El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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sábado, 6 de agosto de 2011

Un ateísmo superficial y mediocre

La ausencia de Dios de la plaza pública, es decir de la televisión, la prensa, la Universidad, de la Justicia y de tantos otros lugares no tiene el aspecto de un rechazo militante y contundente. No es el ateísmo de los viejos maestros de la sospecha.
La ausencia detectada consiste en una indiferencia práctica que ni siquiera se plantea el problema de la existencia de Dios. Los argumentos a favor o en contra de su existencia se han depositado en el desván de los trastos inútiles. Que Dios exista o no, despierta nulo interés. No es un valor digno de ser tenido en cuenta. Los pensadores no promocionan el tema. Tal parece que desde la filosofía, desde la literatura y la política se ha decretado la insignificancia de Dios.
La indiferencia es un fenómeno de nuestros tiempos post-modernos. La modernidad no creía mucho en Dios, quizás lo consideraba un estorbo. Pero creía en el hombre. Capitalistas y marxistas decían luchar por el hombre. La postmodernidad ha ampliado su escepticismo y tampoco parece interesarle gran cosa el humanismo.
Quizás una remota aunque no irrelevante raíz de indiferencia religiosa se encuentra en el desconcierto, el disgusto y el cansancio de las luchas intelectuales y políticas que asolaron Europa tras la Reforma tridentina. Los debates y las elucubraciones interminables, mayormente de  carácter teológico, fatigaron al personal. De hecho de estos lodos brotó el deísmo, una religión natural y racional cuyos adeptos tildaban de fanáticas a las Iglesias que pretendían el monopolio de la verdad.
Y los lodos de entonces acabaron evolucionando en un ateísmo explícito. Movimientos obreros e intelectuales fueron despidiéndose gradualmente de la fe. Ya no tanto por cuestiones teóricas, sino por las injusticias y opresiones que las Iglesias silenciaban. Así en el siglo XIX
En nuestros  días la increencia es un fenómeno de masas que afecta a todos los grupos sociales, más allá de su ideología de derechas o izquierdas. Nada de declararse ateos tras sopesar los argumentos concernientes a Dios. Nada de negar a Dios por compromisos revolucionarios. No. Ahora nos encontramos con ateos apáticos, con una increencia heredada, cuyo legado se acepta sin más.  
El fracaso de las utopías modernas ha desembocado en el escepticismo radical de los postmodernos. Éstos no encuentran nada en qué creer ni en qué apasionarse. Interesa simplemente que cada uno se las arregle como pueda y agote los placeres que le salen al paso. Sin consideraciones morales de ninguna clase.
Añádase a ello que el bienestar económico ha abotargado la sensibilidad y  los interrogantes de tipo religioso son considerados superfluos y exentos de significado para la vida.
¿Un desinterés temporal o definitivo?
De todos modos no estaría fuera de lugar preguntarse si el desinterés respecto de las cuestiones últimas es total y definitivo o si, más bien, éstas quedan veladas detrás de las preocupaciones utilitaristas e inmediatas, tras la satisfacción del placer logrado y el bolsillo rebosante. Puede que Dios no haya desaparecido de modo permanente, sino que meramente se haya eclipsado.
No es el momento de dilucidarlo. Sólo quiero resaltar que me parecería mejor un ateísmo visceral como el de Feuerbach, solemne como el de Nietzsche, luchador como el de Sartre, o comprometido como el de Marx. Pero un ateísmo por comodidad, un ateísmo que no se plantea el por qué, se me antoja de poca monta. Me lleva a pensar en la frivolidad, en la banalidad de quien lo sustenta. Se trata de la misma chabacanería que induce al espectador a escoger la ordinariez de algunos programas televisivos y a reírle las gracias a los gestos del showman cualquiera sea el contenido de lo que relata.   
Nietzsche tiene una famosa parábola en la cual describe cómo un loco camina con su linterna encendida a plena luz del sol. En medio de la gente que abarrota el mercado se pone a gritar: ¡Busco a Dios! ¡Busco a Dios! La multitud se ríe de él. No calibran la importancia de haber perdido a Dios.
Nietzsche es ateo, pero intuye la trascendencia de haber matado a Dios. Y escribe: ¿Cómo hemos podido bebernos el mar? ¿Quién nos prestó la esponja para borrar el horizonte? ¿Qué hicimos, cuando desencadenamos la tierra de su sol? ¿Hacia dónde caminará ahora? ¿Hacia dónde iremos nosotros?
El mensaje es claro. Frente al dramatismo de las palabras que anuncian a los hombres el grandioso acontecimiento de la muerte de Dios y les exigen que afronten sus consecuencias, a los ateos frívolos, mediocres y banales sólo se les ocurre la carcajada. Como si nada tuviera que ver la muerte de Dios con la vida de los hombres.
Sea ateo quien ha sopesado los argumentos, quien considere que Dios es adversario del hombre, quien piense que la tradición lo ha engañado. Pero una increencia asumida con actitud mediocre y vulgar, sin confrontarla mínimamente con el sentido de la vida, asumiéndola sin que provoque el menor trauma… me parece indigna de quien se considera animal racional.   

2 comentarios:

gabriel dijo...

que tiene de racional el concepto dios?

Manuel Soler Palá, msscc dijo...

¿Qué tiene de racional afirmar que el mundo surge de la nada? Ciertamente el concepto de Dios no es racional, pero menos irracional. Llamémosle, si se quiere, suprarracional. Por lo demás, las cosas que más nos interesan no son sin más racionales: ¿el amor es racional? ¿Lo es el humor? ¿Es incluso racional que un intercambio de jugos biológicos desemboque en un ser humano hecho y derecho? La razon constituye una parte del ser humano, no es todo el ser humano. En último término, la realidad tiene su sentido, el instinto humano del hambre y la sed se correspondne con la comida y la sed que sí existen. El instinto de Dios, que lleva miles de años en el corazón humano, justamente carece de sentido? Pero pongamos punto final que no estamos en una clase de teología. Saludos al autor de la escueta pregunta.