El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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viernes, 17 de junio de 2011

Dar razón de la propia gestión



De vez en cuando me sorprendo revoloteando con el pensamiento acerca del goteo -imparable, al parecer- de las defecciones que afectan a los cristianos. Me preocupa el tema. El asunto es muy complejo y de nada serviría, a no ser para embrollar las cosas, recurrir a las simplificaciones. Dejemos éstas para los mítines y los ataques demagógicos al adversario. De poco sirven a la hora de buscar una respuesta a los hechos, los cuales hay que observar desde muy diversos ángulos.  
Las cifras de los que anualmente abandonan la Iglesia son imprecisas, aunque se dice que alarmantes. No vamos a precisar números. El hecho es que se trata de un goteo constante, sin pausa. Por lo general quienes desaparecen de la escena no meten mucho ruido. Tal como acontece con el cambio climático o la deforestación de nuestros bosques. 
Por supuesto que resultaría injusto cargar sobre las espaldas de los dirigentes eclesiásticos la responsabilidad de un tal descalabro. Pero nada injusto es que se les soliciten explicaciones de cuanto ocurre y de cómo gestionan la situación para detener la hemorragia. Puesto que la alta jerarquía es la que monopoliza las grandes decisiones en la Iglesia. 
Dar las explicaciones requeridas
En las Instituciones políticas o de negocios los dirigentes tienen que dar la cara periódicamente, según determinen los estatutos. Se les obliga a dar cuenta del estado de la nación o de la empresa. No sucede tal cosa en la Iglesia a nivel general, aunque sí sucede en las Órdenes y Congregaciones religiosas que cada cuatro o cada seis años eligen a un nuevo equipo dirigente. Los que terminan el período exponen su visión de las cosas y detallan el cómo de su gestión ante los representantes del Instituto. Normalmente esta rendición de cuentas adquiere el nombre de Capítulo. 
No hay tal en la marcha de la Iglesia. Los dirigentes se hallan exentos de dar explicaciones. Unos dirigentes que no se renuevan hasta que se jubilan, al contrario de lo que sucede en las mencionadas Congregaciones. No dicen aquello de que Dios y la historia juzgarán las acciones (del Papa o de los respectivos obispos), pero lo dan por supuesto. Dios y la Historia… ¿y por qué no los agentes de pastoral o los fieles o una representación de los mismos?
Porque es muy cierto que los eventuales errores, despropósitos y corrupciones salpican muy de cerca a quienes se ven obligados a dar la cara, pues que se tropiezan en la calle con los inconformes y disidentes. La alta jerarquía suele permanecer a buen recaudo en sus amplios habitáculos y por lo general no se desplaza en transporte público o por las calles mezclándose con los cristianos de a pie.  
Las murmuraciones -si es que no los insultos- llegan a los oídos de quienes comparten las aceras o cualquier sala de espera. A saber, los párrocos, los vicarios, los que no disponen de chófer ni de secretario, los cristianos a secas. Por lo cual parece de toda razón, justo y saludable, que se les den explicaciones de la gestión.  
Y, si no es mucho pedir, hasta se les podría invitar a quienes más directamente pagan las consecuencias, a que formularan preguntas y manifestaran ideas. Al fin y al cabo conocen bien el paño ya que andan donde se cocinan las dificultades, aparecen los escollos y amenazan los riesgos.
No sería justo, no, cargar en el haber de la alta jerarquía todos los yerros que empujan a muchos a salir de la Iglesia dando un portazo. Pero sería menos injusto que los sufridos y acosados agentes de pastoral obtuvieran el beneplácito del esclarecimiento de la situación. Por ejemplo, por qué unos temas emergen una y otra vez en las declaraciones episcopales mientras otros se cubren de sombras.  Por qué no se ha escuchado la voz de los obispos en un tema que ha levantado tanta polvareda como el de “los indignados” o “movimiento del 15-M”.   
Una comunidad de hermanos
Sólo las instituciones de lastre autoritario se consideran exoneradas de dar explicaciones de la gestión de sus dirigentes. Exigir la rendición de cuentas de las altas jerarquías no inferiría ofensa alguna a la naturaleza de la Iglesia. Porque si ésta no es democrática, mucho menos es antidemocrática. No es lo primero porque su naturaleza no depende del número de votos. Menos todavía es lo segundo. Una comunidad de hermanos que se quieren y respetan jamás puede regirse por pautas antidemocráticas.    
Por lo demás, alegar que la Iglesia es antidemocrática porque su naturaleza no tiene que ver con el frío conteo de los votos sería un despropósito. En los mejores momentos de la historia eclesial los fieles eran escuchados. Por ejemplo, a la hora de elegir al obispo o al líder de la comunidad parroquial.
Hay quienes tratan de limpiar la mala imagen de la Iglesia en la sociedad, puesta a la luz por las encuestas, buscando un chivo expiatorio. Tratan de elegir unas cuantas banderas de batalla como el aborto, el divorcio, la escuela católica y silenciar otros temas de no menor importancia, como la pobreza, la corrupción, las libertades… 
En un segundo momento se cohesiona un núcleo interno ideológicamente muy conservador, a la vez que se intercambian guiños con grupos políticos de ideología afín. Con tales maniobras artificiosas desaparece la crisis eclesial del horizonte y se elabora una agenda más favorable.  
Mi gran temor es que la Iglesia también sucumba a la privatización. Entonces el espacio intraeclesial se empobrecería. Hacia dentro la crítica encontraría serios impedimentos. Hacia afuera se lanzarían condenas contra quienes piensen de modo diverso. Con lo cual quizás se consiga alguna victoria a corto plazo, pero a mediano y largo término el fracaso resulta inevitable.     


1 comentario:

Anónimo dijo...

Si le hicieran caso, Sr. Manuel, estaríamos en el mejor de los países, es decir, de las Iglesias. ¿Elegir al propio obispo o párroco? Es lo más natural del mundo, pero la tradición trata a los fieles como individuos de segunda. Ya se les mandará desde a arriba a quien crea conveniente el jerarca de turno.
Lo más normal en el mundo común y corriente no siempre lo es en el mundo eclesiástico. ¡Con decir que el actual Papa Francisco llama poderosamente la atención por hacer cosas normales! Por ejemplo, sonreír, bromear con un niño a costas del solideo, poner la mano en el vientre embarazado de una mujer... Con menos yo me conformaría, pero está bien que se digan estas cosas. Por cierto, se dice con lenguaje elegante y sin malos modos.