que en la Iglesia existen estas miserias y algunas más que ignoras. Pero tu indignación te ha impedido percibir que la misma Iglesia santa y pecadora -santa y prostituta, la llamaban los SS. Padres- también ha hecho méritos para ser amada y acogida. Tanto más cuanto que en ella se sigue haciendo el memorial de la muerte de Jesús y nmerosas comunidades a lo largo y ancho del mundo se reúnen para orar.
Pienso que constituye un inconveniente, pero es preciso tomar en cuenta la realidad. En la Iglesia  -extendida por los confines de la tierra-  se acumulan ideologías y talantes de todos los tamaños y colores. Como en una galería interminable das con mujeres y hombres virtuosos e hipócritas. La bondad y la maldad se cruzan y entrecruzan por los caminos. Más aún, la bondad y la maldad surcan un mismo corazón y lo parten en dos. Con la desventaja de que el mal es mucho más noticioso y ruidoso.
A la Iglesia hay que atribuir numerosas maldades -a veces sólo errores- a lo largo de la historia. Habrás escuchado una y otra vez la cantinela de las cruzadas  con sus desmanes a diestro y siniestro. La Iglesia quemó vivos a los herejes en la inquisición y extendió el terror en muchos territorios. La Iglesia condenó a Galileo, un honesto científico que, por si fuera poco, andaba cargado de razón. La Iglesia da pábulo al carrerismo que persigue vestimentas rojas o color púrpura. La Iglesia no ha reaccionado con la contundencia debida ante la pederastia de algunos clérigos…
No seré yo quien niegue estos datos, aunque frecuentemente se convierten en tópicos manidos. He fortalecido mis espaldas para sobrellevar el peso de estas inmundicias legadas por los ancestros. Sólo quisiera que levantaras la vista y admitieras que esta misma Iglesia mezquina inventó los hospitales para los enfermos y moribundos que durante largos siglos no tenían un lugar donde morir. Esta misma Iglesia hoy día dirige la mayor parte de los Centros que existen en el África subsahariana para acoger a quienes padecen el Sida.
A propósito, cuando la guerra azota un país o una región, las ONG desaparecen con presteza. Los misioneros, ellos y ellas, suelen permanecer. No raramente mueren. La larga fila de hombres y mujeres sin trabajo no van a buscar alimentos a las casas de los políticos, sino que se dirigen a Caritas, a las parroquias y a otras instituciones católicas. Sus responsables se las arreglan para que nadie regrese a casa con las manos vacías.
La pederastia del clero da infinitas vueltas por los periódicos del mundo y los medios hacen refritos con sucesos de hace casi medio siglo. Claro que los culpables merecen la máxima condena. A los presbíteros y fieles católicos nos ha salpicado, avergonzado y humillado de mala manera. Las víctimas han padecido en sus carnes el suplicio y la amargura. Sin embargo te diré que he leído con avidez sobre el tema buscando los porcentajes de los implicados. El más pequeño se refería a un 0,6 % y el mayor a un 3%. Tú crees que los otros 97% de los presbíteros -demos este último porcentaje por válido-  hemos de aguantar las generalizaciones simplistas y los insultos soeces que se formulan a cada paso?
En la Iglesia hay mentalidades cerradas, retrógradas y hasta fundamentalistas. Las hay también muy actualizadas y alineadas con la justicia y la compasión. En la iglesia ha habido un tal Charles Maurras que era partidario de cantar el magníficat con solemnidad y mucho incienso a fin de que el pueblo no reparara en aquello de que Dios “despachará vacíos a los ricos”. Ha existido un tal Marcel Lefèvbre, conservador donde los haya. Pero resulta que también cabe encontrar a un tal Hans Kúng, a un Jon Sobrino y otros muchísimos teólogos y pastores de ideas avanzadas y deseosos de una mayor justicia. Bien es verdad que sus voces logran menos resonancia que las de la jerarquía. Los medios de comunicación confunden lamentablemente la parte con el todo.
Claro que existen hombres y mujeres ajenos a la ambición, que sufren por la marginación de la mujer en la Iglesia, que les parece fuera de lugar, en ocasiones inhumanas, determinadas prescripciones de moral sexual. Seres humanos que son más sensibles a la justicia y la fraternidad que al formalismo de los cánones y al protocolo eclesiástico. Y repara bien en el adjetivo, no vayas a confundir eclesial con eclesiástico. De acuerdo con el ámbito eclesial, pero urge matizar cuando nos referimos al eclesiástico.
Querida Ivette, esta entrada resulta excesivamente larga y sólo he escrito el prólogo. Seguiré con la carta. Un beso.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Es cierto: en la Iglesia hay "cierta" pluralidad. Lo digo entre comillas pues para disentir de la linea oficial, lo único que queda es emigrar de la misma.

Al nombrar a Hans Küng y a Marcel Lefebvre, en un mismo articulo, es importante hacer un acotación. Al reaccionarismo se le ha tratado con privilegios y delicadeza, es mas, diría que con excesiva caridad... pero a los liberales solo les ha caído una condena inmisericorde y ominosa. La inflexibilidad de la Jerarquía, frente al disenso, la hace recurrir a la violencia para acallarlo: censuras (excomunión, entredicho y suspensión), destierros, prohibiciones, expulsiones y hasta el asesinato (por supuesto que todo es en nombre de Dios).

Pero a pesar de todo, hay quienes compartimos una declaración de principios, la cual es mas fuerte que la violencia:

«La libertad es para la Iglesia a un tiempo don y tarea. La Iglesia puede y debe ser a todos los niveles una comunidad de hombres libres. Si quiere servir a la causa de Jesús, nunca puede ser una institución de poder o una Santa Inquisición. Sus miembros han de estar liberados para la libertad: liberados de la esclavitud a la letra de la Ley, del peso de la culpa, del miedo a la muerte; liberados para la vida, para el sentido de la vida, el servicio y el amor. Hombres que no tienen que estar sometidos más que a Dios, y no a poderes anónimos ni a otros hombres.

Donde no hay libertad, no está el Espíritu del Señor. Esta libertad, por más que haya de realizarse en la existencia del individuo, no debe ser en la Iglesia un mero llamamiento moral (ordinariamente dirigido a los otros). Tiene que ser efectiva en la configuración de la comunidad eclesial, en sus instituciones y constituciones, de suerte que éstas nunca puedan tener un carácter opresivo o represivo.

Nadie en la Iglesia tiene derecho a manipular, reprimir o suprimir, abierta o solapadamente, la libertad fundamental de los hijos de Dios y establecer la soberanía del hombre sobre el hombre, en lugar de la soberanía de Dios. En la Iglesia debe manifestarse esta libertad en la libertad de palabra (franqueza) y en la libertad de acción y renuncia (libertad de movimientos y liberalidad en el sentido más amplio de la palabra), pero también en las instituciones y constituciones eclesiásticas: la misma Iglesia debe ser a la par ámbito de libertad y abogada de la libertad en el mundo.»

Küng, Hans, Ser cristiano , 3ª Ed., Trad. de J. M.ª Bravo Navalpotro; Ediciones Cristiandad, 1977.

Víctor (http://catolicolibre.blogspot.com/)