El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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martes, 17 de mayo de 2011

¿Cuestión de ideología?


Está claro que una cosa es el poder -la posibilidad de castigar o imponer- y otra la autoridad: la capacidad de convencer con el ejemplo y persuadir con las propias palabras. Lo cual se corresponde con la larga tradición bíblica que atribuye a Jesús los rasgos del Siervo de Yavé. Quienes la siguen no apagan la mecha que humea, no rompen la caña cascada y, sin embargo, dejan una estela a su paso. En este contexto se dice de Jesús que no enseñaba como los letrados, sino con autoridad. El vino a servir y no a ser servido.

Es de justicia reconocer que los seguidores de Jesús, el Siervo, hemos recogido algunas frases del Maestro y las hemos grabado a sangre y fuego en el frontispicio de los templos y hasta en las carnes del prójimo. Así, por ejemplo, por lo que se refiere a no separar lo que Dios ha unido o a aquello de que Pedro es la piedra sobre la que se funda la Iglesia, con todas las consecuencias que se sacan del texto.

Unas frases sí, otras no
Cuesta comprender el motivo por el cual otras frases del evangelio, no menos importantes, han quedado en la sombra y su eco se ha debilitado hasta hacerse inaudible. Es el caso de poner la otra mejilla, de no pretender servir a Dios y al dinero a la vez, de darlo todo a los pobres y seguir al Maestro…

A primera vista se diría que se trata de decisiones coloreadas de ideología, si es que no declaradamente interesadas. Unos enunciados se han blandido como espadas contra el adversario, otros han permanecido intocados. Y es que normalmente no suele equivocarse quien dice lo que dice, pero sí suele desacertar al callar lo que calla.

Quien acepte la etiqueta de cristiano no puede menos que estar de acuerdo en cultivar la familia. Y declarar que un aborto es un fracaso, una desgracia que deja secuelas graves en quien lo padece. Y saber que el divorcio no es un objetivo a perseguir ni una meta a celebrar.

El problema no radica en la defensa de estas causas, si bien se dan acentos y distingos en los argumentos esgrimidos. Conviene tenerlo en cuenta. De lo contrario se acaba pagando un alto precio al sectarismo. Hay grados de maldad en el aborto, en el divorcio y en todas las circunstancias. No todo es igualmente aberrante, por más que no se pueda sostener desde la moral.

¿Una doble medida?
De nuevo hay que preguntarse por una tal diferencia de trato a propósito de unas mismas enseñanzas. ¿Por qué quienes se manifiestan y reniegan del aborto, del divorcio y otros males… dejan de lado valores no menos vitales que los señalados?

En efecto, exigir oportuna e inoportunamente a los gobernantes el 07 por ciento decretado para el Tercer Mundo sería una tarea cargada de valores evangélicos. Pero la causa, a decir verdad, no parece motivar a las jerarquías ni movilizar a las multitudes. Como tampoco los derechos de los inmigrantes suelen incentivar ni espolear declaraciones al respecto. No suscita mayor interés la redistribución de la riqueza a través de Hacienda o la subida de unas pensiones más dignas para los ancianos que apenas logran sobrevivir…

¿Por qué unas causas enardecen y otras no logran superar la apatía? Se trata en ambos casos de la sana doctrina salida de boca del Maestro. Abundemos todavía más. ¿Por qué cuanto se refiere al sexo y a la moral privada suele suscitar un notable interés (no exento de cierta hipocresía)? ¿Por qué pasar por alto las virtudes de la convivencia y permanecer indiferente ante las desigualdades de los ciudadanos? ¿Cómo callar ante el bochorno de que haya quien cobre 50 o 100 veces el sueldo mínimo? Estas cosas dañan las relaciones entre los ciudadanos que -para los creyentes- son además hermanos e hijos de un mismo Padre.

Cuando el agua se lleva al propio molino -y más si es con petulante seguridad- fácilmente se generan situaciones en las que el personal dice cosas salidas de tono y pisa la raya de la cordura. No es raro entonces que uno se deslice por el tobogán de la ideología más rancia. Frente a lo cual no deja de tener una cierta lógica que numerosos cristianos sientan debilitarse el sentido de pertenencia. No vibran en absoluto ante la defensa de unas ideas movidas por resortes ambiguos y que consideran unilaterales.

Por lo demás, quede claro que la suavidad en las formas, la capacidad de dialogar con el que no está de acuerdo, no significa abandonar la firmeza de las propias convicciones. No es justo imponer al prójimo la propia visión, pero es muy lícito manifestarla. No es sencillo vivir como cristiano en el mundo, pero ello no permite afirmar, sin más, que el cristiano sufre persecución.

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