El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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jueves, 7 de abril de 2011

La incultura triunfante


Tengo un hermano que ejerce de maestro y muy de vez en cuando charlamos sobre su tarea. Cuenta y no acaba acerca de los alumnos, de los padres y de quienes programan el sistema educativo. Insiste en que calcula los días restantes para la jubilación. Otros maestros que conozco no andan lejos de estas impresiones. 

Voy a elaborar en versión libre y cargando un poco las tintas, para que mejor se entienda, lo que he captado. Empiezo por decir que debe resultar difícil convencer a los alumnos de la bondad del estudio y la educación. El adolescente, todavía con tenue sombra por bigote, exhibe un aire displicente, poco espontáneo -la personalidad no ha cuajado todavía- y pregunta por qué le obligan a estudiar cosas tan enrevesadas e inútiles como la historia o la geografía.

La utilidad de la cultura

El maestro/a echa mano de sus mejores reservas y responde que, aunque no lo perciba a primera vista, se trata de asignaturas convenientes y útiles. Incluso para la vida de cada día. Gracias a la geografía sabemos donde vivimos, lo cerca o lejos que estamos de otros países, conocemos los nombres y el estado de los ríos que nos alivian la sed, posibilitan el regadío y la higiene… En un loable ejercicio de comprensión añade que, gracias a la geografía, cabe entender mejor al compañero que procede de Marruecos o de Bolivia.

De los labios del adolescente parece desprenderse un "baah” permanente. Pero el maestro/a no se arredra y se atreve a abordar la historia a continuación. Es la materia que oganiza, en abreviada síntesis, las diversas etapas de tiempos pretéritos. Gracias a ella sabemos lo que probablemente hacían los primeros pobladores del planeta y cómo se las arreglaban para sobrevivir. La historia relata cómo se sucedieron los diversos imperios y pueblos de la tierra. Cada uno con su peculiar concepción del arte, del trabajo, de la cocina…

Esta asignatura llamada historia, que tan antipática les cae a algunos -sigue la  enternecedora maestra- es capaz de explicar por qué algunas chicas de la clase llevan velo en la cabeza. Incluso permite saber el motivo por el cual un país tiene el gozo o sufre la pesadilla de tener un Rey.

La verdad sea dicha, al adolescente estos datos se le antojan rancios y del todo ajenos a sus intereses personales. Nada le aportan desde el momento en que puede usar la videoconsola y el móvil sin saber ni pizca de personaje histórico alguno. El va a la discoteca de turno sin que le quite el sueño lo que hacían los romanos en las termas ni cómo se peleaban los griegos en el paso de las Termópilas.

No pierde la paciencia el enseñante y trata de sacarle jugo a su última alusión al Rey. De nuevo agradece a la historia el hacernos sabedores del motivo por el cual un señor de apellido Borbón es el Rey y no otro. Al mismo se le asigna un muy jugoso presupuesto. Un dinero, por supuesto, que pagamos entre todos a través de Hacienda. Esto sí que afecta nuestra vida de cada día, pues hasta se refleja en la  cesta de la compra.  

El maestro/a trata de cerrar el discurso con broche de oro: en consecuencia, la historia y la geografía tienen su razón de ser. Aparte de que nos permiten situarnos en el mundo, en nuestras coordenadas de espacio y tiempo. No somos los primeros habitantes de la tierra. Hemos recibido en herencia multitud de esfuerzos, inventos y obras artísticas: la luz, las catedrales, el arte de cocinar, la astronomía, los avances médicos, etc. etc. La maestra cree haber ganado la batalla tras un suspiro de alivio y suponiéndose vencedora en el envite.

La zafiedad, un valor en alza

Pues no hay tal. ¿Para qué quiere saber el mentado adolescente, con sombra de bigote, dónde está Bolivia si no piensa viajar nunca a este exótico país? ¿Y para qué quiere saber cómo el Borbón ha llegado a ser Rey si de todos modos siempre se pagan impuestos? Además, que no los paga él, sino sus padres. Así que menos rollo.

Naturalmente a individuos de este cariz les resbala si un país es democrático o no. Si acontece una matanza sangrienta entre tribus de un país africano a él le da exactamente igual que si viven un idilio permanente. Si un tercio de la población del planeta pasa hambre… a él que le registren. Todo lo cual lo suelta con gesto displicente que adquiere un punto de desvergüenza. Exhibe su ignorancia con descaro. Nada de lo que la maestra diga le sirve ni le interesa. La pobre ha dedicado su vida a perder el tiempo y a incordiar al prójimo.

Quien dice geografía e historia, dice lengua, matemáticas y biología. Todo lo desprecia el jovencito, sin que la música y la literatura constituyan excepción. Lo malo del caso es que los padres no rara vez comulgan con estas o semejantes actitudes. En todo caso no batallan en contra. El adolescente, que no tiene bigote, pero tampoco es tonto, observa que no son los científicos ni los catedráticos quienes más cobran ni más fama tienen, sino los artistas, los deportistas y la farándula que aparece en los programas del corazón. Con lo cual consideran que sus incultas teorías llevan toda la razón.

Hemos llegado al punto en que presumir de zafio y maleducado está bien visto y levanta las simpatías de alrededor, sean padres, compinches o espectadores. Ciertas boutades incultas -en programas televisivos, por ejemplo- levantan risas aquí y por allá. Un desprecio en toda regla a la cultura y a la educación.  

Bastante pena tiene quien no ha podido levantarse una mediana cultura y va por el mundo inseguro y amedrentado. No es a éste a quien hay que denostar, sino a quien no quiere saber y se regodea en su propia ignorancia.   

Ha llegado el momento de reaccionar. Lo difícil es saber por dónde comenzar: si por la televisión, por los padres, por los mismos jóvenes… Hay un Ministerio de educación que algo debe saber al respecto. Pero de continuar las cosas como andan, las vocaciones a la enseñanza entrarán en peligro de extinción. Y se creará un clima oscurantista y tosco que dominará el panorama. A medio plazo quizás las bibliotecas sean pasto de los ratones.

1 comentario:

Luis Madrigal Tascón dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.