El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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lunes, 6 de junio de 2011

El antes y el después de "los indignados"


Tengo para mí que no se presta la debida atención al movimiento de los indignados o del 15-M. Sin embargo pienso que va a marcar un antes y un después. O quizás el antes y el después se dio con anterioridad cuando los políticos rescataron a los banqueros con cifras multimillonarias. Entonces quedó del todo patente lo que sospechábamos desde hacía tiempo. A saber, que la política se dedica a incensar, en actitud infamante, el altar del dios dinero. Quien manda son los banqueros, las finanzas, el mercado.
La reacción contundente que esperaban los ciudadanos ante el escándalo de los millones trasvasados a los banqueros no llegó a producirse. Más aún, éstos siguieron asignándose sueldos desvergonzados. Los políticos fueron acostumbrándose a la nueva situación. Dado que escaseaba el dinero trataron de solucionar el asunto recortando gastos en la sanidad, la educación, las pensiones, los funcionarios…
El común de la gente no quería eso y se irritó. Transcurrido un tiempo en el organismo social aparecieron unos sarpullidos visibles a lo largo y ancho del país. Eran los grupos que tomaron la calle: los indignados del 15-M. Gente que sufre en sus carnes el desempleo y contempla el despilfarro y la ostentación en su entorno. Saben de los sueldos de los asesores, si bien ignoran sus trabajos. Han escuchado historias relativas a las tarjetas de crédito en manos de los políticos, mientras se ausentan del parlamento. No desconocen la corrupción que corroe a los partidos. Entonces proclamaron a voz en grito el ardiente deseo de una democracia real y no meramente formal.
Los indignados no han llegado a propuestas precisas, pero saben muy bien lo que no quieren. Habría que escucharlos con mayor atención. No hay vuelta atrás. De una u otra manera el movimiento continuará. Será una piedra en el zapato de los políticos y un alarido en los oídos de los banqueros. Caso de no tenerlos en cuenta aumentará el griterío en la misma medida que el malestar vaya infectando todo el tejido social.
Ni siquiera se percibe la inquietud que expresaba “el Gatopardo” de Giuseppe Tommaso di Lampedusa: algo debe cambiar para que todo siga igual. Pues no. Lo que se les ocurre a los políticos es más de lo mismo. Por ejemplo, recortar los gastos médicos. Hay que ser estúpido para no entender que un trabajador enfermo jamás dará de si lo que podría a la hora de crear riqueza y que resulta un peso muerto para la economía.  
Ya no hay quien pare este movimiento mientras las tribulaciones y sinsabores sigan ahí y no se aborde la solución. La gente ha dejado de ser ignorante y ya no se la engaña fácilmente, como en tiempos pretéritos, cuando los caciques acometían al vecindario para cosechar votos a su favor.  Además, disponen de esta arma afilada -internet- que les permite hacer oír su voz. Los medios para que la sociedad sea más democrática existen. Los deseos también. Quien tenga oídos que oiga.
Simpatías por el movimiento
Por otra parte, día a día, el movimiento despierta y multiplica innegables simpatías. Quiero citar en este punto el libro/folleto que está en el origen del movimiento. Se titula  “indignaos”.  Su autor es un inquieto anciano de 93 años llamado Stéphane Hessel. Lo publicó a finales del 2010 en francés y al poco tiempo se tradujo al castellano, entre otros idiomas.
Hessel recuerda los viejos tiempos de la resistencia al nazismo e invita a los jóvenes de hoy a indignarse como él y sus coetáneos lo hicieron. Sigue habiendo muchos motivos para asumir este estado de ánimo. Las páginas del libro pasan breve revista a los de más envergadura.
El excelente profesor de teología José I. González Faus también comparte y felicita la iniciativa de los indignados. Escribe una hermosa carta en la que proclama que la democracia es profundamente irreal, casi sólo virtual. De ahí que también él demande una democracia real, aunque no vayamos a obtenerla por ahora.
González Faus, de quien aprendí mucho de sus escritos años atrás, exhorta a que no aceptéis la palabra de nadie que no haya visto y palpado la crisis de cerca: que no conozca esos rostros tristes de niños hambrientos, ni la desesperación de las madres cuando oyen llorar de hambre al niño; que no haya visto la mirada baja del señor en paro crónico que no se atreve ni a levantar la vista porque se culpabiliza él de lo que pasa a su familia.
Y sigue: en segundo lugar dos consejos del Nuevo Testamento (al que no creo que conozcáis mucho, pero eso ahora importa menos): “La raíz de todos los males es la pasión por el dinero” (1 Tim 6,10): sabia constatación hecha hace veinte siglos y mucho más valiosa en la actual estructura económica. (…) Y sabéis ya que la única posible solución de nuestro mundo es lo que el mártir Ignacio Ellacuría llamaba “una civilización de la sobriedad compartida”. Porque por el camino que vamos se incuba un doble terrorismo (político y ecológico) que un día acabará con nosotros”.
Una llamada de atención como punto final. González Faus aboga por la civilización de una sobriedad compartida. Por su parte el militante y presidente de “Justicia y Paz” -Arcadi Oliveres- se refiere una y otra vez a la necesidad y urgencia de decrecer para no poner en peligro la sociedad y hasta el planeta. Hessel insiste en una radical ruptura con el concepto de crecer. Y es que de ninguna manera debe confundirse la idea de compartir con la de incrementar el desarrollo. Tantos hombres lúcidos no pueden equivocarse a la vez.

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