El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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lunes, 15 de agosto de 2011

JMJ. El medio y el mensaje


Mañana, día 16 de agosto, empieza la Jornada Mundial de la Juventud. Un acontecimiento que diversas Asociaciones consideran debería calificarse como “católica”. En buena lógica tienen razón. Pero hurguemos a unos centímetros de mayor profundidad en el asunto. Conviene hacerlo porque, con la avalancha de noticias y artículos de fondo, en pro y en contra, resulta inevitable que más de uno te espete la pregunta: ¿Qué piensas tú de la venida del Papa? No preguntan, no, por la Jornada Mundial, sino por la venida del Papa. 

Nos gusta individualizar y proyectar los acontecimientos en una fisionomía. Juegan el Barça y el Madrid y muchos periódicos sacan la foto de Messi y Cristiano. Dos rostros enfrentados. España y Francia tienen problemas económicos y las emisoras de radio citan una y otra vez a Zapatero y a Sarkozy.

Pues sí, vuelve el Papa y algo hay que contestar la pregunta que lo mismo puede estar motivada por el morbo que por el desconcierto. Por de pronto -religiosos o no- no les tengo simpatía a los acontecimientos multitudinarios. Será una alergia o fobia congénita, pero huyo de las multitudes y de los grandes montajes. En tales circunstancias se me dispara una alarma interior indicándome el peligro próximo de adoptar la psicología de los borregos. Incluso físicamente me produce rechazo caminar  al ritmo y compás de la aglomeración.    

La Iglesia no debiera caer en la tentación frecuente de movilizar a las multitudes. En particular cuando la música de fondo que acompaña al acontecimiento cobra un tono triunfalista y beligerante. El mensaje de la convocatoria apunta a un claro objetivo: estamos aquí, tenemos peso en la sociedad, somos capaces de movilizar mucha gente. Ténganlo en cuenta los adversarios. Y quizás ni siquiera se evita la tentación de que todo ello se aderece a mayor gloria de los organizadores y otros protagonistas.  

Pienso que los grandes montajes no son de ayuda para la fe. Sólo en muy contadas ocasiones, a mi entender, hay que recurrir a ellos. La fe requiere normalmente de un clima recogido, reflexivo y arropado por la pequeña comunidad.  

Pienso que las grandes movilizaciones no ayudan a promover la fe, sino que más bien le hacen daño. Por lo general ofrecen a la sociedad una visión de la Iglesia aliada con los poderes más conservadores, que son quienes manejan el dinero y detentan el poder. La Iglesia tiene todo el derecho de manifestar su doctrina y visión. Pero yo, como parte de ella, también me creo con derecho a decir que así no. Unas palabras, por cierto, que han hecho suyas numerosos grupos cristianos de base. 

Reflexiones a propósito del acontecimiento

De seguro que hay mucha demagogia en quienes atacan los gastos que genera la Jornada. El dinero público fluye sin cesar hacia los sindicatos y numerosas ONG de rostro ambiguo sin que casi nadie mueva un dedo. Por lo demás, es cierto que la venida del Papa va a activar la economía. Y, después de todo, si hay lugar para las celebraciones deportivas en espacios públicos, como la Cibeles o Canaletas, y también para las marchas del orgullo gay, no veo porqué deban descartarse las del orgullo católico. Aunque no es éste el núcleo del asunto. 
El asunto se plantea así: si el Estado es aconfesional, nada extraño que en las filas del laicismo se vean con muy malos ojos los privilegios que otorga el gobierno al acontecimiento. Se prestan instalaciones de acogida para jóvenes, el aeródromo de Cuatro Vientos y la plaza de Cibeles de Madrid, además de facilitar "exenciones fiscales" a las empresas que patrocinan el acto. Y se dan todas las facilidades para los visados en esta ocasión.

Los viajes terrestres y aéreos de los jóvenes suponen un enorme costo. No quisiera yo tropezar en la demagogia criticada, pero pienso que hay otras prioridades.  El cuerno de África grita su hambre y los niños mueren. Una acción conjunta de todos los cristianos, parecida a la de la Jornada Mundial, a favor de los hambrientos de Somalia, resultaría más evangélica y daría al mundo una imagen más creíble de la Iglesia. En todo caso alguna iniciativa de este tipo, de vez en cuando, daría mucho oxígeno a los católicos. José M. Castillo escribió, a este propósito, un artículo acerca de los viajes de Jesús y los del Papa Benedicto. 

Dios quiera que -ya todo decidido- quienes asistan a los actos saquen buen provecho de los mismos. Pero al mismo tiempo debieran reflexionar sobre la sentencia del Apóstol Santiago, que recuerda el núcleo más auténtico del cristianismo: la religión pura y sin mancha a los ojos de Dios Padre consiste en ayudar a los huérfanos y las viudas en sus necesidades.

Siempre me ha llamado la atención aquella frase de MacLuhan: el medio es el mensaje. Una frase que este visionario de la informática y los medios audiovisuales acuñó entre finales de los sesenta e inicio de los setenta. Significa que el medio y el mensaje caminan cogidos del brazo. En el caso que nos ocupa el medio es el Papa viajando con su papamóvil, su numeroso séquito, a quien escolta una joven guardia suiza creada para la ocasión. Es el protagonista que subirá a unas majestuosas plataformas en el corazón de la ciudad y será vitoreado por multitud de voces… 

¿Y el mensaje? El mensaje es -debiera ser- la austeridad, la pobreza, la solidaridad, la tolerancia… Cuando el mensaje no concuerda con el medio, la huella más profunda la deja el medio. La gente regresa a su casa con las imágenes que se le grabaron en la retina. Las palabras se las lleva el viento, sobre todo cuando disuenan del conjunto, pero las imágenes permanecen en la memoria.  

Acabo. Una de las cosas que me deprimen es celebrar la Eucaristía en amplias Iglesias con los bancos desiertos. Quizás 20 ó 25 personas -con frecuencia menos- y generalmente de edad avanzada. Esta es la realidad de cada día. La asumo pensando que el cristianismo no es para la gran masa. Las exigencias morales, la perseverancia, el amor desinteresado no tienen buena prensa en las multitudes. Y no es el caso de examinar los motivos por los cuales asisten los que asisten. Quizás la decepción sería más considerable.  

Esta estampa habitual de pronto es desmentida por innumerables siluetas jóvenes que invaden las calles de la ciudad, bailotean, gritan enardecidas, confiesan su fe y expresan su gozo. Con todo, la realidad es muy tozuda. El día a día habla claro: los fieles disminuyen a marchas forzadas. Las multitudes de la Jornada Mundial de la Juventud (católica) se desvanecerán el día 21. Entonces las cosas regresarán a la normalidad. Y quienes vitoreaban al Papa quizás lleven en el bolsillo el preservativo que con fervorosa elocuencia combatía el discurso pontificio.

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