El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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martes, 8 de marzo de 2011

Elecciones en el estamento episcopal


Cuando un periodista se le acerca a un obispo, micrófono en ristre, el clérigo no suele poner buena cara. Mentalmente activa la alarma porque sospecha que el hombre de la prensa no se arrima con buenas intenciones. Teme ser el blanco de preguntas capciosas o conjetura que le quieren arrancar algún secreto que debe mantener a buen recaudo.

El periodista es considerado un intruso, no un cauce entre la Institución y los fieles cristianos. Es evidente que en general la Iglesia institucional (perdonen la inexactitud del término, pero así nos entendemos mejor) desconfía de la prensa. La busca para la propaganda, pero la rehuye cuando se le requiere para una entrevista cara a cara y sin redes protectoras.

Este breve preámbulo viene a cuento por cuanto la semana pasada se celebraron unas elecciones en la Conferencia Episcopal Española y los periodistas revolotearon por la casa. No voy a tratar el tema como un analista lo haría: manejando datos estadísticos, confidencias de los interesados, con las antenas prestar para  captar las apetencias de los personajes en liza.

No me sitúo en esta perspectiva sencillamente porque no soy analista. En el ámbito en que me muevo no me llega de modo directo el bullir de la trastienda. No tengo otra ventana a la que asomarme que las publicaciones periódicas, algunas de ellas especializadas en el tema. Ahora bien, los comentarios de quienes se mueven por estos ámbitos ayudan a leer entre líneas y a escrutar los entresijos. Además, las expresiones de los rostros en las imágenes y las declaraciones, por más que recatadas, dejan entrever lo que se cocina en la rebotica.  

Por otra parte tampoco soy tan lego en el asunto. Conozco algunas reacciones típicas del estamento episcopal. Asistí a unas cuantas reuniones con obispos cuando era Vicepresidente de la CONDOR (Confederación de Religiosos de R. Dominicana) y de la COR (Confederación de Religiosos de Puerto Rico). También los he visitado por asuntos congregacionales e incluso por problemas personales de los que no salí muy bien parado. Todo lo cual aporta una modesta experiencia.

Cuestión de nombres y sutilezas
Cuando el periodista recurre al lenguaje que maneja y que entiende el común de los mortales, el Obispo hace como que no entiende. ¿Candidatos conservadores, moderados y progresistas? No existen tales categorías en la Iglesia, replica el mitrado. Y quizás añada: anda usted muy despistado. Si el entrevistado se nutre de la veta devota no es aventurado pensar que aludirá al Espíritu Santo, que es quien cuida de estas cosas.
A los obispos no les agrada que les apliquen las categorías político-sociales de lucha por el poder, ni que les califiquen como conservadores o progresistas. Pero ésas son las categorías que entiende el común de los mortales, incluidos los fieles católicos interesados en el asunto. Me dirán que la Iglesia está más allá de las categorías humanas. Cierto, pero la más ortodoxa teología admite plenamente que no deja de ser humana. Necesita, pues, de categorías, mediaciones y lenguajes humanos.

En las elecciones episcopales no hay campaña, no se pegan carteles por las Iglesias ni tampoco se organizan partidos. Ahora bien, el observador experto sabe que no hay campaña institucionalizada, pero la hay sin institucionalizar. Incluso existen lo que se llama en la jerga muñidores de votos. Es decir, obispos muy atareados echando cables a los indecisos. A los cuales quizás llega alguna propuesta relacionada con el Comité ejecutivo  o la presidencia de una Comisión.

Hay obispos contentísimos con la labor de quien ha estado al frente de la CEE y los hay descontentos por muchos motivos. Lo cual se echa de ver simplemente observando cómo se reparten los votos de unos y otros.   

En clave sutil y con la sordina propia del alto estamento clerical, que no pierde la compostura en la palabra, ni el birrete en el gesto, lo cierto es que el episcopado funciona, más o menos, como otros colectivos frente a las elecciones.  ¿No hay partidos? No, les llaman sensibilidades. ¿No hay candidatos? No, pero sí líderes de diversas corrientes. Por supuesto, también los portátiles funcionan con mayor intensidad los días previos a las elecciones y hasta los emails se multiplican, aun cuando la cibernética no constituya el punto fuerte del episcopado.  

El nuevo -más bien viejo- Presidente de la Conferencia Episcopal es bien considerado por unos. No seamos malévolos, pero hay quien tiene motivos para estarle agradecido. Sin embargo, otros andan descontentos con su estilo autoritario, poco amigo de ceder responsabilidades, huérfano de carisma y de liderazgo espontáneo.

Dicen del Cardenal Rouco que es muy listo y que tiene todos los cabos bien atados después de tantos años en el poder. Conoce el momento oportuno en que el nombramiento de un nuevo obispo puede decantar la balanza. Defiende unos contenidos que considera le otorgarán buenos réditos: reconquista de la familia, la escuela y la parroquia. Pinta un cuadro en blanco y negro. La sociedad no puede ir peor: matrimonio homosexual, jóvenes por mal camino, total relativismo…  Conclusión: hay que cerrar filas a su alrededor.   

Preguntas con respuestas implícitas
Las encuestas y muchos artículos periodísticos resultan tristemente desfavorables a la Iglesia. Ya no se trata de un grupito con ínfula de progresía. Parte muy notable de la sociedad se manifiesta visceralmente en contra de la Iglesia o muestra su desagrado por la imagen que ofrece. Incluso numerosos movimientos creyentes de base se expresan en este sentido.
¿No resultaría muy conveniente, pues, romper con el próximo pasado que nos ha conducido hasta aquí y ofrecer rostros nuevos, palabras esperanzadoras e iniciativas más ilusionantes? Yo tengo muy claro que la Iglesia es plural y que no es lícito confundir la jerarquía con el pueblo fiel. Pero el ciudadano medio con demasiada facilidad toma la parte por el todo y al Cardenal Rouco por la Iglesia de España.

Son ya muchos años de desgaste. Nadie habrá tenido tanto poder ni durante tiempo como el recién elegido Presidente de la CEE. Un Presidente cuyo rostro no transparenta precisamente ilusión. Y sus palabras conforman una retahíla de quejas que surten el efecto previsible de no entusiasmar a nadie. La Iglesia que ofrece el Cardenal es la del ceño fruncido, lo cual asusta a la gente, que prefiere descansar en brazos más afables.

La prensa ha comentado la decepción del cardenal por haber recibido los votos justos y dar la impresión de división en el episcopado. El deseaba una confirmación masiva.  Considero que habría sido mucho más elegante y magnánimo no aferrarse al sillón, sino dejar paso a otros colegas más jóvenes y con ideas nuevas. A veces la mejor manera de servir a la Iglesia consiste en desplazarse hacia el anonimato.

Renovar y hasta regenerar la familia y la escuela es un programa que ningún católico rechaza. Pero las declaraciones contra el matrimonio homosexual, contra el aborto, contra la asignatura de educación para la ciudadanía se han sucedido repetitiva y cansinamente. Surge la pregunta: ¿ con la intención de erosionar al gobierno? Se echa de menos una voz que defienda los derechos sociales, a los inmigrantes, a los que sufren los recortes económicos en sus carnes, una voz en pro del 0,7% para el Tercer Mundo. ¿Por qué tan escasa sensibilidad hacia estos temas sangrantes y punzantes?

Por si hiciera falta, dejo constancia de que nada más lejos de la intención del autor que ofrecer una crítica destructiva del ministerio de los Obispos y de su Presidente. Quien ama a la Iglesia quiere lo mejor para ella. Y el rechazo de la ciudadanía, reflejado en las encuestas, le ocasiona angustia y sufrimiento. El silencio confunde, pues fácilmente se echa mano del mismo alegando mayorías silenciosas. Manifestar el deseo de otra Iglesia más acogedora, afable y dialogante me parece una obligación a favorecer con las armas que uno posea y a la que nadie debe dar la espalda.

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