El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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jueves, 7 de julio de 2011

Entrada número cien

Se cumplen cien entradas del blog. Lo inicié a finales del año 2007, pero en aquel año y el siguiente apenas si escribí unos cinco artículos. Al principio fue una excusa para explorar el funcionamiento de este recurso informático que cada vez levantaba más el vuelo. Me asaltaban varios interrogantes al emprender la tarea. ¿Quiénes serían los lectores? ¿Tendría la perseverancia de actualizarlo periódicamente? ¿Cada cuanto en concreto?
Al cabo de cien entradas algunos interrogantes han encontrado respuesta. No me ha faltado la perseverancia de renovarlo cada 10 días. Bien es verdad que en ocasiones he echado mano de viejos escritos y los he maquillado para que fueran presentables a pesar del tiempo transcurrido. Más de un millar han aparecido, tiempo atrás, en diversos periódicos y revistas de distintos países.
El rostro de los lectores queda muy difuminado. Sólo sé de unos pocos que me los comentan y de otros pocos que dejan algún comentario en facebook, pues lo enlazo con esta red social. Tengo indicios de que buena parte de los lectores son antiguos alumnos de teología que asistieron a mis clases en República Dominicana y Puerto Rico. Por este motivo lo escribo en castellano y no en catalán. También un número indeterminado de congregantes se asoma al blog. Ayuda a ello el hecho de que les envío noticias y documentación del Instituto de vez en cuando y en el correo consta la dirección automática del blog.
Luego hay internautas que se topan con el blog casualmente. El contador me asegura que tengo visitas de Rusia y China, entre otros países con los que mantengo nula relación. También puede ser que los buscadores lo ofrezcan a quien pregunta por alguno de los temas tratados. En el pasado septiembre puse el mencionado contador en la web y he constatado que un promedio de 20 lectores diarios se internan en la página. En total superan con creces los seis mil en 10 meses.   
La actitud con la cual uno escribe en el blog es más distendida y menos formal que la que exige presentar un artículo en el periódico o en una revista. Invita, además, a usar la primera persona. Y pienso que el lector lo agradece.
Los beneficios del blog
El blog estimula la observación y el sentido crítico acerca de lo que sucede en el entorno. Aun de modo inconsciente, la obligación autoimpuesta de plasmar en blanco y negro los pensamientos y sucesos sobre el dorso de la web, induce a vivir con la conciencia más despierta. Y cuando uno se dispone a teclear sus ideas e impresiones consigue desvanecer la bruma que las envuelve. Le presta cuerpo a los acontecimientos y emociones. Y es que de la reflexión silenciosa a la explicación oral o escrita media un trecho muy notable. Que lo digan a los estudiantes que aseguran saberse la materia y, sin embargo, se les atolla en los labios en el momento más inoportuno.
Antes de ponerme a escribir se me hace cuesta arriba elegir el tema y el enfoque. Ambos se requieren para que el escrito deje alguna huella en el lector. ¡Dejar huella en el lector! Ardua tarea cuando nos invade un océano de informaciones y la oferta supera la demanda. Pero hay que afrontar el reto o resignarse a la total irrelevancia.
La tarea de escribir cada diez días un artículo exige una perseverancia que no está al alcance de cualquiera. Como también un espíritu reflexivo y la capacidad de sentarse un buen rato. ¿Cualidades corrientes y abundantes? Ni muchísimo menos. Miren en derredor y saquen conclusiones.
Una vez elegido el tema y su enfoque no me resulta tan difícil rellenarlo de carne y hasta intentar algún pinito literario. Simultáneamente o, en una primera revisión del borrador, hay que adjudicarle al nombre el adjetivo que más le cuadre. Para lo cual hay que disponerse a iniciar la búsqueda y captura de este extenso rebaño que pace en las páginas del diccionario. El adjetivo precisa y pone en su justo contexto la expresión.
También considero importante dotar las frases de un cierto ritmo y musicalidad. Hablo de prosa y no de poesía, pero la precisión, la música y el ritmo no están reñidos ni mucho menos con un texto en prosa. Detesto los escritos que plasman el pensamiento tal como fluye, sin miramiento alguno para con la forma. Huyo del vicio común consistente en amontonar palabras mediocres, improvisadas, anodinas. Aun cuando el fondo sea valioso, me caen de las manos este tipo de escritos estropajosos y desaseados.   
Para mí que escribir periódicamente tiene algo de terapéutico. Determinados pensamientos que merodean por la mente, una vez expresados, son comparables al pus que ha despedido la herida. Alivian al individuo. O si se quiere, las palabras que van apareciendo en la pantalla son comparables al vapor de agua que fluye de la caldera. La presión aminora, la persona se relaja.
Reconozco que he escrito en ocasiones teniendo presentes determinadas fisionomías. Es posible que alguien conocedor de la persona y las circunstancias haya podido sacar conclusiones muy aproximadas. Por supuesto, no pongo nombres ni doy pistas demasiado fáciles. No es mi deseo hacer mal a nadie. Sí trato de explorar y expresar la realidad según la diagnostico. 
Aterrizo refiriéndome a una figura señera de la literatura catalana. EJoan Maragall, de finales del s. XIX e inicios de XX, es autor de poesías muy bellas. Una vez leídas o escuchadas uno queda seducido tanto por las imágenes e ideas como por la musicalidad de sus palabras. Entran ganas de obnviar todo comentario para permanecer en silencio oteando la ventana hacia el infinito que el autor ha entreabierto.
El insigne Joan Maragall dice, más o menos, en uno de sus escritos, que la palabra es lo más maravilloso de este mundo, pues que en ella se abraza y confunde lo más sorprendente del cuerpo y el espíritu. Tal parece que la naturaleza encauce sus mejores esfuerzos en orden a dar a luz al ser humano y que éste llega a su más alta cima, a su mayor éxtasis, al pronunciar la palabra. Una locución que es la expresión de sus anhelos más entrañables y el alegato de su mejor capacidad de diálogo.    



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