El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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domingo, 17 de julio de 2011

Docta ignorancia o ignorancia instruida


Siempre me ha llamado la atención el título de un viejo libro, escrito hacia mitad del siglo XV: De docta ignorantia. Se escribió en latín y su autor fue Nicolás de Cusa. Podríamos traducirlo como acerca de la docta ignorancia o ignorancia instruida.
Me agradan las paradojas o los conceptos que parecen excluirse mutuamente como los que nos ocupan. El libro es un tanto farragoso. Me quedo con el título y abordo sin más el tema. Existe una ignorancia supina que ignora absolutamente todo de todo. Nada sabe, por ejemplo, de la electricidad porque desconoce su existencia. En cambio existe otra ignorancia, la de quien posee algunos datos sobre el tema y sabe de corriente alterna, de watios y de resistencias. Pero no atisba el último por qué ni último cómo del fenómeno de la electricidad. Aquí se sitúa la ignorancia instruida.
Ignorancias de distinto grado
Existe la ignorancia garrafal del individuo que ignora todo lo que es su historia y en la práctica actúa como si el mundo comenzara con él. Pero también la ignorancia instruida de quien no sabe los pormenores del pasado de su pueblo, si bien deduce que los monumentos y los inventos que halla a su alrededor, ciertamente no son obra suya ni tampoco de sus progenitores. En tal caso el individuo no sabe, pero tampoco vaga por el terreno pantanoso y oscuro del no saber. Puede sentirse algo más seguro que el ignorante sin paliativos.
La ignorancia es la noche de la mente: pero una noche sin luna y sin estrellas. La frase se atribuye a Confucio. La ignorancia sin adjetivos equivale a una noche total. Se desconocen los límites, el contexto y las posibilidades de cuanto uno halla ante sí o lleva entre manos. La ignorancia docta o instruida, mantiene cierta familiaridad con el asunto, reconoce los límites e intuye determinadas posibilidades. No logra solucionar el último porqué, pero no anda lejos del camino que a él conduce.  Equivale a la noche alumbrada por alguna estrella.
Sócrates, el famoso filósofo, maestro del todavía más célebre Platón, irritaba a las autoridades atenienses al sostener que era más sabio que el Oráculo de Delfos, el cual era considerado el non plus ultra de la sabiduría. Lo decía porque, a diferencia de la mayoría de las personas -incluidas las autoridades atenienses-, sabía que no sabía nada.
El hecho es que el principio de la sabiduría reside en conocer lo poquísimo que sabemos de la realidad. Porque, vamos a ver, ¿qué sabemos de las distancias insondables de las galaxias? ¿Y del mundo de los átomos o de la antimateria? ¿Qué conocimientos tenemos (a no confundir con la fe) de un mundo trascendente? ¿Cómo inició el ser humano en esta tierra y cuál será su destino? ¿Quién es capaz de definir objetivamente la esencia del amor más allá de la metáfora o la poesía?
Sabemos muy poco de lo que realmente interesa, aunque algunos especialistas tengan conocimientos profundos de un tema concreto. Porque es verdad que los especialistas de la informática, por poner un ejemplo, saben todo de los cables y chips del ordenador. Aún en tales casos, los especialistas saben todo… de casi nada.
Náufragos en el océano de la información
Y aquí abordo la paradoja de la ignorancia en nuestros días. Llueven sobre nosotros, de modo permanente, opiniones de expertos. Nombres famosos o menos conocidos, con un doctorado en la tarjeta de visita o sin él, nos aconsejan qué pensar y cuál es la opinión a adoptar. Lo mismo en filosofía que en política y no hablemos en el campo del comercio. Nos dicen qué hemos de pensar, pero no por qué hemos de pensar.
Por otro lado, la mayoría de los seres humanos no estamos bien dotados cuando se trata de detectar las tonterías que escuchamos alrededor. No tenemos las herramientas suficientes para poner en funcionamiento el pensamiento crítico. Un pensamiento muy necesario para no naufragar en esta sociedad donde tantas voces se escuchan, tantos canales de televisión nos adoctrinan, tantas emisoras de radio nos exhortan y tantos periódicos, digitalizados o no, pretenden enseñarnos la senda de la verdad a seguir. 
La información en nuestros días está siempre disponible en tiempo real a través de computadoras, teléfonos inteligentes, tabletas electrónicas y lectores de libros. Pero carecemos de las habilidades requeridas para reflexionar sobre esta información. O quizás no nos tomamos la molestia porque se nos ha domesticado. Flotamos como náufragos en un océano de informaciones.  El problema no radica en el acceso a la información, sino en la incapacidad de procesarla.
Paso a la conclusión de modo precipitado. Sé que unas reflexiones previas la madurarían. Pero también arriesgo a que el artículo resulte excesivo para el estómago del lector. Al grano. Es probable que la humanidad haya padecido desde la noche de los tiempos -y siga con la dolencia- un déficit de pensamiento crítico. Por eso continúa apoyando guerras injustas, aun cuando a uno mismo le asignen la misión de convertirse en carne de cañón. Y vota a personas que hacen esfuerzos denodados para enriquecer  más a los ricos. Y cree con cándida estupidez que las cartas, los astros o ciertas medicinas estrafalarias le rescatarán de sus problemas de salud física o mental.  Y…

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